Opinión | Para empezar

Las realidades de la plaza del Parque

El portal del edificio donde aterricé hace treinta años no da a la plaza del Parque, pero sí sus balcones y bajos. He visto desaparecer las tiendas que creaban vida de barrio. La mercería, la peluquería, los electrodomésticos, la pescadería..., hasta, hace nada, el supermercado. Y vaciarse de los vecinos de siempre las viviendas de enfrente, tal vez porque el ruido hacía insoportable su existencia. Tengo fotos, desde lo alto, de cuando las copas de los árboles no dejaban ver el suelo, antes de la tala de la última reforma porque «ensuciaban» (y quitaban espacio futuro a las terrazas), pero la plaza era un oasis de frescor. Y hace ya mucho tiempo que mis amigos migraron a otros lares de ocio huyendo de la turistificación y porque se sentían extranjeros en casa. Aquí ha intentado sobrevivir, y también ha muerto, gente sin hogar y, sí, ha habido y hay personas con problemas mentales y conflictivas. Enfermos abandonados por las instituciones que, como vecina, nunca me han causado el menor daño y que ni son los responsables de la mayoría de meados y vomiteras que nos ensucian la entrada ni de las noches de insomnio que nos regalan con sus cánticos y griteríos hasta las tantas los clientes borrachos de los bares. Plantearse siquiera, como hacen algunos, eliminar los bancos para que ellos, privados de refugio, de la dignidad y seguridad de un techo, no tengan donde reposar allí, es una canallada como la copa de un pino y un paso más en la enajenación del espacio público. Pobres, enfermos (y vecinos) fuera que molestamos a los ‘amos’ de la plaza. Tanta falta de humanidad me da vergüenza.

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