Diario de Ibiza

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Cuando Ibiza era otra fiesta

Nico, de la Velvet, se fue en bicicleta

El hijo de la cantante y modelo acudió a Radio Diario para buscar al taxista que recogió a su madre y la llevó al hospital

Entre los recuerdos más llamativos que uno guarda de sus tiempos de Radio Diario de Ibiza, figura la singular entrevista que, a la tórrida hora de la siesta de un día de finales de julio de 1988, le hice a un triste, hermoso y algo bohemio chico de 25 años, para ver si a través de las ondas podía encontrar y agradecerle al taxista que unos días atrás había recogido a su madre de una caída fatal en bicicleta bajando por el Puig des Molins. Estaba inconsciente, y la había llevado al ambulatorio de Can Misses, donde falleció dos días después. Y es que todo en aquella extraña charla resultó desconcertante para mí. Empezando porque Juan Suárez, el director del programa que hacíamos al alimón, no me había informado de una entrevista que haría yo solo. Y menuda papeleta la que me esperaba. Pues la madre en cuestión era nada menos que la famosa cantautora, modelo y actriz alemana Christa Päffgen, conocida como Nico; de gran prestigio, sobre todo en el mundo del pop norteamericano, por sus colaboraciones con el grupo de culto The Velvet Underground. Toda una leyenda desde los sesenta hasta hoy mismo por ir asociada a iconos pop de la talla de Andy Wharhol, Lou Reed o John Cale, entre otros. Así que menuda responsabilidad me había caído encima. Y menos mal que algo sabía ya del tema, dado que por entonces uno era lector asiduo de revistas musicales británicas como The Melody Maker o New Musical Express. Pero lo que realmente me impactó fue lo perdido que estaba aquel chico, que con sus grandes ojos oscuros parecía agarrarse a la buena fe de aquel locutor, empático con su pena evidente y con la insólita situación creada para intentar hacer algo por la memoria de su querida madre, perdida de forma tan traumática. Y todo dicho en un inglés, cortito por mi parte, que iba traduciendo a la audiencia.

Leyendo ahora la nota que salió al día siguiente en las páginas de Radio-Televisión de este Diario, firmada por el compañero J.M.P.M (José María Pérez Muñoz) y con foto del propio Harry ante los micrófonos, compruebo lo que no había olvidado: por un extraño milagro casi, resultó que el taxista en cuestión escuchó la entrevista y se personó en la emisora, con lo que todos quedamos más que satisfechos. Con el curioso añadido del comentario de algún colega que envidiaba mi suerte por la pasta que podría sacar de algún medio internacional con la grabación de la entrevista y tal. Pero, je, no existía tal grabación, porque ante la emoción de un encuentro humano de esa intensidad vital, lo último que uno habría pensado era grabarla para rentabilizarla. Lo que demuestra una vez más (pues algo parecido me pasó en varias ocasiones), es que yo no era un auténtico periodista, sino que sólo hacía del oficio porque me gustaba. Por eso me enredaba en lo que tenía entre manos al margen de intereses o cálculos previos. De lo que, de vez en cuando, hasta me siento orgulloso. Como es el caso. Porque se me olvidaba otro detalle singular de la historia: el tal Harry fue el producto de una aventura de Nico con uno de los guapos oficiales del cine francés: nada menos que Alain Delón. Y aunque creo que nunca reconoció su paternidad, ni Harry la pretendía; su hermoso rostro evocaba bastante el de su apuesto papá. Y como uno ha sido siempre bastante vulnerable a la combinación de belleza y tristeza unidas en un rostro joven, de ahí que se me fuera el santo al cielo ante lo apasionante del momento y no pensará para nada en lo que podría sacar de aquella exclusiva periodística mundial tan inesperada y sorprendente.

