Una ibicenca fuera de Ibiza

Resurrección

No me vengas con pamplinas, ni me pidas que te ayude. Cuando te necesitaba, yo jamás a ti te tuve. Ni te quiero ni te odio, quiero bien que me comprendas, que eres uno más de tantos, que yo nunca conociera. Se acabó. Porque yo me lo propuse y sufrí como nadie había sufrido y mi piel se quedó vacía y sola desahuciada en el olvido y después de luchar contra la muerte empecé a recuperarme un poco y olvidé todo lo que te quería, y ahora ya, y ahora ya… mi mundo es otro».

Quizá sea el primer himno feminista que tuvimos en España. ‘Se acabó’ (1978), cantado «desde el alma pero con el coño» de María Jiménez en aquella España que trataba de resucitar del franquismo.

Un año después llegaría ‘Resurrección de la alegría’: «Resurrección, digo tu nombre y estoy de fiesta con mi sangre, porque el que nace a la ternura vence a la muerte cotidiana, abre las puertas de la vida y lleva un niño en la mirada» y, cosas de la vida, a María Jiménez le tocó resucitar muchas veces. También cantarle ‘Se acabó’ al hombre con el que se casaría hasta en tres ocasiones. «Fue un flechazo pero después fueron veinte puñaladas», narraba en el especial ‘Lazos de sangre’ dedicado a la artista. «Ese señor me maltrataba física y psicológicamente. Me daba una paliza y me decía: vamos a casarnos otra vez. Y yo, como una tonta; me echaba dos carantoñas y le creía. En la época mía no se podía denunciar. Si llega a ser hoy, lo meto en la cárcel. ¡Y encantada lo habría hecho!».

Con quince años dejó el hambre y su Triana natal para trabajar como criada en Barcelona, pero su arte y su belleza no pasaron desapercibidos. De aquella época denunciaría al llegar la ola del #metoo de denuncias de los abusos sexuales en el mundo del cine y de la música que «A mí también me follaron gratis». Y cuando se encontró en la sala en la que le iban a practicar un aborto, sintió el impulso de marcharse y sola, enfrentándose al escándalo de la época, pero tuvo a su hija Rocío a la que perdería a la misma edad en que fue madre: diecisiete años. Pero eligió resucitar para entregarse al verdadero hombre de su vida: su hijo Alejandro. El mismo que le pediría que abandonara a su padre tras descubrirlo en su casa con otra.

«La vida son tres días y dos está nublado, así que hay que aprovechar el que hace bueno». Aún le tocó lidiar con la enfermedad; primero, el cáncer y después una infección que la mantuvo en coma, tres meses. Y como nos sobran los motivos, celebró la vuelta a casa con una «Fiesta de la resurrección». En ella recibía a Bertín Osborne cantando «No estaba muerta, que estaba de parranda». También lanzó un mensaje para todas las mujeres: «Que al primer grito, se vayan, denuncien. Que no se rindan ante las lágrimas y el perdón que vienen luego». Y sabía de lo que hablaba. Ella, que era «tan guapa y artista, que merecía un príncipe, un dentista», se nos escurrió entre los dedos. Ella, que era de todos, la perdimos sometida por un solo hombre.

Rota pero de pie, muerta

pero no tanto, volvió sin pelos en la lengua y con más corazón que nunca en la garganta. Primero con ‘La lista de la compra’ (2001), de La cabra mecánica, y un año después, 2002, con el disco ‘Donde más duele’ con canciones de Joaquín Sabina y exorcizando los demonios a través de un libro: ‘Calla canalla’. Ambos sin dejar lugar a dudas de que María Jiménez es un ave fénix desde la portada, cubierta por un exuberante tocado de plumas de pavo real. Porque quien ha estado enterrado en vida sabe la importancia de ser visto. «Donde más duele, siempre es en el alma. Allí donde, como dice el bolero, se marcan las cicatrices imposibles de borrar. Sé que es mucho más romántico decir que el corazón está sufriendo, pero es cuando el alma padece cuando, realmente, se llega al techo del dolor. Sé reconocerlo porque he llegado dos veces en mi vida. En la primera y más dura ocasión, asistiendo al entierro de mi hija, el golpe más duro que nadie pueda recibir. Y en la segunda, con la herida sangrante que deja el engaño y la traición de alguien con quien he compartido veintidós años de vida. Sé que cuando se llega a la más profunda de las tristezas, solo quedan dos caminos: morirse o ser feliz, y yo he optado por lo último».

Y algo inmortal e intangible dejó en sus canciones para que, lejos de caer en el olvido, como tantas, resuciten de tanto en tanto. La última fue precisamente la primera: ‘Se acabó’, resurgida en lema para decir desde el alma pero con el coño que ya basta de abuso de poder y machismo en el fútbol.

Descansa en paz. Lo merece más que nadie, aunque, desde los precedentes, que nadie descarte que resucite nuevamente. Mientras tanto, su hijo nos deja el mensaje de que quería que la recordáramos brindando y con alguna de sus canciones. Una de sus favoritas, esta:

«Vivo en el número siete, calle Melancolía. Quiero mudarme hace años al barrio de la alegría, pero siempre que lo intento ha salido ya el tranvía. Y en la escalera me siento a silbar mi melodía».

@otropostdata

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