Semana Santa en Ibiza: Una rama de olivo rumbo a Boston

Centenares de personas participan en la procesión de La Borriquita, que recuerda la entrada de Jesús en Jerusalén el Domingo de Ramos

Marta Torres Molina

Marta Torres Molina

Los tambores descansan en la esquina de la iglesia de Sant Elm mientras el sol juega a sacar destellos sobre la piel de una trompeta. Una vecina tiende ropa en el segundo piso. Algunos músicos, aprovechando que falta media hora para la procesión, se retiran al fondo del callejón para fumar. Otros van en busca de café. El barrendero escoba la acera. Por el carrer de la Xeringa llegan las primeras palmas. Color crema. Elaboradas. Bailan en las manos de una tríada de alegres niñas que, contrastes de la vida, se cruzan con una anciana cuyos dedos, los de la mano que no busca apoyo en la barandilla, sostiene una rama de olivo. Se escucha el viento, el palmeteo de las hojas de los árboles y algunas conversaciones, pocas aún. Desde una azotea cae a plomo la versión salsera del ‘Hoy quiero confesarme’ de la Pantoja. Un grupo de turistas, portugueses de Coimbra, entran en el templo. Una visita rápida. Apenas cinco minutos. No más de 300 segundos que cambian por completo la estampa que se encuentran al salir.

El callejón, antes aún perezoso, es ahora un hervidero de gente. Músicos, familias, cofrades, turistas, niños, niñas, mayores, aficionados a la fotografía, perretes... La salsa sigue sonando, pero a punto ya de que La Borriquita cruce la puerta lateral de Sant Elm, apenas se escucha. «Ja estau aquí!», grita, contenta, una de las costaleras de la cofradía del Santísimo Cristo del Cementerio, cuando ve a una compañera llegar en una silla de ruedas que empuja su hija. «Cuando entras en el hospital, ya sabes, o te mueres o resucitas», ironiza sobre su propio estado la mujer, que, experta, escoge un buen sitio, al solecito, para ver la salida de la imagen.

«¿Dónde puedo comprar una?», pregunta una turista señalando una espigada palma. Se llama Cindy, vive en Boston y, aprovechando que estaba de vacaciones en Madrid, se ha escapado a Ibiza. Tenía pensado disfrutar de la playa, toparse con la Semana Santa en la isla ha sido algo «totalmente inesperado». Entre quienes las hacen en casa o en talleres que se organizan en las iglesias o que las encargan, nadie sabe explicarle a Cindy dónde comprar, en pleno Domingo de Ramos, una palma. «Pero puedes coger una rama de olivo», le indica Antònia, enarbolando la suya con una sonrisa y llevándosela, de la mano, a buscar una ramita. «Las bendicen y te protegen todo el año», afirma.

La Borriquita se retrasa. El cuadro de mando planifica, rodeado de gente, las paradas previstas en el recorrido: el callejón, el Mercat Vell, los primeros metros del Rastrillo, el patio de armas... Centenares de móviles enfocan la puerta lateral de Sant Elm cuando el morrete de la pollina asoma por el umbral. A las once y veinte las costaleras y costaleros alzan, por primera vez en este Domingo de Ramos, la imagen. Un movimiento que acompaña la banda de cornetas y tambores. Los golpes de las mazas contra los bombos espantan a algunos de los perros que acompañan a sus dueños a la procesión. Se alejan unos metros, contemplando los primeros compases de la marcha desde la lejanía.

Semana Santa en Ibiza: La Borriquita recorre Dalt Vila

MT

Un mar de gente sigue a la imagen hasta el Mercat Vell. Los costaleros descansan unos minutos. Huele a café. Y a cruasán. El capataz marca el ritmo. Dos golpes al llamador y Jesús y su burrita alzan de nuevo el vuelo. Unos metros antes de volver a parar. Hay que coger fuerzas para afrontar las duras cuestas que quedan por delante. A los pies del Rastrillo la pausa se alarga. Muchos turistas. Un sinfín de fotos disparándose. La Borriquita, la muralla, las estatuas romanas, la torre de la catedral, el cielo azul... Una estampa irresistible que quedará sepultada en la memoria del teléfono. La Borriquita coge ritmo. Sube, casi al trote, hasta refugiarse en la penumbra del Patio de Armas, en cuyos soportales no cabe ni un alma más. Una corte que se queda por el camino. Se diluye en la plaça de Vila. Sólo hay procesión más allá de sa Carrossa para los muy fieles, los muy curiosos o los que no han conseguido aún el encuadre perfecto.

Al trote, también, bajan de la Catedral quienes han participado en la otra procesión del Domingo de Ramos. Regresan del templo con sus palmas y ramas de olivo ya bendecidas, tras escuchar la misa que ha oficiado el obispo de Ibiza, Vicent Ribas. Llegan acelerados, pero justo a tiempo. ¡Divina providencia! La imagen enfila ya los últimos metros. Uno de los cofrades se apresura, hay que abrir la doble puerta del templo. Los batientes se le resisten. Las decenas de personas saliendo al galope del Convent para ver llegar la Borriquita no ayudan. Al son de ‘El Cristo de los gitanos’ la imagen cruza el umbral. Entre quienes aplauden, Cindy. En su mano, la ramita de olivo que Antònia le ayudó a coger y que, en unos días, volará a Madrid. Y a finales de abril, a Boston.

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