La planta primera del Museo Arqueológico Nacional de Madrid muestra el mosaico cultural de la Iberia prerromana entre los siglos VI y II a. C., hasta que estos pueblos se fueron «disolviendo» con la colonización romana. Mientras los púnicos convierten Ibiza en una próspera ciudad con un activo comercio con otros puntos del Mediterráneo y depositan exvotos de figuras femeninas dedicadas a Tanit en el santuario de es Culleram, en Mallorca y Menorca continúa el desarrollo de la cultura talayótica, con sus monumentales construcciones de megalitos y sus delicadas cabezas de toros de bronce que representaban a una divinidad y que coronaban fustes de columnas en los santuarios. Justo en la sala de enfrente el visitante se sumerge en las poblaciones ibéricas de la zona oriental y meridional de la Península, y que tienen como piezas emblemáticas la Dama de Elche y la Dama de Baza, así como el monumento de Pozo Moro, la tumba aristocrática con forma de torre que se eleva en el patio central. El viaje por la Iberia de la segunda mitad del primer milenio a. C. continúa por los pueblos prerromanos de origen indoeuropeo (preceltas y celtas), que ocuparon el centro, norte y oeste de la Península y cuya élite de guerreros usaba corazas de cuero y lino y, sobre ellas, los más distinguidos se adornaban con pectorales hechos de discos y placas de bronce cuidadosamente decorados. Estos pueblos guerreros con un gran dominio de la metalurgia dejaron un rastro de cascos, puñales, espadas y lanzas, un legado muy diferente al de sus contemporáneos púnicos ebusitanos, más ocupados en el comercio, la producción de ánforas y en rezarle a la maternal Tanit -diosa de la fertilidad-, que en los continuos conflictos de sus belicosos vecinos peninsulares.