Movimiento nefasto

Los sitios tienen una hora buena para llegar y para irse de ellos. Si no llegas a esa hora, y llegas a otra, seguramente llegas mal. Y a partir de ahí es dificilísimo remontar. Y lo mismo sucede cuando los abandonas. Hay que acertar con el minuto, ya no solo con la hora. Una vez le leí a Jay McInerney contar que, al poco de mudarse a Nueva York, a finales de los años setenta, salió una noche y fue llegando y abandonando en tan buen momento los distintos locales que a lo largo de la madrugada coincidió sucesivamente con John Belushi, Jim Carroll, Lou Reed, Andy Warhol y Jean-Michael Basquiat.

Hace unos días quedamos cinco amigos a comer en Santiago, como todos los años por estas fechas. Nos fuimos juntando en la estación de tren, y desde ahí el día siguió un orden natural: primero el vermú, después la comida, luego una copa en La Flor. Creíamos que lo estábamos haciendo razonablemente bien. Pero entonces tomamos la decisión de cambiar de local. No habíamos salido aún por la puerta y nos dimos cuenta al mismo tiempo de que era un tremendo error irse en aquel momento. Vimos o presentimos algo. Pero ya nos habíamos impulsado, levantándonos, pagando, poniéndonos los abrigos. Se volvió imparable el movimiento de los cuerpos hacia la salida, como si fuésemos pura bola de nieve en la ladera. No teníamos idea de adónde nos encaminábamos, solo que nos íbamos, y que, en el fondo, no queríamos marcharnos a ninguna parte. Por otro lado, algo poderoso nos empujó.

No podíamos seguir allí. Nos resultó imposible quedarnos. Ni deseándolo con todas nuestras fuerzas. Raro es. Por si fuera poco, yo me vi obligado a llevarme un paraguas mejor que el mío. Era tal la fuerza de la inercia que agarré uno a voleo. Cuando llegamos al nuevo local, la encargada estaba todavía acabando de bajar algunas sillas de encima de las mesas. Éramos los primeros. Nos tiramos en un sofá, y uno de nosotros sentenció: «Movimiento nefasto». Lo era. Nos habíamos ido en mala hora de un sitio para llegar a otro en una aún peor: nefastísimo. No pudimos más que asentir. Fue un milagro hermosísimo que, arrojados en aquel desierto, con el único aliciente de tener para nosotros un sofá chéster, consiguiésemos reponernos. Porque esa es la verdad: reflotamos el día no sabemos cómo, o quizá no lo recordamos. Mucho mérito.

Suscríbete para seguir leyendo