Coincidí con Teresa, en una tertulia en la que me comentó que le había interesado un artículo que escribí hace unas semanas sobre la proliferación de pleonasmos en las conversaciones de la gente, especialmente entre los jóvenes. Sorprende que en una época en que todo vale a la hora de hablar y de escribir negligentemente, muy descuidadamente, haya personas cultas que se interesen por el uso correcto de la lengua y le presten bastante más atención que a la política, tema sobre el que, a causa de la proliferación de elecciones, la gente empieza a estar llena de tanta crispación y de tantos altercados entre optantes. Por ello decidimos Teresa y yo, no comentar el resultado de los últimos comicios ni de los próximos y sí hablar de la degradación de la lengua, mejor dicho de las lenguas y si escuchar algunas conversaciones que se estaban desplegando en nuestro alrededor.

Al poco rato empezamos a percibir la sensación de que la decadencia de la lengua no tiene remedio, tampoco la de la política? Cerca de nosotros alguien dijo que las elecciones no le interesaban, ¡que no!, con excesivo énfasis y añadió «que no, para nada», (bueno, no se enfade, pero no se dice así), ha construido Ud. mal una negación, expresión que por cierto está ya muy desparramada entre jóvenes y no tan jóvenes. Otro contaba el caso de un incidente de circulación, que resumió diciendo que el patinete «se me vino encima mío», muy mal, se debe decir, «se vino encima de mí». Una señora muy desenvuelta concluyó que en aquella cena a la que asistió otra noche, «habían mucha gente», ¡qué horror! Entonces uno se dirigió al grupo, «contarme cómo acabó», no es así, debería Ud. decir «contadme». Al finalizar aquella anodina conversación otro, un redundante, que presumía de que tenía muchas cosas que hacer al día siguiente, se despidió diciendo, «en breves minutos me tendré que ir», los minutos, poco instruido señor, ocupan el tiempo que ocupan, no es posible acortarlos ni alargarlos. Todas esas deformaciones son atentados al idioma.

La palabra es el más poderoso medio de comunicación, hay expresiones que causan irritación, ensombrecen el espíritu. Por contra, cuando oyes a alguien que se expresa en términos adecuados, el ánimo se eleva. Las normas, las reglas lingüísticas, están para transmitir adecuadamente ideas, pensamientos y emociones y darse a entender con naturalidad.

Otro problema cada día más

Seguramente el origen de esta desdicha está en que la gente no lee, ha desaparecido el gusto por la lectura, la pereza mental e intelectual se ha adueñado de la sociedad, la atrofia cultural es ya un hecho. Jean de La Bruyere, escritor francés del siglo XVII, escribió: «la gente habla un momento antes de haber pensado» y es bastante cierto. Si están en un aeropuerto, en la espera para embarcar, podrán observar que el 99,9 por ciento de la gente está concentrada en su móvil y nadie o casi nadie en un libro. Al llegar a destino entra un desespero para conectar el instrumento, eso si no lo ha hecho en el momento en que el avión posa las ruedas traseras en la pista. Si Cervantes, Pablo Neruda, García Lorca, Ortega y Gasset o Pérez Galdós levantasen la cabeza seguramente la volverían a esconder bajo la tierra que les acoge.