Reportaje

Así se restauró el Pereyra: de una caja de cerillas al oro original

La restauradora Nieves Peinado explica cómo devolvió al teatro su antiguo esplendor, el que tenía en 1899

José Miguel L. Romero

José Miguel L. Romero

«Entrar en el Pereyra a finales de los años 90 era como penetrar en una cámara del tiempo. Sólo oías volar a las palomas, los terciopelos caían a jirones, el piano (sin cubrir) estaba desvencijado sobre el escenario... Era un sitio fantasmal». Lo cuenta Nieves Peinado Sala, la restauradora que ha conseguido que el teatro ibicenco recupere prácticamente todos los atributos que tenía en su fundación, hace 125 años. Si los tres impulsores de aquel proyecto, José Tarrés Espinal, Abel Matutes Torres y Mercedes Sandoval del Castillo, pudieran ver cómo ha quedado tras su reforma y restauración, creerían que prácticamente todo sigue igual que aquel 6 de abril de 1899 en que fue inaugurado. Las balaustradas lucen idénticas, con los mismos dorados, decoraciones y color original; el piano Wacptel parece salido de fábrica; el reloj vuelve a dar las horas; las puertas modernistas son de nuevo de color azul aguamarina; el terciopelo rojo vuelve a cubrir los pasamanos...

«A la tercera va la vencida», comenta Peinado. Porque tres veces la llamaron para trabajar en el teatro: «Primero, en los años 90, cuando contactaron conmigo desde el Consell para restaurar el telón y el piano. Luego, en el año 2000». La última, cuando la llamó Pedro Matutes Barceló, el propietario, ha sido la definitiva.

«Era un palomar», recuerda de cuando pisó por primera vez aquel edificio. Las palomas se colaban por un agujero del techo y no respetaban nada. Durante décadas, casi 40 años, dejaron allí su huella en forma de excrementos, con los que tapizaron el primer piano que sonó en el teatro y que ponía música a las películas mudas, los dos proyectores, el motor Junkers con el que se alzaba el telón…

Balaustradas como en 1899

Una de las primeras cosas que quiso saber Pedro Matutes es si las balaustradas del interior (que cierran los palcos de la planta baja y de la primera planta), de fundición, se podrían rescatar. «Yo tenía claro que sí debían recuperarse. Merecía la pena», señala Peinado. Probablemente, fueran creadas por Fundiciones Mallorquinas. La restauradora vio muchas idénticas en Mallorca.

Detalle de la decoración de la balustrada. / T.E.

Detalle de la decoración de la balustrada. / T.E.

Primero hizo unas catas con bisturí para descubrir cuál fue el acabado original. Tuvo que eliminar capa tras capa durante varios días en un par de muestras, para confirmar que el hallazgo en una se repetía en la otra. Y tras muchas, llegó a la capa primigenia: contenía oro. «El oro tiene la particularidad de que es noble, no se oxida. Cuando encuentras un material que no se ha oxidado, es oro». Comprobó que sobre el hierro de fundición se utilizó «una pintura con blanco de plomo (que dejó de usarse en el siglo XX) que con el tiempo y uso del teatro adquirió un aspecto de color crema». También observó que «quisieron añadir un toque de distinción» a cada balaustre, de manera que «doraron con pan de oro la hoja central. Para el resto usaron oro de coquina [llamado así porque antiguamente se comercializaba para uso artístico dentro de pequeñas conchas de molusco], polvo resultado de los trabajos de orfebres y joyeros, que era más asequible y se usaba en pintura y en decoraciones». Este último tiene un tono más mate que el de las láminas.

Descartó todas las intervenciones posteriores a la aplicación de la pintura original: «Los restauradores tenemos que ir al origen. A veces hay intervenciones que merece la pena conservar porque tienen calidad. Te encuentras entonces con el dilema. Pero en este caso, todas las intervenciones posteriores fueron mucho peores. El original era el bueno».

Si las balaustradas lucen ahora como antaño es porque Peinado defendió (con pruebas) que esa era la decoración inicial, pues algún técnico proponía dejarse de milongas y pintarlas de brilli brilli, sin tantos miramientos. Dorarlas y punto. Matutes la respaldó: «Como restauradora no puedo dejar una pieza como nunca estuvo en su historia. Para eso, que llamen a unos pintores y que lo hagan ellos».

