Memoria de la isla: Las viñas de Ayboshim

Como hace más de dos mil años, los viñedos vuelven a hundir en nuestros campos sus raíces y quienes los cuidan elaboran caldos que, por su contrastada calidad, consiguen premios en los certámenes a los que concurren. Nuestras islas recuperan así uno de los primeros cultivos que tuvo la Ibiza púnica y, una vez más, descubrimos que no es una ingenuidad buscar nuestro futuro en el pasado.

Zanjas de los viñedos púnicos.

Zanjas de los viñedos púnicos. / DI

El mapa arqueológico de nuestras islas está literalmente acribillado por los registros de sus yacimientos. Muchos de ellos siguen enterrados, a la espera de la oportunidad y de los medios que permitan su excavación y estudio. En algunos casos, sin embargo, los arqueólogos hacen excavaciones de urgencia, porque los vestigios aparecen al construir una carretera o levantar un edificio. Es lo que hace algunos años sucedió en es Puig d’en Valls y en Santa Gertrudis. Al levantar el mantillo de las tierras superficiales, apareció una losa de piedra calcárea de considerable extensión, relativamente uniforme, en la que se habían excavado, en largas ringleras más o menos paralelas, de entre 20 y 100 metros, unas insólitas trincheras o zanjas de 0,5 a 0,9 metros de profundidad, 0,5 metros de anchura, separadas unas de otras unos dos metros. Nuestros arqueólogos no tardaron en identificar y datar estas sorprendentes cárcavas longitudinales. Se hicieron para plantar viñedos, ya en los tiempos púnicos, siglo II aC., aunque se ampliarían y utilizarían hasta muchos siglos después. Cabe decir que esta técnica de cultivo, vides en vaso, era conocida en desde época protohistórica y practicada, incluso, en el oriente próximo helenístico.

Por la gran cantidad de ánforas estandarizadas que salían de los alfares de la isla para el transporte y exportación del vino excedente, sabemos que la Ibiza púnica mantuvo desde el siglo V aC., no menos de 300 años, una explotación vitivinícola intensiva. Estas ánforas vinarias, como explican Garí y Marlasca, estilizaron su perfil y su sola forma, como si fuera una denominación de origen, las identificaba como púnico-ebusitanas. Se han localizado en muchos enclaves mediterráneos, prueba del alcance que aquel comercio tenía. Del vino también nos dan noticia las tinajas de almacenamiento y las cerámicas domésticas, jarras, vasos, etc. De los viñedos nos hablan autores como Columela que siguen el Tratado de Agricultura de Magon (s. IV-III aC) que tradujeron griegos y romanos, pero del que sólo conservamos fragmentos. Esas fuentes, sin embargo, sólo nos dan un conocimiento teórico, lo que escasea es la prueba física de aquellos cultivos, precisamente lo que tenemos en los singulares yacimientos de Puig d’en Valls y Fruitera, hoyas o trincheras excavadas en la roca caliza para cultivar en ellas las vides.

El esfuerzo de cavar

Sería ingenuo pensar que esta particular modalidad de cultivo era la única que se practicaba en la isla. Existieron, sin duda, viñedos convencionales, viñas plantadas, como se hace hoy, en suelos apropiados, pero que, por razones obvias, no han dejado el rastro que sí tenemos en estas hoyas excavadas en la roca caliza. La vid era a tal punto valorada que merecía el esfuerzo que suponía excavar la piedra. Estas estructuras, por otra parte, tenían que ser especialmente rentables, en otro caso no las hubieran hecho. Posiblemente, facilitaban una explotación intensiva, una maduración más rápida y una mayor calidad en uvas y vinos. En estas hoyas, el agricultor, en vez de conformarse con el suelo más o menos apropiado que le ofrece determinado lugar, puede crear el sustrato que considera mejor, determina la morfología del suelo. Puede jugar, en su composición, con arcillas, arenas, calizas y piedras. Sabe que las arcillas son suelos fríos que dan vinos de gran volumen, con abundancia de taninos, que acumulan pigmentos y aromas; que las calizas dan vinos finos y poco alcohólicos; que las arcillas ferruginosas dan vinos alcohólicos y subidos de color, de tonos azules; que las arenas adelantan la maduración y dan vinos brillantes, suaves y de poca graduación; que las arenas-calizas dan vinos alcohólicos y secos. Nuestro payés púnico sabía esto y mucho más. Podía, a otra escala, como hacemos en un tiesto doméstico para una determinada planta, crear el sustrato más adecuado para sus cepas.

Sabemos que los suelos profundos, con provisión adecuada de agua y abundancia de nutrientes, son propios de grandes producciones, mientras que los suelos superficiales y con menor reserva hídrica, no permiten un gran desarrollo de la cepa y producen cosechas menores, pero de mayor calidad. Este último podría ser el caso de los cultivos de viña en trinchera. Podríamos incluso pensar que lo que en esta forma de cultivo parecen inconvenientes, tal vez tenía ventajas. No olvidemos que la vid es una planta de gran rusticidad que, siempre que no haya carencias ni salinidad, aprecia los suelos pobres que otros cultivos no aceptan. Y que medra bien en suelos calizos de baja fertilidad. La limitación espacial de la hoya puede despabilar la planta, la hace austera, resistente y diligente en su sistema radicular para aprovechar el más mínimo nutriente, para sacar de la escasez el máximo provecho.

La pobreza y el vino

Y la pobreza, el viticultor lo sabe bien, es un elemento de calidad del vino, favorece rendimientos limitados pero de gran calidad, al evitar la dilución de colorantes, aromas y componentes organolépticos. Visto así, en las cepas de trinchera, menos es más. La hoya, por otra parte, podía tener un efecto térmico regulador, protegiendo la cepa lo mismo en invierno que en verano. Y en cuanto al posible encharcamiento de las fosas, al tratarse de un cubículo aparentemente cerrado, cabe decir que la hoya puede estar preparada con un lecho de piedras para facilitar el drenaje, sin olvidar que la piedra caliza es asimismo porosa y tiene grietas que facilitan un desagüe natural. El único problema podrían generarlo lluvias torrenciales que en nuestras latitudes no son frecuentes. En tales casos, no sabemos si podían utilizarse canales superficiales de desagüe o alguna forma de cobertura, caso de entoldados, para minimizar los daños. El caso es que el cultivo en trinchera se practicaba porque convenía. Está ahí. Tuvo que ser, necesariamente, una modalidad de cultivo rentable. 

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