‘Sa nostra ciutat d’Eivissa’

Sa nostra ciutat d’Eivissa, és una ciutat reial, que en tot temps s’hi cuien figues, sense haver-hi figueral», dice la canción tradicional, popularizada por el grupo Uc hace cuarenta años. Imagino las estrofas que escribirían aquellos irónicos pitiusos que crearon ésta y otras letras populares, si pudieran contemplar, aunque fuese por unas horas, la evolución de esa Ibiza que, a menudo por no llorar, parodiaban.

Qué versos improvisarían al descubrir que hoy en día los trabajadores no encuentran un techo bajo el que vivir y que incluso pernoctan en tiendas de campaña en los descampados, cuando hay más de 18.000 casas que permanecen vacías todo el año. O que, a pesar de la inquietante sequía y la progresiva salinización de los pozos, se siguen construyendo hoteles y mansiones con jardines interminables cubiertos de césped, que requieren toneladas de agua para su mantenimiento, y construyendo más de 150 piscinas (declaradas) al año, que se van sumando a las más de 10.000 ya censadas.

Cómo relatarían la contradicción entre la riqueza que genera un turismo que en verano mueve más de un millón de viajeros al mes, mientras la tercera parte de la población no puede permitirse unas vacacines. Y que, a pesar de la saturación que produce esta oleada de visitantes, siguen llegando unos cruceros tan grandes como ciudades y ultra contaminantes, de los que se bajan a la vez miles de personas que colapsan el transporte público. Parte de los versos de ‘En aquesta illa tan pobre’, canción que también escribieron ellos, siguen vigentes, aunque Ibiza sea ahora uno de los enclaves que más riqueza generan en el Mediterráneo.

Se asombrarían al ver que miles de turistas acuden a contemplar la puesta de sol a los acantilados de Cala d’Hort, Benirràs y otros lugares, colmando las carreteras y, a veces, impidiendo a los vecinos entrar y salir de sus casas, y que, en Formentera, durante la temporada, hay más italianos que formenteranos y que en muchos bares y comercios, fenómeno también extrapolable a los ibicencos, no se les entiende si piden en lengua materna o incluso chapurreando el castellano, con el peligro añadido de salir trasquilados.

Y siguiendo con esta cuestión del habla y la cultura, hasta descubrirían que, después de décadas de haberse podido hacer gestiones y presentar papeles en el idioma propio en ayuntamientos, juzgados y todo tipo de instituciones, o al acudir al médico, ahora se corre el peligro de la involución, al pretenderse eliminar el requisito del conocimiento de la lengua autóctona para ser funcionario.

Pienso en las letras que improvisarían al toparse con que ya nadie deja la puerta abierta al ausentarse de casa y que los ladrones no roban gallinas y hortalizas, sino que atracan a punta de pistola mientras estás dentro. Hasta se producen escenas de película en plena calle, con individuos encapuchados y armados que se enfrentan a los guardias que custodian a narcotraficantes.

Que se puede ir de Vila al aeropuerto conduciendo por una autovía subterránea que en su momento costó un potosí, pero que se inunda cada vez que diluvia, y que la Marina y sa Penya, antiguamente los barrios más vivos de la capital, hoy languidecen por el olvido, el descuido y la falta de vecinos, mientras se cumple el 150 aniversario de un Mercat Vell al que ya no acude casi nadie.

Tal vez pasearan por las plazas de los pueblos sin encontrar una sola payesa y tampoco rastro de aquellos hippies melenudos, que iban aún peor vestidos que ellos. E irían a la playa y escucharían el estruendo de los chiringuitos modernos, donde en lugar de tumbonas, en la misma arena, han plantado camas de matrimonio, y que aquella agua tan bonita y transparente de la orilla ahora parece la de un safareig.

Y lo que barruntarían al ver los campos descuidados y emboscados, cerciorándose al mismo tiempo que aquella isla libre de animales ponzoñosos ahora amanece infestada de serpientes, mosquitos tigre, medusas y otras alimañas, mientras las lagartijas van camino de la extinción.

Aun así, probablemente se alegrarían al descubrir que se sigue bailando payés en pozos y plazas los días festivos, que algunos aún recolectan almendras, vides y olivas, y que se celebra la matanza del cerdo, aunque sea por puro romanticismo. Que se saca a pasear a los santos cuando es preceptivo, que los niños reciben una educación mucho mejor, pueden cambiarse de muda a diario, tienen médicos y actividades extraescolares, y que, lo que se dice hambre, nadie pasa y la inmensa mayoría vive mejor.

Es probable que hasta dedujeran que este inventario de disparates constituye el imprescindible peaje del progreso. Sin embargo, apuesto a que les cambiaría el semblante y se les esfumaría de golpe el humor y las ganas de seguir construyendo canciones a base de ironía y dobles sentidos.

@xescuprats

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