Memoria de la isla | La herencia oriental

Determinante en la historia pitiüsa, la herencia oriental no ha tenido la atención que merece. Sucede que la historia la escriben los vencedores, y siendo los púnicos perdedores, quedaron en los manuales como chupa de dómine por la mala prensa que les dedicaron romanos y griegos, que, a su pesar y en la trastienda, los admiraban y temían. Con razón, porque poco faltó para que Roma cayera.

Orientales son también los cultivos, las norias y los pozos.

Orientales son también los cultivos, las norias y los pozos. / DI

El caso es que los púnicos pasaron a la Historia como gente perversa. De su crueldad, decían en el Foro romano, era buena prueba que ofrecieran a sus hijos en sacrificio a los dioses, para que estos les ayudaran si venían mal dadas. Para los tribunos romanos era menos grave su diversión de dar cristianos de merienda a los leones. Pero volvamos a la mala fama que han tenido siempre los semitas. Llamarle a uno ‘fenicio’ era insultarle. Y lo cierto es que, en Ibiza, la Ayboshim púnica nunca ha contado a pie de calle. Es historia pasada. Tal vez, ni eso. ¿Quién reconoce a sus ancestros en la objetos cotidianos –pulseras, vasos, platos, anzuelos etc- que atesora el Museo del Puig des Molins? Diría que nadie. Y sin embargo, el hilo de la historia no se ha roto. Pisamos el mismo suelo que pisaron ellos. Vemos las mismas montañas, los mismos valles y el mismo mar. Su ciudad sigue siendo la nuestra y nuestros cementerios no quedan lejos de su Necrópolis. Seamos conscientes o no de ello, su historia es nuestra historia.

Y en lo que se refiere a los moros, aunque nos digan que la isla progresó con ellos, su recuerdo se torció por mor de las razias que aquí protagonizaron tras su derrota y expulsión. Aquellas incursiones piráticas los borraron de nuestra memoria. El moro, como el fenicio, también era malo. De aquí nuestro desapego. De aquí que púnicos y árabes hayan importado muy poco y que nuestro imaginario haya ignorado su legado que, paradójicamente, ha estado muy presente hasta nuestros días en muchos aspectos de la vida de la isla, en su cultura, en sus cultivos, en sus costumbres y en sus tradiciones.

Esta distorsión secular que no identificaba ni reconocía lo que en realidad estaba en nuestras entretelas, merece que nos reconciliemos con un pasado, el anterior a 1235, que en muchos aspectos fue mucho mejor para las islas que los tiempos de retroceso y penurias que siguieron a la conquista catalana. Y por si el lector piensa que exageramos el peso que lo oriental ha tenido en las islas, veamos que nos dice la cronología de la historia pitiüsa. Desde el desembarco fenicio (s.VII aC.) hasta nuestros días, (s. XXI), pasan 27 siglos. De ellos, sólo 8 (XIII-XXI) son de cultura occidental, mientras que 19 (VII aC.- XIII dC.), más del doble, son orientales con los fenicios, púnicos, bizantinos y árabes. Puede parecer exagerado, pero nuestro amanecer llega con el sol desde el extremo oriental del mediterráneo, desde la Tiro fenicia (Libano actual). De allí vienen al Far West de entonces, al lejano oeste, los colonos que crean las ciudades y factorías fenicias occidentales en el sudeste peninsular y también Ayboshim. Nuestra isla permanece después, entre los siglos VI aC y II aC., bajo la sombra de Cartago, y caída la gran metrópoli africana, todavía permanecerá otros 200 o 300 años, ya como Ebusus romana, emparentada y sin perder hilatura en su lengua, costumbres, formas de vida y comercio, con todas las otras colonias fenicio-púnicas del occidente mediterráneo, Gádir, Malaka, Sexs, Baria, Toscanos, Abdera, etc., que después, muy lentamente, —el pez grande se come al chico—, acaban romanizadas.

Ahora, cuando ya tenemos una completa Historia de Ibiza y Formentera, nos falta un estudio que recoja esa herencia oriental que decimos, que de manera natural se ha preservado durante siglos y que ha determinado muchos aspectos de nuestra forma de vivir y de ser

Ahora, cuando ya tenemos una completa Historia de Ibiza y Formentera, nos falta un estudio que recoja esa herencia oriental que decimos, que de manera natural se ha preservado durante siglos y que ha determinado muchos aspectos de nuestra forma de vivir y de ser. No hablamos de la supuesta herencia genética y de determinado talante que algunos han estado buscando. Hablamos de vestigios visibles y concretos que dejan rastros relativamente fáciles de seguir. Entre otras cosas, porque el aislamiento insular retuvo durante siglos las formas de vida del Viejo Mundo, un anclaje ancestral que sorprende a los primeros viajeros de finales del XIX y principios del XX y que se mantiene, casi, hasta los años 50. Nos preguntamos qué quedaba entonces de aquel universo arcaico que luego se amalgamó, sin desaparecer, con el aporte del mundo, supuestamente más civilizado, que llegó con los catalanes el 1235, fecha bisagra que marca un antes y un después en la historia de las islas.

Sin exagerar

Habrá que verlo sin exagerar, porque no todo es fenicio. Ni todo es cosa de moros. Los conquistadores arrasan. Hacen borrón y cuenta nueva. Ahí está el santoral, aberrante por exagerado, que rebautiza nuestra geografía. Las gentes, sin embargo, mantienen de manera natural sus viejas raíces, su idiosincrasia, sus costumbres, su particular manera de vivir. La huella oriental, en primer lugar, está en nuestra arqueología. Y en la singular dispersión del hábitat en el medio rural. En los tiempos púnicos toda la isla está ya colonizada. Lo vemos en sus viñas que aparecen aquí y allá, en la explotación de las Salinas y en el alejado santuario de es Cuyeram. Una dispersión que se mantiene en la Ibiza árabe. Basta repasar la relación de alquerías y rafals que Marí Cardona sacó a la luz. Y orientales son también los cultivos, las norias, los aljibes, los pozos, los molinos de agua de Buscastell y de la desembocadura del río de Santa Eulària.

Y por supuesto, los sistemas de riego que tienen su mejor expresión en ses Feixes de Vila, en sus portales y sus acequias. Y huella oriental es también la laberíntica urdimbre de Dalt Vila, con sus callejas angostas y zigzagueantes, abrazadas por las murallas medievales. Y luego está nuestro folclore, un jardín en el que no voy a entrar, pero que tiene también elementos netamente orientales, aunque tenga otros muchos que no lo son.

Orientalidad de rasgos y talante

Alguien podría, incluso, mentar cierta orientalidad en los rasgos y en el talante de nuestras gentes, pero este es ya un terreno resbaladizo que, en todo caso, queda para los antropólogos, etnólogos y sociólogos. Yo me quedo aquí. En el deseo de que esta herencia oriental que está en nuestras raíces pueda dar un relato con hilatura, antes de que la barahúnda de los nuevos tiempos nos confunda y nos babelice definitivamente.

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