Diario de Ibiza 1988/07/26 Tecnodoc (Dept. PDF)

Al mirar ahora en Wikipedia el trágico final de Nico, me ha venido de golpe una indignación notable por lo que leo: resulta que los facultativos que la atendieron erraron el diagnóstico y tomaron por un golpe de calor (o una insolación, precisa la nota) lo que en realidad era un infarto agudo de miocardio. Un terrible error que, de haber sido sido evitado, y tratado como debería haberlo sido, habría salvado la vida de la infausta Nico, que la sazón de 1988 contaba tan sólo con 49 años, aunque ya llevara a sus espaldas una larga trayectoria de éxitos y algún que otro fracaso, como puede comprobar bien fácil quien entre en la Red y la eche una ojeada a su trayectoria. Y es que ante el cabreo natural de cualquiera por tan terrible error médico, se une en mi caso una circunstancia personal que lo vuelve más lacerante aún. Verán, les cuento; aunque igual no debiera. Pero sí, por lo que tiene de toque de atención para todos y para todas a la hora de valorar ese bien inapreciable y maravilloso que todos llevamos dentro y que tratamos con cierta indiferencia hasta que no le vemos las orejas al lobo. Hablo del bien supremo, la vida.

Un infarto de miocardio

Precisando, que es gerundio, sí. Uno ya tenía previsto que el cuarto episodio de esta serie fuera el dedicado a Nico, pero no lo había aún escrito antes del pasado 4 de este agosto sofocante. Un día, jueves para más señas, en el que a eso de las nueve de la mañana sufrí un infarto de miocardio. La cosa no resultó tan grave como podía haber sido por una serie de favorables circunstancias que actuaron a mi favor, y que ahora y aquí no vienen al caso. Aunque ya que he sacado el tema por el contraste terrible del accidente de la pobre Nico con el mío, sí quiero aprovechar la ocasión para felicitar al buen y eficiente equipo de profesionales con el que cuenta Ibiza en lo relativo a la Salud Pública. Una suerte que sólo valoramos como merece cuando la vida nos enfrenta a casos tan límites como el que aquí cuento; y que son solucionados, en su generosa medida de lo posible, por una siempre frágil Salud Pública, ajena a la condición social de los pacientes. Un sistema social, pues, al que deberíamos todos y todas reconocer más y mejor de lo que lo hacemos. De ahí que aproveche la circunstancia, totalmente fortuita de este capítulo, para agradecer a todos los que me ayudaron a salir de semejante susto y palo. Porque hay cosas fundamentales y capitales en la vida (el amor es otra de ellas) que sólo las valoramos de forma cabal cuando las perdemos.

Pero para restarle a este texto algo del tono triste y lamentable que tiene, lo voy a cerrar evocando una imagen grata y hermosa de mi adolescencia que tuvo de protagonista a Nico, a otra Nico, totalmente ajena y distante a la que he traído aquí ahora. Es de finales de los años cincuenta. Entonces, estuvo por España por su condición de modelo y rodó varios anuncios para aquella televisión en blanco y negro. Uno de ellos fue para las potentes, entonces, Bodegas Terry del Puerto de Santa María; hermosa y querida ciudad gaditana en cuyo Instituto Laboral estudié el bachiller de esa modalidad. Uno veía el anuncio de aquella delicada y seductora modelo alemana en casa de algún compañero de curso, porque mi padre no dejó que la cajita tonta entrara en casa hasta 1968. En él aparecía una especie de diosa pálida con el pelo rubio y lacio montando un hermoso caballo blanco trotando al ocaso por una de las hermosas playas de mis años feroces de poeta en ciernes. Caballo blanco, por cierto, de la prestigiosa raza de equinos árabes, cuya cuadra de los Terry, de unos diez ejemplares de lujo, se podía visitar. Ni que decir tiene que todos mis colegas del instituto estábamos subyugados por la inefable belleza nórdica de nuestros sueños, la dulce Nico. Aquella que, muchos años más tarde y sin que entonces las relacionara entre sí, volviera a enamorarme (y lo sigue haciendo) cuando canta desde el famoso disco del plátano de la Velvet Underground sus dos tiernas baladas ‘Sunday morning’ o ‘I´ll be you mirror’.

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