Según Peinado, la decoración original de esa balaustradas duró poco. ¿Qué pasó? «En Ibiza -explica esta restauradora con 33 años de experiencia-, los metales son muy sensibles, tienen una corrosión fuera de lo normal. De hecho, cuando estudié en la Escuela Superior de Conservación y Restauración Madrid, en la sección de Arqueología hacían prácticas con lo peor del país, que eran los hierros ibicencos, piezas cedidas por el Museo Arqueológico. Daban terror a los alumnos. Eran lo peor que te podía tocar».

Balaustrada como la del Pereyra en un balcón de Montuïri (Mallorca).

Balaustrada como la del Pereyra en un balcón de Montuïri (Mallorca). / NP

El hierro fundido del teatro se oxidó pronto. El producto de la corrosión «empezó a emerger por encima de las láminas de oro y a recubrirlas y ocultarlas. En esa situación, decidieron no volver a dorar, quizás porque ya no tenían esa capacidad económica que tuvieron cuando construyeron el edificio», explica Peinado. La solución que adoptaron fue repintar «con purpurina, polvo de bronce que terminó oxidándose y se volvió verdoso o negruzco». Más tarde utilizaron pinturas plásticas, tantas capas que «las balaustradas llegaron a perder la forma, su morfología, los detalles».

No fue fácil restaurarlas: «Fue muy complejo porque estas piezas (unos 300 metros lineales) pesan mucho. Disponían, además, de unas pletinas de hierro para sujetarlas que tienen cierta flexibilidad. Y si pesan mucho y tienen flexibilidad, se pueden quebrar». No resultó sencillo encontrar la empresa capaz de transportar todas las balaustradas a Mallorca, donde las sometieron a una microabrasión: «El propósito era recuperar la superficie original del hierro sin agredirlo. Se hizo con silicato, un polvo muy fino. En Ibiza se hacen arenados, pero ese grano es muy grueso y deja una superficie muy agredida, que si la ves a microscopio está llena de agujeritos y arañazos. Con la microabrasión respetas más el acabado original del hierro, al que luego dimos un tratamiento protector anticorrosivo con el fin de que no vuelva a ocurrir lo que pasó originalmente».

Luego tocó devolver el color original, aquel dorado de 1899 que perdieron con los años. Para las balaustradas de los palcos se emplearon cerca de 100 librillos de pan de oro de 22 quilates adquiridos a un suministrador de Córdoba: «Fue un desafío. Decoramos cientos de metros con pan de oro. Hemos necesitado dos años. El oro en lámina no es caro. Lo realmente caro es la mano de obra. Hacen falta horas y dedicación». Sólo para las balaustradas contrató a una veintena de profesionales: «Cinco restauradoras hemos llevado a cabo el trabajo de dorar. En la limpieza inicial mediante microabrasión me ayudaron dos operarios y otra restauradora. También intervinieron dos carpinteros- ebanistas, tres herreros, un pintor-lacador, los transportistas...». No fue fácil.

Y ahí no acabó el reto de las balaustradas, pues cada una tiene su pasamanos. Mantuvieron los originales, hechos con pino melis, como las columnas: «Estaban forrados con un terciopelo rojo que estaba muy deteriorado tras sufrir el ataque de las polillas, que devoraron parte de la tela. Amén de las humedades». El terciopelo empleado ha sido suministrado por una empresa sevillana: «Es de un gramaje muy grueso e ignífugo».

También tienen pasamanos las balaustradas del gallinero, que pesan menos por estar hechas con hierro de forja, quizás escogidas así porque «eran más baratas», y que además carecen de la decoración que tienen las de las dos primeras plantas.

Reloj del Teatro Pereyra 1920.. El Pereyra tal como era. Reportaje dominical 26 mayo 2024

En los años 20. Se ve su reloj. / Arxiu Bruno Roig

28 columnas perforadas

Las 28 columnas de los palcos fueron creadas con madera de pino melis, «que ya no es fácil encontrar en la isla. Es un pino del Mediterráneo de mucha calidad, de más lento crecimiento». De su calidad da cuenta que en esas columnas no encontraron nada de carcoma: «Sólo hallamos un par que presentaban un ataque de termitas (no de carcoma) en la base. Para los años que tiene el teatro no está nada mal». Las termitas en Ibiza tienen una peculiaridad: «Atacan una esquina y se van. Y dejan el resto».

