Pequeño comercio en Ibiza: Los últimos días de Muebles Calbet

El negocio, fundado por el ebanista Antonio Calbet Tur en el puerto de Ibiza a finales del siglo XIX, echa mañana el cierre definitivo con la jubilación de su nieto y su mujer

Marta Torres Molina

Marta Torres Molina

Llevando una chichonera hecha por su propia familia para que no se fuera dando en la cabeza con las maderas. Así son los primeros recuerdos que Antonio Calbet Escandell, propietario de Muebles Calbet, atesora del negocio familiar, que este viernes, tras 125 años de historia y tres generaciones, cierra sus puertas de forma definitiva. Neus Tur Guasch, su mujer y también dueña del establecimiento, se jubila. «Yo tengo 69, debería estar jubilado, pero la he esperado», comenta Antonio, sonriente, en el despacho del local, que desde los años 70 se ubica en la esquina de la calle Bisbe Carrasco con Historiador Josep Clapés.

Sus voces suenan casi con eco en el vacío de las enormes salas, antaño repletas de armarios, camas, mesitas, tresillos, colchones, somieres, lámparas, cuadros, orejeros... Apenas quedan ya unos cuantos marcos, algunos cabeceros y un conjunto de tres piezas de baño. Hace un par de meses, cuando vieron ya cerca el momento de cerrar, dejaron de comprar —«excepto algunos encargos por compromiso»— y comenzaron a liquidar lo que aún tenían en la tienda y en el almacén.

Fue el abuelo del actual propietario, Antonio Calbet Tur, ebanista, quien abrió Muebles Calbet, en la Marina, cerca de la parroquia de Sant Elm, hace 125 años. «En 1898», explican. «Era un hombre muy polifacético. Era ebanista, pero, según me han contado, trabajó en la construcción del puente de Santa Eulària y en la Mola», explica Antonio, que no llegó a conocer a su abuelo. Tampoco a su abuela, Francisca Ramon Marí, una mujer que, tras la muerte de su marido, se colocó al frente del negocio familiar, del que después cogió las riendas su hijo, José Calbet Ramon, el padre de Antonio. Fue él quien trasladó el taller a lo que ahora es la calle Bartomeu de Roselló, en la esquina más cercana al mar. «Allí nací yo. Era taller, tienda y casa», explica. Se trabajaba por encargo.

Las historias de la familia Calbet, que han pasado, como el negocio familiar, de generación en generación, hablan de familias de toda la isla que acudían en carro a recoger sus muebles. «Desde sa Cala venían en barco porque era más fácil trasladarlos por mar que por tierra», apunta el matrimonio. A veces, constructores recién arribados en barco a la isla hacían una parada en Muebles Calbet y encargaban somieres, armarios, cajoneras... «Lo pedían y toda la familia se ponía a trabajar para tenerlo listo cuanto antes», recuerda Antonio, al que en aquella época fue cuando le hicieron una especie de chichonera para que no se golpeara la cabeza. Son, asegura, los únicos pequeños accidentes que sufrió. El pequeño Antonio jugaba entonces con espadas, escudos y otros juguetes que fabricaban con tablones de la carpintería. También carros. «¿Te acuerdas de cuando jugábamos a torear a Linda, la perra de tu padre?», pregunta, entrando en el despacho, Alberto Torres Balanzat, amigo de toda la vida de Antonio, que busca algunos elementos con los que amueblar un piso. Las carcajadas son automáticas. Resuenan aún con más fuerza entre las paredes desnudas cuando los viejos amigos rememoran cómo, en invierno, llevaban a clase bolsas con restos de madera del taller para alimentar las chimeneas. «El profesor, con el calorcito, se quedaba dormido. Ni se nos ocurría despertarle», relatan entre risas.

Los viejos colchones de corcho

Su madre, Margarita Escandell Tur, llevaba la tienda de aquel taller de Bartomeu de Roselló. Y se metía en faena cuando hacía falta. Ella y su tía se encargaban de hacer los colchones de corcho que les pedían. Antes que él fue su hermana mayor, Nieves, quien se metió en el negocio familiar. Unos años antes de que se incorporaran, casi a la vez, Antonio y otra de sus hermanas, Mercedes, que tuvieron que espabilarse para que Muebles Manacor —«hacían reparto y mucha propaganda»— no se les comiera la tostada. Así que compraron vehículos y comenzaron también a llevar los muebles a las casas de los clientes. «Había que ponerse al día, no podíamos quedarnos estancados», apunta el aún dueño, cuyo primer trabajo real en la empresa familiar fue, precisamente, repartir y montar muebles a domicilio.

