Los meteorólogos, el agua y el lobo

Xescu Prats

Xescu Prats

El pasado sábado tuvo que aplazarse un festival de música en el recinto exterior del Auditorio Caló de s’Oli porque los meteorólogos llevaban diez días anunciando que para esa jornada había un 90% de probabilidades de lluvias ininterrumpidas durante 10 ó 12 horas y de forma muy intensa en algunos periodos.

El jueves, ante semejante panorama, la organización del evento no tuvimos más remedio que posponerlo antes de que varios grupos de la península viajaran en balde a la isla, con el gasto que ello habría supuesto. Sin embargo, el sábado amaneció radiante salvo durante una hora en que el cielo se cubrió de nubes, descargando agua no más de cinco minutos y antes incluso de la hora en que estaba previsto que comenzara el festival.

Podrá imaginarse el lector la cara de tonto que se le queda a uno cuando tiene que tomar una decisión en base a unas previsiones y luego sucede exactamente lo contrario. El asunto es que incluso 24 horas antes persistía la misma previsión y hasta el propio sábado, cuando el sol lucía en lo alto, los meteorólogos seguían insistiendo en la lluvia. Puestos a no poder celebrar el festival cuando estaba previsto, tras varios meses de trabajo, nos habría gustado que al menos hubiese llovido, aliviando la preocupante sequía que afecta a Ibiza, al igual que ocurre en buena parte del territorio nacional. El asunto de la meteorología es trascendental y lo será cada vez más. La falta de agua constituye uno de los problemas más inquietantes del planeta y debería funcionar mejor.

En Ibiza, la cuestión del agua es especialmente preocupante porque, al mismo tiempo que hay agricultores que ven reducidas sus cosechas a la mínima expresión por carecer de ella, existen propietarios de chalets que consumen 10 y hasta 15 camiones de agua a la semana. Solo así pueden mantener su piscina kilométrica repleta hasta el borde y regar vastas extensiones de césped que, en un territorio tan árido como el nuestro, no tiene el menor sentido.

La isla cada vez tiene mayor población residencial y estacional, y seguimos derrochando agua sin ningún tipo de restricción, hasta mucha más allá de la que la isla puede proporcionarnos naturalmente. Hoy por hoy, el 45% del agua que se consume en Ibiza procede de las tres desaladoras que tenemos. Un reciente estudio de la Universitat Jaume I revela algo que ya intuíamos: la salmorra que producen las desaladoras durante el proceso de potabilización del agua, que luego se devuelve al mar, provoca la desertificación submarina y la muerte de la posidonia. Es decir, estamos envenenando el mar porque necesitamos producir mucha más agua desalada y seguimos llenando piscinas y regando jardines.

En ocasiones, una pequeña modificación en la naturaleza puede provocar cambios dramáticos y el asunto del agua no es baladí. Uno de los ejemplos más ilustrativos y recurrentes es lo que ocurrió en el parque de Yellowstone (Estados Unidos), en 1926, cuando unos cazadores acabaron con la última manada de lobos grises. Hasta entonces los ciclos ecológicos se habían desarrollado con normalidad, pero la ausencia de estos mamíferos provocó que los ciervos se multiplicaran y la vegetación se resintió enseguida. Los coyotes sustituyeron a los lobos, reduciendo la población de zorros y pequeños mamíferos, que a su vez se alimentaban de raíces, plantas e insectos, cuyas poblaciones también se vieron alteradas. Este efecto cascada provocó que el paisaje y los ecosistemas experimentaran un cambio radical. A pesar de los muchos intentos, la degradación no se logró frenar hasta que, en 1990, el lobo fue reintroducido en Yellowstone y en menos de veinte años el parque recuperó su estado original.

En Ibiza, nuestro lobo es el agua. Hemos renunciado a gestionarla como antaño, cuando no se derrochaba una gota. Hoy se desperdicia salvajemente, aunque sea un bien escaso, y a esta inconsciencia se suma la gestión del agua residual, que muchas veces acaba en el océano porque no tenemos una infraestructura adecuada a nuestras necesidades. Por esta causa las playas se han llenado de algas invasoras y la calidad del agua de baño ya no tiene nada que ver con la de hace veinte años.

Debería existir una normativa contundente y eficaz que impidiera malgastar el agua, por ejemplo, creando jardines con especies foráneas que la demandan sin límite. Para eso existen variedades autóctonas mucho más sostenibles. Las piscinas también podrían limitarse en tamaño y prácticamente no existen en la isla políticas de reciclaje del agua que sean útiles ni tampoco se optimiza el proceso de las desaladoras, extrayendo minerales recuperables de la salmorra o diluyéndola con más agua de mar antes de verterla en la orilla. Seguir como estamos ahora constituye una temeridad y un auténtico despropósito.

@xescuprats

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