Aunque estaban sanas, tuvieron que intervenir en cada una de las 28 columnas: «Las extrajimos y las perforamos a lo largo de su interior para introducir dentro un tubo de acero». Era necesario para que cumplieran los códigos de seguridad técnicos y se pudieran seguir utilizando: «Según esos códigos actuales, las columnas debían tener una resistencia estructural de la que carecen por sus dimensiones» por ser demasiado finas. Ese trabajo de ebanistería fue realizado por Pepe Planells, profesor de la Escola d’Arts i Oficis. También hicieron un estudio de policromía de las columnas, cuyas estrías redecoraron como antaño, con oro de coquina.

Reproducción de las escaleras laterales

Las dos escaleras de los laterales no son las originales: «Ni quedaban suficientes restos ni los que había podían adaptarse a la actual configuración de seguridad y funcionalidad. Eran más cortos, estaban doblados o partidos o se habían perdido… Encontré el mismo tipo de balaustre en Mallorca. Es de aluminio, más ligero, no pesa como el de hierro fundido. Sus pletinas son de hierro». Se trata de un balaustre de época «que se ha ido reproduciendo, imitando aquel estilo, para la rehabilitación de algunas casas», explica Peinado. En este caso, fueron doradas con unos 55 librillos de pan de oro. De los dos arranques de las escaleras, con forma de enorme alfil, sólo uno es el original. Es de roble. El otro es una reproducción.

Fachada Teatro Pereyra 1920.

Fachada del Pereyra en la década de 1920. / Royal Arxiu Bruno Roig

Celosías: del techo de platea a los dos bares

Antaño, el techo de platea estaba decorado por dos celosías que formaban parte del sistema de iluminación original. Ahora se encuentran en otro lugar: hay una en el techo de cada uno de los dos bares que hay en cada extremo, casi al llegar al gallinero y pegados a sus respectivas escaleras. En su lugar, en lo alto del teatro se han instalado tres potentes lámparas y una especie de lucernario de nuevo diseño.

La función inicial de ambas celosías, de estilo modernista, era iluminar la sala. Al restaurarlas detectaron fragmentación, suciedad acumulada, deformación y pérdida de algunas partes, especialmente la que estaba hecha con contrachapado. Del centro de las celosías colgaban además unas lámparas de hierro esmaltado y pintado de dorado que tuvieron que restaurar porque sufrían oxidación, suciedad y pérdidas puntuales del esmaltado.

El cielo en el techo

Cuando a finales de los años 90 Peinado visitó el Pereyra, el teatro «aún conservaba bastantes partes del techo, construido con cañizo y yeso». Vio algo que le llamó la atención: «Restos de pintura azul. Quise hacer unas catas, pero no se pudo en ese momento. Seguramente aquella techumbre, como la de todos los teatros de la época, tenía un celaje, es decir, estaba pintado como si fuera un cielo. Eso se ha perdido. El techo de plateas siempre se pintaba, bien con cielo, bien con un trampantojo. En el Teatro de Burgos, donde intervine, tuve que reproducir (basada en las fotos del original) una balaustrada y el cielo para que pareciera que te asomabas al firmamento desde una terraza». Peinado ha intervenido, además de en los de Ibiza y Burgos, en el teatro Carlos III en Aranjuez.

Proyector.

Proyector lleno de excrementos. / N.P.

El difícil rescate de los dos proyectores

Más que restaurar, Peinado ha obrado un milagro con los dos proyectores de linterna Ossa, uno de los años 30, el otro, de los 50, que ahora se exhiben en el gallinero del teatro: «Cuando los vi, no se reconocía lo que eran. Ha habido que ‘bucear’ entre excrementos. Esto era un palomar. Cada proyector estaba lleno de montones de excrementos, que habían corroído los metales, los plomados, los hierros… Ha sido un trabajo muy duro. Hay zonas en las que hemos tenido que reproducir el color original (gris azulado). Hemos limpiado, recuperado y pintado todos los cromados». La mitad del objetivo del proyector de los años 50 no existía: «Lo hemos tenido que reconstruir con resina».

Proyector.

Proyector corroído. / N.P.

Ha recuperado los dos soportes de los rollos de la máquina de los 50 (que tiene pegada una franja de Dymo en un lateral), sujetos por unas pletinas que han tenido que reconstruir porque las originales se habían perdido.