Las furgonetas no fueron el único avance de Muebles Calbet en la juventud de Antonio. En aquella época el local del puerto se había quedado pequeño, así que tenían parte de la exposición de muebles en la calle Madrid, «donde estaba Correos». Y donde, más tarde, su hermana montó una tienda especializada en productos para bebés.

Al local al que mañana echan el cierre llegaron en los años 70, después de que la ya desaparecida aerolínea Aviaco se instalara en Bartomeu de Roselló. Allí, Antonio y Neus han pasado más de cuatro décadas. Ha sido su lugar de trabajo, pero también su casa. Allí se han criado sus dos hijas, Esther, la mayor, y Ana, la pequeña. Ellas han sido parte importante del día a día de ese gigantesco local. Algún susto les han dado a sus padres perdidas entre muebles y jugando al escondite. Neus se lleva la mano al corazón al recordar uno de ellos. El más gordo. «Había un armario de cuatro puertas, enorme, en el que se apoyaban unos somieres. De repente, escuchamos un estruendo y vimos el armario en el suelo. Llamábamos a Esther, pero no contestaba», explica Antonio, que respiró tranquilo cuando descubrió a la pequeña escondida tras los somieres. A Neus el susto no se le pasó ni al ver a su hija sana y salva.

La situación que vivía la isla en aquel momento era muy diferente a la actual. «Entonces la gente, con un trabajo, podía comprarse un piso. Se lo compraba y lo amueblaba. Ahora, ni con dos sueldos las familias pueden comprar una vivienda», recalca. «A la gente le hacía falta un comedor, venía y, si le gustaba, se lo compraba», relata la pareja, que coincide: «Los muebles eran mucho mejores antes. La calidad de la madera, los torneados, las formas...». «Es que era madera de verdad, no cartón», indica Antonio. Cómo la gente compraba entonces justifica las dimensiones del local: «Si no lo veían, si no lo podían tocar, no lo compraban. Así que tenías que tener aquí de todo: comedores completos, dormitorios, salitas...».

Sin ascensores pero con propina

Eran tiempos en los que si un mueble se estropeaba, se arreglaba. Tiempos en los que se barnizaban «a muñeca» hasta que la madera quedaba brillante y en los que, si hacía falta, se lacaban. Tiempos en los que en la mayoría de las viviendas no había ascensor, pero las escaleras eran más anchas. Y en los que era habitual que en las casas les invitaran a un trozo de sobrasada si habían hecho matanzas, una escudella de salsa de Nadal si era la época y en la que, incluso, les daban «propina».

Mientras, al frente de la tienda se quedaba Neus, que más de una vez tenía que salir corriendo detrás de las niñas, que jugaban por el barrio. Con los años aprendió a distinguir, desde el primer momento, a quienes sólo miraban y a los que de verdad querían comprar. De los miles de clientes que han pasado por la tienda recuerda especialmente a una señora «muy mayor» que buscaba reponer, porque se le había roto, una mesita que le había comprado a su suegro. «Me dijo que ojalá la nueva le durara tanto», señala. El trabajo todos estos años ha sido intenso. «Lo hacíamos todo nosotros. De hecho, un día llegó un representante y, al verme subida a una escalera limpiando los cristales me preguntó por la dueña. Le tuve que decir que la dueña era yo», rememora Neus, que explica que nunca se han tomado unas vacaciones de verdad. «Yo me iba cada año una semana a cazar, pero vacaciones largas de dos o tres semanas, nunca», abunda Antonio. Durante mucho tiempo, de hecho, presidía el despacho la cabeza de un jabalí que él mismo había cazado y que a Neus le servía, a veces, para asustar a los niños muy traviesos que entraban en la tienda con sus padres.

Nunca se plantearon cerrar. Ni en la crisis del 2008, el momento más duro que han vivido. Las ventas se desplomaron, pero como el local era suyo, no tenían más empleados que los necesarios y tenían un colchón de los años buenos, siguieron adelante. Hasta ahora. Mañana por la tarde se despedirán de sus clientes en una pequeña celebración a la que han invitado a amigos y familia. Picarán algo y brindarán con cava antes de cerrar definitivamente el lugar que ha sido su negocio y su hogar. Antonio lo lleva mejor. Piensa en descansar, en esas vacaciones nunca disfrutadas y en pasar tiempo con los amigos. Neus confiesa que siente algo de miedo ante los días sin Muebles Calbet. Ha sido mucho trabajo, ir siempre acelerada a todos sitios. Pero está convencida de que echará de menos la vida que le daba la tienda. La gente, las conversaciones... Mucho de menos.

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