Una escalera metálica, oxidada y a la que le falta el suelo de algunos peldaños y un pedazo de barandilla, lleva hasta el fondo del abismo. S'Avenc des Pouàs no es propiamente una cueva, sino una sima (que es lo que significa avenc), un agujero de siete metros de diámetro en vertical en el terreno, en una colina a un kilómetro de la iglesia de Santa Agnès y a 236 metros sobre el nivel del mar. Es un foso en la roca, de irregulares paredes, muy adecuado para las prácticas y cursos del grupo de rescate vertical de los bomberos. En la entrada más accesible al perímetro del foso se ha instalado una curiosa puerta de hierro, así que hay que saltar para llegar al rellano y acceder a la escala oxidada.

Al final de la escalera, a 19 metros de profundidad, se descubre una amplia sala en la que resultan evidentes las huellas de los destrozos que se han causado a esta gruta a lo largo de los años. Más allá de los rastros que han dejado las excavaciones paleontológicas y arqueológicas, de los montones de tierra y piedras de las partes excavadas, se observan los daños provocados a las columnas, estalactitas y estalagmitas de la gruta no atribuibles a la indagación científica. Y es que esta sima, al igual que el resto de las cuevas y simas que existen a lo largo de la orografía pitiusa, ha sido maltratada por sus visitantes. Ésta, en concreto, tiene su particular historia de destrucción, ya que, en los años 70 quisieron convertirla en discoteca y, con ello, y a juicio de los expertos que la excavaron posteriormente, destruyeron un depósito arqueológico prepúnico. Una de las espectaculares columnas de la cavidad fue arrancada y aún puede verse en el exterior, un tótem a modod de símbolo del escaso respeto hacia la Eivissa subterránea.

Más allá del círculo que dibuja la boca de la sima, de lo que queda más expuesto a la luz del exterior, en un lateral hay una sala irregular en la que se ven las cuadradas y rectangulares zanjas que, estrato a estrato, excavaron los expertos que estudiaron la cueva. Quedan aún sacos, anclajes y algunas fundas de plástico colgando de las paredes, todo ello herramientas que usaron para su trabajo. A pesar de la destrucción ocasionada por el proyecto de discoteca, la sima aún conservó un enorme tesoro. Como la gruta de un dragón. Y en 1988, la caverna comenzó a desvelar sus secretos, traducidos en huesos de animales que, excavación a excavación y durante más de una década, convirtieron la sima de es Pouàs en una mina para la ciencia. El yacimiento puede haber conservado más de dos millones de huesos, según las estimaciones del grupo de excavadores, dirigidos por Josep Antoni Alcover, paleontólogo del Imedea (Instituto Mediterráneo de Estudios Avanzados). La excavación descubrió los restos de una fauna antigua, anterior al hombre y distinta a la de otras islas, de la que pueden destacarse una tortuga gigante (restos de similar especie se han hallado también en otras cuevas pitiusas) y, sobre todo, murciélagos ya extinguidos en las islas y aves rapaces, incluyendo el que ha sido calificado como el superdepredador de la fauna pitiusa anterior al ser humano, el águila marina (Haliaetus albicilla), que desapareció al llegar el hombre. En es Pouàs, y a juzgar por los restos de cáscaras de huevo, incluso criaba la pardela balear, el virot (Puffinus mauritanicus); hoy es considerada el ave más amenazada de Europa y un reciente estudio del Imedea y SEO/Birdlife calcula que en 60 años puede pasar a engrosar la lista de animales extintos.

La ornitofauna fósil de es Pouàs es una de las más ricas que se conocen en toda el área mediterránea. Pero, además, a la larga lista de restos de aves y otros animales salvajes hay que sumar que en esta caverna se han hallado los indicios más antiguos de la presencia humana en la isla, indicios representados por huesos de animales domésticos y por un trozo de fémur de hombre que han permitido determinar que el ser humano estaba ya en la isla en el Neolítico.