suplemento arte&letras

Miguel Espinosa. Inquietante y desconocido

Miguel Espinosa.

Miguel Espinosa. / Por Miguel Ángel González

Miguel Ángel González

Miguel Ángel González

«El necesario rigor obliga a comenzar la historia cuando la Feliz Gobernación sólo era una escombrera de hombres, heces y vocablos huecos, amontonados por la espada de oscuros déspotas que imploraban la tradición y aseguraban restaurar la pasada grandeza, nunca resucitada (…) Pero en ninguna parte surgía doctrina, artista o talento. El pensamiento se hallaba extrañado, la belleza olvidada»

Miguel Espinosa en ‘Escuela de Mandarines’

Miguel Espinosa, escritor nacido en Aravaca, (Murcia), muere el 1982 de infarto a los 56 años y deja tras de sí una leyenda a partir de la publicación de ‘Escuela de Mandarines’, una obra inclasificable, épica y descomunal. Cercano a Gracián, Spinoza y Cervantes, Espinosa, hasta entonces desconocido, construye un universo envolvente y único en la narrativa española. Apólogo total, el texto funciona como un oráculo que trata de articular una visión de la vida del hombre en el mundo. Y la crítica más acerada, perpleja, busca adjetivos: «Colosal comedia humana, Summa literaria que purifica cuanto toca» (Masoliver Ródenas). «Una lección, una cosmología, una obra de arte, una representación del mundo» (Rafael Conte). «Fuente de delicia y asombro, novela total» (Tierno Galván). «El Criticón de nuestros días» (Aranguren). «Colosal estructura» (Delibes). «Entre los más grandes de Europa» (Arrabal). Sigue la publicación de ‘Asklepios, el último griego’, suma ética de lo pagano, historia lírica de formación refugiada en el mundo clásico, un texto evocador y de extraordinaria belleza lanzado desde una muy justificada nostalgia a la Utopía. Asklepios, griego desterrado, sabe que sólo es cierta la pregunta y que es misión del hombre la predisposición del ánimo hacia el hecho raro de existir. Salen a la luz ‘La tríbada falsaria’ y ‘La tríbada confusa’, enfrentamiento de razón y pasión, bien y mal. Y queda mucha obra inédita que se viene publicando en lento goteo, la ‘Historia del eremita’ y ‘La fea burguesía’, crítica en clave, pero feroz, de la España franquista. Y no es todo. Que yo sepa, todavía quedan por aflorar ‘La feliz gobernación’, ‘Forma y revelación del mundo’, ‘Cartas morales’, ‘Falsos años’, ‘Conversaciones con Europeus’ y algunos otros textos sin títulos definidos.

Un escritor que rompe costuras

Marginal y exiliado interior, Miguel Espìnosa es un caso insólito en nuestras letras, un escritor que rompe costuras. Radical, creador de lenguaje y anticipado a su tiempo, un clásico con mayúsculas y, sin embargo, prácticamente desconocido. Alérgico al escaparate, -«no deseo destacar –comenta-, me da grima el aplauso», trabaja en clausura tras un curriculum anodino como abogado, asesor jurídico y agente de una compañía japonesa de importación y exportación. Nadie sabe de su escritura y del alto voltaje de sus textos. En su contra juega que sus primeras publicaciones –que hoy tenemos finalmente en Alfaguara- vieron la luz en ediciones regionales de corto alcance. Y lo que es todavía peor, ha sido un escritor bajo sospecha, al que vigilaba muy de cerca la censura franquista. Espinosa es, por otra parte, un escritor que no busca entretener, que convierte al lector en protagonista y le ofrece un espejo para que se vea. Sus textos son precisos y claros, pero su palabra es culta, infrecuente y arcaica. Más que inventar, su novelar sitúa, seduce y provoca. Contrapone voces, testimonios y opiniones, y más que ocuparse de los sucesos en sí mismos, incide en su análisis y en su interpretación. Lo que Espinosa consigue, con un derroche de cultura y belleza, es crear una cosmología, una reflexión metafísica y moral de primer orden.

Con inteligente prudencia, encarándose a la hibernación franquista, Espinosa busca en el lenguaje un instrumento de protesta

Escuela de Mandarines, su obra nuclear, es una utopía política, una lúcida y ácida parábola de la dictadura, un poderoso discurso ético y libertario contra el poder institucional, contra la corrupción política de una sociedad enclaustrada y casposa, un alegato satírico y temerario contra la hipocresía, la arbitrariedad, la corrupción, el nepotismo, la mistificación, la retórica y la impunidad de la cultura dominante que impone el miedo, la retórica y la mediocridad. En Espinosa desfilan mandarines, heterodoxos, inquisidores, cínicos, excarcelantes, enmucetados, legos, opositores, becarios, colaboracionistas, alguaciles, notarios, prohombres, autodidactos, rectores, alcaldes, mentores, beneficiados, soldados, filósofos, teólogos, abogados, predicadores, eremitas, dictadores, caudillos, gobernadores, requisadores, jueces, celadores, autócratas, censores, delatores, prefectos, generales, profetas, obispos, juglares, escribientes, observadores, espías, mercachifles, cómicos, poetas, prostitutas, mendigos, filántropos, guerrilleros, agnósticos, conversos, marmitones, incensadores, escoliastas, exegetas y, en resumidas cuentas, un inmenso y vivo retablo figurativo y simbólico.

Con inteligente prudencia, encarándose a la hibernación franquista, Espinosa busca en el lenguaje refugio y un instrumento medido de protesta, sustituyendo la frontalidad crítica por un gran montaje críptico cargado de ironía. Sus textos se protegen llevando al límite el lenguaje con una inventiva nada común. Espinosa se blinda en un cierto barroquismo lúdico y arcaizante, pero siempre con señales de pista. Y quien quiere entender, entiende. El propio Espinosa define su escritura: «Actualmente, las letras ibéricas y sudamericanas más populares y consumidas son narraciones de hechos entecos y llamativos, literaturas de lo pintoresco y de lo que, por definición sucede a otro, letras que sirven para acompañar y asombrar al lector en sus horas de asueto y broma. Mi literatura, por el contrario, es la narración de lo que le sucede precisamente al lector y sirve, según los casos, para confortarle o angustiarle, en sus horas serias. Mis personajes no son extraños a ningún hombre; no soy estanciero para disponer de protagonistas pintorescos que ofrecer a los invitados». Con inteligente y maliciosa retranca, Miguel Espinosa se burla de lo ortodoxo y de sí mismo, esquiva cualquier localismo y nos coloca frente a lo canónico y absurdo de la vida. Afortunadamente, la verdadera literatura sobrevive a toda clase de avatares y también la de Miguel Espinosa superará el paso del tiempo. Clásico hoy, seguirá siendo clásico mañana.

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