Memoria de la isla | De la tejeduría insular

«Tant si sou jove con vell / i no voleu patir fred / ni cap atac de cervell, / ja podeu partir tot dret / cap a Dalt Vila i comprar / bona roba de burell / que millor en lloc no n’hi ha». Dita popular.

Una mujer teje lana en una feria de artesanía de Santa Eulària. / TONI ESCOBAR

Una mujer teje lana en una feria de artesanía de Santa Eulària. / TONI ESCOBAR

Miguel Ángel González

Miguel Ángel González

La automatización de los procesos productivos de hoy han devorado los oficios de ayer. Cuando la creatividad del trabajador es ya un peligro en las cadenas de montaje, puede suceder que por utilizar tanto la calculadora de bolsillo acabemos sin saber que 2 x 2 son cuatro. Pero vamos a lo que voy. Todo lo que hacían nuestros mayores con sus manos a partir de lo que daba la naturaleza eran pequeñas —o grandes, según se mire— obras maestras. Un ejemplo incuestionable lo tenemos en la casa payesa, pero también en unas castañuelas, en una cesta o en un sombrero de paja. Sin robar esfuerzos a lo que se hacía, se trabajaba sin prisas y con los cinco sentidos. Conocer bien un oficio y la experiencia permitían, por así decirlo, trabajar casi con la mera inercia de las manos, como si pensaran las manos. Hoy, la extrema fragmentación del trabajo convierte al operario en una pieza más de la maquinaria y, obligado a seguir pautas estrictas en una función muy concreta, no tiene ni idea de las otras fases de la fabricación. Y las manos, en fin, pierden la memoria y las habilidades de las que son capaces y que un día tuvieron. El trabajador ahora no crea, mueve palancas y aprieta botones. Por sí mismo y solo, con sus manos no sabe qué hacer.

Lo dicho viene a cuento para decir cuatro cosas de un oficio antiguo del que sabemos muy poco y que fue de los primeros en desaparecer, la tejeduría insular que trabajaba a partir de la materia prima que daban nuestros campos o que en algún caso se importaba, lana, lino, cáñamo, algodón, etc., para fabricar tejidos —draps, decían entonces— que luego pasaban a la indumentaria cotidiana. De ello sabemos poco, pero sí tenemos indicios de que algunas casas, en la ciudad y en el campo, tenían un rudimentario teler. Francisca na Pouasa tenía en Dalt Vila su pequeño taller. Y sabemos de otro teler en can Mateu des Figueral. Tuvo que haber muchos más, a tenor de lo que luego diremos. Nada que ver, sin embargo, con els telers de Mallorca, donde, ya en el siglo XIV, estaban agremiados els teixidors, manters, velluters, flassaders, etc. Allí se dio también la figura del bollador, oficial que garantizaba la calidad y procedencia de los tejidos, marcándolos con marchamo de plomo, bolla o segell. De aquellos días es el pregón que recojo: «Que ningú gos d’aquí avant vendre draps alguns, que sien per vestit, si doncs no pagan lo dret de bolla, que es de XV diners per lliura».

‘Els drapers’

El arte de la tejeduría pitiüsa era modesto, sí, pero no menos antiguo que el de Mallorca. En el extraordinario trabajo de Antoni Ferrer Abárzuza 'El llibre del mostassaf d’Eivissa. La vila d’Eivissa a la baixa Edat Mitjana', tenemos un capítulo dedicado 'als drapers' que vendían los tejidos con la ayuda del 'abaixador' que, tijera en mano, los cortaba con criterios estrictos, preparándolos para su venta: «Dels drapers, el Llibre del mostassaf d’Eivissa estipula que havien d’amidar bé la tela que es venia, amb una cana bona i amb la llargaria estipulada; i si algun draper era agafat fent frau perdia el drap venut i podía ser multat amb cent sous».

La información de nuestro códice, como Abárzuza comenta, no llega al detalle de otros como el de Valencia, que regula todo lo relacionado con la producción de los telares, «l’ample de la pinta dels telers, la feina dels teixedors, etc», pero aporta sobrados indicios que, «com era d’esperar, assenyalen l’existència d’una producció de draps a Eivissa; altres fonts demostren que hi havia una producció drapera a l’illa, prou considerable com per aparèixer draps eivissencs entre els fets a Barcelona, Perpinyà, Sant Joan, Sant Llorenlç, Girona, Solsona i Aragó, els quals formaven el gruix de l’exportació catalana a Nàpols a la meitat del segle XV (…) I el document de duana anomenat ‘dret del general’ de 1434 revela que draps d’Ibiza estaven entre les mercaderies que des de Barcelona anaven cap a Sicília y Sadenya».

Teniendo en cuenta lo poco que sabemos de la tejeduría pitiüsa, la información que Abárzuza recoge es preciosa porque confirma lo que era sólo una sospecha. Y sorprende saber que tuvo cierta entidad.

Telas resistentes

Nuestra querida Enciclopedia, (EEIF) define el teler com «un aparell o màquina emprada per teixir, format per un conjunt de fustes o bastions que permeten fer el teixit, que és format per ordit i trama. El teixedor s’asseia en un banc. A les Pitiüsses els pocs telers que hi havia solien ser manuals, és a dir els que el teixidor feia funcionar amb les mans i els peus». Aquí podríamos añadir que sus principales piezas eran las que siguen: bancada, plegador de l’ordit, ordit, freno, portafils, creus, llisos, pinta, llançadora, batan, calques, ampitador, plegador de sa tela i espases. En un buen diccionario encontraremos la explicación que aquí no cabe de cada pieza.

Lo que sí cabe decir es que de nuestro modesto telar no salían telas delicadas, pero si resistentes para satisfacer las exigencias del uso diario y del trabajo. Y en lo que se refiere a los tejidos y las ropas que se hacían con ellos había un amplísimo abanico. Con referencia a lo que llamaban draps de llana había la roba de burell de color oscuro o negro que se utilizaba para hacer gonelles, capots, cotes, etc; estaba también el cordellat de llana i la roba d’escot hecha con lana gruesa que servía para confeccionar cotes, jaquets, mantells, capes amb capulla, mànegues de gipó, calçons, xambergues i mantes; estaba luego la burata o roba d’estamenya, que se trabajaba en crudo o se teñía. Y no tenían menos importancia los tejidos que venían de fibras vegetales, lino, cáñamo, algodón, esparto, carrizo, etc. Los primeros más propios para vestidos y los segundos, más ásperos, para hacer esteras y piezas para la casa y los trabajos del campo. Con el lino se hacían calzones, camisas, camisetas, fajas, delantales y toallas. Y con la estopa se hacían sacos, talegas, incluso capotes y los llamados abrigalls.

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