Imaginario de Ibiza | El horno, un apéndice curvo en la casa payesa
El pan constituía el alimento base en la dieta de los ibicencos de antaño. Todas las casas de campo poseían un asador tradicional, cubierto con cúpula, que construían albañiles especializados.
![Horno de Can Toni d’en JaumeNegre, en Sant Joan.](https://estaticos-cdn.prensaiberica.es/clip/ecd4eb42-4691-4f0b-95fc-ee4cb240b94f_16-9-aspect-ratio_default_0.jpg)
Horno de Can Toni d’en JaumeNegre, en Sant Joan. / X.P.
La recta es del hombre; la curva es de Dios
Una de los elementos característicos de la arquitectura rural ibicenca, esa que se erigía a pies y palmos, con muros de carga que no requerían complejidades matemáticas ni elaborados cálculos estructurales, era el uso de cal viva. Tanto los muros del interior de los hogares como la fachada principal —y las demás en algunos casos—, así como los alféizares y jambas de las puertas y ventanas, y en ocasiones incluso las cubiertas, se enjalbegaban todos los años por higiene, ahuyentando a los insectos y repeliendo el calor en los duros meses de la canícula.
La cal, en consecuencia, se empleaba de una forma eminentemente práctica. Sin embargo, si se observan las pocas casas payesas que aún se mantienen inalteradas, se deduce un uso estético innegable, que, de alguna forma, contrasta y se contradice con la severa austeridad de la vida en el campo pitiuso y su practicidad constructiva. El blanco en contraste con la piedra constituía, por tanto, una de las escasas concesiones del payés a la fantasía en la arquitectura, junto con los capiteles escalonados de las algunas columnas y poco más. Lo demuestran los ribetes blancos de las cornisas y de las eras, y la corona de las tapias que componen algunos cercados, cuya presencia no era necesaria, pero sí elegante.
![El horno de Ca na Rosa,
en Sant Josep, se halla
dentro de un cercado. x.p.](https://estaticos-cdn.prensaiberica.es/clip/3b75cee6-55d7-48ed-9fe5-2fec1771de72_alta-libre-aspect-ratio_default_0.jpg)
El horno de Ca na Rosa,en Sant Josep, se halladentro de un cercado. / X.P.
Uno de los elementos donde el blanco solía estar presente era la estructura del horno, único apéndice de la casa payesa donde la curva adquiría protagonismo, por su base circular y por la cúpula, que habitualmente se aferraba a la fachada posterior de la casa o a una lateral, y cuya parte superior lucía encalada. En aquellas ocasiones en que el horno se hallaba integrado en la fachada principal de la vivienda, podía llegar a blanquearse de arriba abajo, tal y como puede observarse, por ejemplo, en Can Perot des Canar, a las afueras de dicha playa.
Esa corona radiante de cal subraya, de alguna forma, la importancia que tenía esta pieza en la cocina payesa, donde lo habitual era hornear pan una o dos veces por semana, ya que este producto conformaba el ingrediente principal de la dieta de los ibicencos, al estar presente en todas las comidas: desayuno, almuerzo y cena, y en cualquier tentempié que se tomara entre medias.
El horno se calentaba hasta que los maons —los ladrillos artesanales con que se construían— blanqueaban. En su interior no sólo se elaboraba pan, sino también crostes o bescuit, pan recocido que se mantenía un día entero mientras los ladrillos se iban enfriando. Este alimento se conservaba durante muchas semanas y luego bastaba con hidratarlo con agua y aderezarlo con tomate, ajo y aceite de oliva, a modo de ensalada. También se horneaban cocas de pimientos, de trempó o de cazón, entre otras variedades, y de vez en cuando, medio cabrito o cordero, algún pollo e incluso una greixonera, si la ocasión era especial. Era, en definitiva, un órgano vital de la casa ibicenca.
Albañiles especializados
La construcción de los hornos tradicionales, con su cúpula esférica, constituía uno de los procesos más delicados y especializados en la obra de una casa payesa. Al igual que sucedía con las cisternas, había albañiles expertos que se dedicaban exclusivamente a erigirlos y de su pericia dependía que el calor se repartiera de manera uniforme y que la combustión fuera adecuada. Su estructura se construía con maons macizos, el equivalente a los ladrillos refractarios de hoy en día. Se elaboraban con arcilla roja a menudo extraída en las inmediaciones de los torrentes, que se moldeaban y secaban al sol antes de cocerse.
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