Vivienda en Ibiza: Obligados a vivir entre las ruinas del lujo

Veinte trabajadores de temporada malviven entre las ruinas de una promoción de chalés adosados en Sant Antoni que se quedaron a medio construir tras explotar la burbuja inmobiliaria

A un lado de la acera, la promoción de adosados de Bay Gardens. Como detalla la empresa en su página web, «30 fantásticos chalés de obra nueva, terrazas de 40 m² con solárium, dos dormitorios, piscina comunitaria y parking privado». Al otro lado de la acera, enfrente, están las ruinas de unos adosados entre los que malviven veinte trabajadores de temporada que ni siquiera pueden permitirse vivir bajo techo ni tener los más mínimos servicios básicos.

Es una postal exagerada, casi de película, pero completamente real. Sucede en la travesía de Vista Bella en el barrio de es Molí, en Sant Antoni, donde ‘las dos Ibizas’ se tocan. Eran dos promociones de adosados cuyas obras quedaron interrumpidas en 2012 a causa del estallido de la burbuja inmobiliaria. En 2019, se reanudaron las obras y se terminaron las viviendas situadas en el lado norte de la calle. Las otras siguen en ruinas, convertidas en cadáveres inmobiliarios.

Obligados a vivir 					entre las ruinas del lujo |

El rincón donde descansa Ibrahim: un colchón de espuma, una manta enrollada y dos telas. / D.V.

Lo que debía ser un conjunto de 21 viviendas adosadas con jardín, solárium y piscina, ahora no es más que un esqueleto de hormigón entre cuyas columnas sus inquilinos han encontrado acomodo. Algunos duermen en el suelo, otros encima de un colchón, los hay que han rescatado un somier de la basura. Hay quien con cartones se ha construido un espacio de intimidad. Hay quien ha recogido muebles de los contenedores y ha recreado un remedo de dormitorio de clase media. Otros han instalado una tienda de campaña. Los hay que tienen un fogoncillo para calentarse el té y cocinar.

Esta comunidad se divide entre los que trabajan en la obra y los que lo hacen en la hostelería. Los que van a la obra se levantan a las 5 de la mañana. Algunos tienen la suerte de que un compañero de trabajo les lleve en coche, otros caminan hasta la parada de autobús. Los que trabajan en la hostelería, en cambio, se levantan más tarde.

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Dos colchones donde duermen estos trabajadores de temporada. / D.V.

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Ropa tendida colgada entre dos columnas de hormigón. / D.V.

Empieza la jornada

Son las nueve de la mañana y, para algunos, ahora está empezando el día. Algunos se calientan el té, otros disponen la colada en tendederos desplegables. Por todas partes hay garrafas de agua.

Uno de los habitantes de esta estructura es Ibrahim. Trabaja en una empresa de Vila y, antes de instalarse aquí, estuvo viviendo hacinado en un piso patera en Sant Antoni. «Éramos 20 personas en un apartamento. Pagaba 300 euros al mes y vivíamos en un cuarto con literas. Había gente durmiendo en pasillos, en el balcón», explica, «había colas para poder usar la cocina, para ducharse, una hora de espera para ir al lavabo, unas condiciones imposibles...Donde estoy ahora, puedo ahorrar dinero». Ibrahim muestra su rincón: un colchón de espuma, una manta enrollada, un rollo de papel de váter y dos telas atadas para lograr un simulacro de intimidad.

Como en el campamento instalado en Sant Jordi, la mayoría de estas personas sin techo son de origen saharaui, aunque comentan que también hay cuatro españoles -«andaluces»-, pero que no se encuentran ahora en el edificio porque trabajan en la obra y ya han salido. También está con ellos un hombre senegalés, aunque no quiere hacer declaraciones.

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Ozini junto al dormitorio que se ha construido con objetos que ha ido recogiendo. / D.V.

«Yo llevo desde febrero en Ibiza», explica Dihhamdi, también de origen saharaui, quien explica la realidad del alquiler turístico ilegal: «Vivía en un piso en Sant Antoni, pero nos echaron porque de mayo a octubre lo alquilan a turistas». Trabaja de friegaplatos en un restaurante y tiene vehículo propio. Durante un mes vivió dentro de su coche, pero ahora lo hace en una tienda de campaña en el interior de esta estructura: «Miro continuamente en Telegram ofertas de vivienda, pero cada vez es más caro».

Lavan la ropa en un negocio de lavandería por monedas y se asean con garrafas de agua compradas en un supermercado. Las necesidades las hacen en el trabajo o en los pinares de los terrenos sin edificar que todavía quedan en el barrio. «Pero cuando llueve y hay humedad, aquí se pasa mucho frío. Y ahora en verano, calor», explica Dihhamdi. Según cuenta, la Policía Local de Sant Antoni se acerca regularmente pero, de momento, no se han planteado echarles: «Suelen venir sobre las siete de la mañana, a hacer la ronda. Al ser saharauis y trabajar, nos respetan bastante».

Habu está buscando trabajo. Es saharaui, nació en un campamento de refugiados y este es su primer verano en Ibiza. Él también estuvo en el piso patera por el que pasó Ibrahim: «Pagábamos 300 euros por unas condiciones horribles. Aquí , al menos, no gasto».

Bidi también busca trabajo. Mientras se prepara el primer té y se espabila, comenta que los vecinos del barrio son buena gente, y que, pese a que la barrera social pudiera parecer un obstáculo insalvable, la relación es cordial: «Este colchón en el que duermo me lo dio una pareja que vive por aquí».

Obligados a vivir 					entre las ruinas del lujo | FOTOS DE DAVID VENTURA

En el solar se iban a construir 21 chalés. Sus actuales inquilinos han compartimentado el espacio con cartones y maderas para instalar sus colchones. / D.V.

Hamed es menos hablador. Su situación es la más precaria de todas. No tiene ni colchón, duerme en una estera directamente sobre el cemento. ¿Cómo puede descansar en estas condiciones? «Trabajas, vienes, te duermes y ya está. Estaré así seis meses», y con estas palabras resume su existencia.

Cada uno se encarga de mantener arreglado su espacio. Ozini se ha construido un cubículo con tablones de madera y cartones. Trabaja en un restaurante de Portinatx y señala que todo el mundo es muy respetuoso con el espacio de los demás: «Cada uno está con la gente con la que se lleva mejor. En esta esquina somos tres. Más allá hay otros grupos», dice mientras señala otra fila donde debían haber más adosados, «por allá están los españoles y otro grupo de saharauis».

La comunidad que habita estos adosados en ruinas se pone en marcha. Unos terminan su té y otros abandonar su ‘hogar’ de camino hacia su lugar de trabajo. Ninguno de ellos se plantea encontrar vivienda porque ya lo dan por imposible: «Creo que el ayuntamiento o quien sea debería hacer unos albergues para la gente que viene a trabajar», reflexiona Ozini, una idea que comparte Dihhamdi: «Venimos a trabajar, a ahorrar dinero para nuestras familias y cuando termina el verano nos marchamos. La isla también nos necesita a nosotros. Creo que merecemos un sitio donde estar».

Obligados a vivir 					entre las ruinas del lujo

A la izquierda, las ruinas donde viven los trabajadores. A la derecha, los chalés que se pudieron terminar. / D.V.

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