Caos en el aeropuerto

Xescu Prats

Xescu Prats

La pésima gestión que habitualmente viene realizándose en el aeropuerto de Ibiza ha alcanzado recientemente cotas inéditas, que no solo provocan que los viajeros que van y vienen se lleven una imagen lamentable por las obras exteriores. Además, se les genera angustia gratuitamente y algunos incluso han acabado padeciendo consecuencias tan graves como la pérdida de su vuelo porque la dirección es incapaz de poner medios suficientes, incluso en picos tan previsibles como Semana Santa. De no cambiar la situación, ya podemos imaginar lo que ocurrirá en plena temporada turística.

Diario de Ibiza publicaba el jueves el caso de una familia que perdió media hora en la cola de los filtros de seguridad y, al final, no logró llegar a tiempo para volar. La razón: no había suficientes controles abiertos para acceder de manera rápida a la zona de embarque y no se informaba, al menos de forma que ellos se enteraran, ya que no hablan español, de que los pasajeros que estaban a punto de embarcar tenían prioridad.

Para empezar, llegar al aeropuerto ya constituye una odisea para quienes proceden del sur de la isla. Las obras de la carretera que comunica con la terminal desde Sant Josep, que en este caso no son responsabilidad de AENA, generan mucha confusión entre los usuarios, hasta el extremo que los propios residentes se pierden tratando de encontrar vías alternativas por el Pla de Sant Jordi.

Una vez consiguen llegar al aeropuerto, se ven bloqueados por el cuello de botella que generan las obras del aparcamiento. Es algo que podría solucionarse con sencillez, abriendo el segundo carril de acceso, cerrado de manera incomprensible desde hace tiempo y reutilizado como aparcamiento provisional de motocicletas. De la cuestión del denominado ‘parking express’ y su diseño de estacionamientos en batería, que provoca que los coches tengan que maniobrar en mitad de los carriles de circulación, ya hablábamos hace dos semanas.

Una vez los pasajeros acceden a la terminal y se dirigen a los controles de seguridad, se encuentran, en caso de que el aeropuerto está tranquilo, con esas catenarias interminables, que te obligan a caminar una distancia considerable en zigzag, aunque estén vacías, porque muchas veces nadie del personal que atiende la entrada de viajeros recorta dicho trayecto quitando unas tiras y poniendo otras, que es algo que no lleva ni un minuto. Es lo contrario de lo que sucede en otros lugares, como por ejemplo en los aeropuertos de Madrid o Barcelona, donde dichas catenarias también existen pero se ajustan sistemáticamente a las necesidades de cada momento, para no imponer una maratón inútil al viajero que muchas veces llega con el tiempo justo, cargando con maletas y otros objetos, o viajando con niños y personas mayores.

Cuando sucede lo contrario; es decir, coinciden varios salidas de aviones al mismo tiempo, se arman unas colas interminables que se prolongan hasta mucho más allá de lo razonable y que generan la sensación de cierta tomadura de pelo al ver la cantidad de controles que permanecen cerrados.

A todo ello se suman los problemas habituales, como los tiempos de espera que se registran frente a la terminal para coger un taxi. Desde esta zona de espera, por cierto, se disfruta una panorámica espectacular de las obras del aparcamiento. La sensación de haber llegado a un destino tercermundista se incrementa exponencialmente en función del tiempo de espera bajo el sol. Sin olvidar también el acoso de los taxistas pirata, que trapichean con sus servicios en la zona de llegadas sin el menor disimulo, o la sensación de haber llegado a una terminal ultraexplotada publicitariamente. ¿Y volveremos a vivir este verano olas de calor dentro de una terminal sin aire acondicionado o con escasa potencia?

El aeropuerto ha reconocido ‘momentos puntuales’ de atasco en los controles de seguridad, pero afirma que nunca se han superado los 18 minutos y que siempre se concede prioridad a los pasajeros en situación de última llamada, para evitar que pierdan vuelos. Estas explicaciones deberían dárselas a la familia que el otro día se quedó en tierra por culpa de su mala gestión, aunque dudo que les resultaran demasiado convincentes.

El aeropuerto también señala que los controles de seguridad se organizan en función de la demanda y que se irán abriendo más filtros según vaya incrementándose el número de vuelos. Lo ocurrido en Semana Santa, sin embargo, únicamente refleja caos y desorganización, cuando el aeropuerto debería de funcionar como un reloj. Los empresarios turísticos que se han quejado al respecto tienen toda la razón. Parece que quieran arrancar la temporada turística con el mismo personal que en invierno. Lo que ocurre en la terminal de Ibiza no es admisible y sorprende que, desde las administraciones públicas, no se tomen medidas contundentes para solucionarlo porque ya llueve sobre mojado.

@xescuprats

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