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Clase de malabares y funambulismo

Óscar Sánchez y Andrea Floriach imparten un taller de circo en el colegio Can Raspalls - El centro dedica las actividades de este curso al mundo de la carpa

Clase de malabares y funambulismoJuan A. Riera

Iris trepa con facilidad por la tela granate que cuelga del gimnasio del colegio Can Raspalls, en Sant Jordi. Andrea Floriach, con la nariz pintada de rojo, la anima a que lo haga sola y el resto de sus compañeros la jalean. En cuanto se han levantado del suelo después de cerrar los ojos y enumerar lo que hay en un circo, todos han salido disparados hacia sus circuitos.

Los de nariz roja, al funambulismo, las telas, la cuerda floja y los zancos. Los de nariz azul, a los malabares, el diávolo y el equilibrio sobre la pelota. Los alumnos, de segundo, no se sorprenden. Es la segunda vez que Óscar y Andrea les desvelan los misterios del circo, mundo al que el centro dedica las actividades de todo este curso, explica la directora, Raquel Pallero. De hecho, la entrada del centro es una carpa verde y violeta y en el pasillo que conduce al gimnasio hay banderines de colores, un telón y hasta un maestro de ceremonias de cartulina.

«Es una forma de aprender, se trabaja mucho la psicomotricidad y superan sus miedos», apunta Óscar en el casal Xerinola, que les ha prestado todo el material circense. En marzo ya estuvieron una semana en el colegio. Cuando los escolares vieron las telas, las mazas y las cuerdas se asustaron un poco. «Pensaban que era magia, pero cuando empezaron ya vieron que no lo era», apunta Óscar, que asegura que los niños se atreven con todo. «Ven el cable, tan finito, y tiemblan. Pero a pesar de estar temblando se suben, lo pasan y se ríen cuando ven que lo han conseguido», comenta el monitor, que destaca que lo que más les cuesta suelen ser las mazas de los malabares. «Disociar las diferentes partes del cuerpo no les resulta fácil, pero lo aprenden en un día», especifica.

En el gimnasio, las mazas vuelan. Algunas caen al suelo, otras vuelven a las pequeñas manos que las han lanzado. Los niños se preguntan cómo es posible que Óscar sea capaz de hacer malabares y aguantar el equilibrio sobre una enorme pelota roja. Las dos cosas al mismo tiempo. Otros se pelean con la cuerda del diávolo. No es tan fácil como parece. Se enredan.

Al fondo del gimnasio, Andrea continúa animando a los niños a caminar por un alambre. Algunos extienden la mano, buscan un apoyo, alguien que les garantice que no se caerán. También a trepar por las telas. «Apóyate aquí», comenta señalando el nudo que hay al final, casi rozando la colchoneta sobre la que muchos de ellos se dejan caer, sonriendo. Casi carcajeándose.

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