Nieves Peinado junto a uno de los dos proyectores que ha rescatado. / TONI ESCOBAR

Nieves Peinado junto a uno de los dos proyectores que ha rescatado. / TONI ESCOBAR

«Nada de esto -señala los mecanismos, los botones, las pequeñas palancas- se veía antes de que las limpiáramos. A medida que quitábamos los excrementos iba apareciendo la máquina», corroída por el ácido de las defecaciones de las aves. Tampoco fue fácil trasladarlas de nuevo desde el almacén de Platja d’en Bossa (propiedad de Matutes) adonde llevaron cada pieza del Pereyra, hasta la planta alta del teatro: pesan 290 kilos y 250 kilos, respectivamente.

El motor Junkers original de la tramoya

Un motor alemán Junkers movía la tramoya del teatro para cambiar los telones y los fondos de escenario: «Este sistema se usó desde que se abrió el teatro. Duró toda su vida». Clavado al suelo, funcionaba con gasoil. Ahora ubicado en la planta baja para que sea visto por los clientes del teatro, también se lo encontró Peinado tapizado con cagadas de paloma. Conserva una etiqueta en alemán (idioma en el que está escrito el dispositivo de control del aceite) y su rueda de hierro maciza, extremadamente pesada: «Moverlo y manipularlo nos ha costado mucho».

Un Hammond comido por los ratones

Casi sucumbe bajo los excrementos de las aves que se colaban en el teatro. Peinado se encontró el órgano eléctrico Hammond, versión A1 y de unos 60 años de antigüedad, en pésimas condiciones. Fue construido en California, aunque su caja procede de Alemania: «Sus piezas (la madera, las teclas) son de calidad. Por eso se ha podido recuperar». Echó a las teclas barniz acrílico y laca «porque el excremento había corroído algunas partes y dejado unas manchas de color mate». Limpió todo el mecanismo, que «estaba mordido por las ratas». Es uno de los objetos cuya restauración le ha dado mayor alegría: «Estoy muy contenta por cómo ha quedado». Cree que, en su momento, «debió suponer un esfuerzo importante comprarlo».

El piano del cine mudo

Peinado penetró por primera vez en el Pereyra porque el Consell le encargó la restauración de los telones y de un piano: «Les dije que los telones no merecían la pena. Eran de los años 70 y habría que volver a ignifugarlos. En el Consell pensaban que el piano estaba para tirar. Como estaba en una situación muy deplorable, creían que no se podría restaurar. Yo les dije que sí se podía, pero no para utilizarlo. Valía la pena casi como elemento arqueológico».

Ese piano, un Wacptel, es el que se empleó en el teatro desde sus orígenes para ambientar todo tipo de actividades. Desde la llegada del primer proyector, en 1904, sirvió para ambientar musicalmente las películas mudas. Solía tocarlo allí Vicent Mayans, impulsor del Orfeón. Cuando Es Diari realizaba por esa época las críticas de las películas que se proyectaban allí, una parte estaba dedicada a las habilidades del pianista. Por ejemplo, en el diario del 4 de marzo de 1918 se habló de ‘Eclair nº41’, ‘El viajero misterioso’ y ‘El genio del mal’, películas «soberbias», algunas «delirantes», proyectadas el día anterior en el «elegante Coliseo» y en las que «el maestro Sr. Mayans fue superior cual siempre».

Dentro del piano hallaron colillas de tabaco de liar, que quizás cayeron dentro cuando el pianista dejaba descuidadamente las pavas sobre el borde superior, que a veces estaba destapado. Aún se pueden ver las marcas dejadas por muchas colillas que se consumieron en los laterales de madera del instrumento, entre calada y calada.

Y dentro también encontraron una caja de fósforos ilustrada con el retrato (dibujado) de Juan Rosado Mújica, delantero de fútbol nacido en Las Palmas en 1915. Algo deteriorada, forma parte de la colección de la temporada de la Liga de 1936-37, que no llegó a jugarse debido al estallido de la Guerra Civil. Cada una de esas cajas (de CAF Hacienda Pública, Monopolio de Cerillas y Fósforos) contenía 30 cerillas y costaba cinco céntimos. La cajita estuvo allí dentro casi nueve décadas.

Piano restaurado.

El piano restaurado. / Toni Escobar

Cuando Peinado abrió el piano observó que le faltaban 40 piezas, entre ellas muchas teclas: «El marfil, que es el material con el que estaban hechas las originales, ya no se puede comercializar, por lo que las restauré con chapa de madera. Originales quedan las tres primeras de la izquierda y las dos últimas de la derecha del teclado». La mayoría estaban hundidas. Y por dentro, todo el mecanismo se encontraba «muy devorado por ratones y ratas. Se comían las almohadillas de los percutores y el fieltro verde. Las polillas también intervinieron».

La caja de aquel Wacptel fue fabricada en Barcelona, «pero su engranaje procedía de Europa del Este». Dada la época en que llegó a Ibiza, posiblemente era austrohúngaro.

Piano.

El piano antes de ser restaurado. / N.P.

Una puerta de entrada modernista

La restauradora tuvo que adaptar los vidrios de seguridad que exige la normativa actual a la puerta de entrada, que es modernista. No fue fácil porque tienen el doble del grosor que el original. Hay al menos otras dos puertas más almacenadas. El color que tiene es el original, que obtuvo tras unas catas: es aguamarina, el mismo que se encuentra «en las puertas de muchos edificios modernistas de Barcelona». Durante toda su historia fue repintado de mil colores, «con gris al final». Ese aguamarina «da una idea de la alegría que tenía ese edificio. Era el espíritu de la época», señala Peinado.

Que la entrada al teatro se haga por esa puerta fue un empeño de Pedro Matutes, a quien los técnicos no lograron convencer de que era más práctico optar por otras soluciones. Pero no, el empresario hotelero quería que el resultado de la reconstrucción fuera lo más similar a lo que su antepasado, Abel Matutes Torres, vio cuando se inaguró hace 125 años.

Puerta de entrada.

Puerta de entrada. Se recuperó el color original. / Toni Escobar

Con piedra de Santanyí

En la fachada destaca la balaustrada del frontal y, sobre ella, dos jarrones de coronación (había otros cuatro en las balaustradas superiores, pero desaparecieron): «Esos elementos son plenamente modernistas. Yo quería que eso destacara. Encontramos el color original: arenisca». Originalmente, se usó en su creación un hormigón muy primigenio: «El modernismo se caracterizó por el uso de nuevos materiales para crear nuevos efectos. Lo que hicieron en 1899 fue simular que eran elementos de piedra arenisca». La conservación durante sus 125 años fue mala: «Se llegó a aplicar en ellos pintura plástica y se añadió cemento. Todo eso fue eliminado para devolverle el aspecto original».

Fachada del Pereyra.

Uno de los dos jarrones de coronación modernista. / Toni Escobar

Más arriba hay un frontón decorado con motivos vegetales (hojas de acanto), un círculo con el año del fin de las obras en su interior (1898) y un escudo de Ibiza, todos modernistas. Peinado los encontró pintados de rosa, como la fachada. Y así, señala Pintado, esos elementos «no tenían sentido». La restauradora considera que «estaban concebidos para resaltar sobre el fondo». «Recuperé -indica- el aspecto original, que estaba muy deteriorado y disgregado. Lo consolidamos y recuperamos el volumen».

El escudo y las letras del teatro también eran, originalmente, de color piedra arenisca, aunque finalmente estas últimas aparezcan pintadas de blanco. Ambos elementos están construidos con piedra de Santanyí (Mallorca), «la misma con la que está hecho el obelisco a los corsarios. Cuando se quería que algo durase, se traía esa piedra a Ibiza. Es muy resistente, un marès que ha evolucionado, pues ha perdido la arena y queda el cementante. Donde estaba la arena hay unos agujeritos (oolitos) muy característicos de la piedra de Santanyí». Tanto el escudo como las letras del teatro están en perfecto estado, sin erosión.

Y la guinda de la restauración

Para la escenografía interior, los impulsores del Teatro Pereyra contrataron a Salvador Alarma i Miquel Moragas, que por entonces eran «la excelencia del Modernismo, tan respetados como Gaudí», indica Peinado. Aquella escenografía «llamó la atención en su época porque contenía demasiadas flores. ¡Claro, porque era el Modernismo, muy moderno para el gusto local!». Es posible, según cree, que algunas de aquellas lonas aún se conserven. Hay varias lonas sin identificar en los almacenes del Pereyra: «Alguna convendría abrirla. Pero hacerlo es un proceso de restauración complejo, pues la tela está muy deteriorada. Pero convendría hacerlo, pues lo mismo tenemos una obra de fondo de escenario de Alarma i Moragas». Sería la guinda de esta ardua restauración.

Suscríbete para seguir leyendo