El segundo entrenador del Luchador (un equipo de fútbol de Regional), José A. Páez, se enfadó tanto con los árbitros después de ser expulsado en un partido contra el Formentera, que en la barca de regreso a Ibiza amenazó gravemente a uno de ellos, de tan solo 15 años de edad. Le dijo: «Ya nos veremos tú y yo por San Antonio», en tono chulesco, agresivo y dándole golpes en el brazo, con el fin de intimidar al menor, después de pedirle explicaciones de muy mala manera por lo ocurrido en el campo. Por si fuera poco, el protagonista de estos hechos tan deplorables, en lugar de avergonzarse de su comportamiento y pedir disculpas sin matices, ha intentado justificarse diciendo que se ha exagerado el asunto, que no es para tanto, que no amenazó al chaval, y se ha presentado como una víctima porque ahora hay gente que le ve «como un delincuente».

Pero no se trata de ninguna interpretación ni de la palabra del técnico contra la de los tres árbitros que iban en la barca: son los hechos, ocurrieron así, y existe constancia documental de los mismos, por más que el entrenador los quiera maquillar ahora. Negar lo que ocurrió, restarle importancia y tratar de dejar a los árbitros como mentirosos es una estrategia equivocada, que no solo no repara el grave error cometido, sino que lo agranda y empeora. Y evidencia que el técnico no está arrepentido ni ha reflexionado sobre la trascendencia de su inaceptable conducta. Páez olvida que no es cualquier aficionado, sino que como entrenador tiene la obligación de tener una conducta ejemplar, pues ejerce una autoridad moral sobre el equipo y la afición y su comportamiento marca la línea que van a seguir los demás.

Sin embargo, el Comité de Competición de la Federació de Futbol de Balears ha decidido no sancionar al entrenador escudándose en que los hechos ocurrieron «una vez finalizado el partido y fuera del recinto deportivo». Es decir, que se puede amenazar e intentar amedrentar a un árbitro con total impunidad siempre que sea fuera del campo. Da igual incluso que el árbitro sea un menor. El Comité se sacude de un plumazo el marrón y obvia unos hechos de suma gravedad, pues el adulto que profiere las amenazas es el entrenador de un equipo, que ya tiene una edad, y se las dedica a un chaval de solo 15 años, que goza por ello de una especial protección legal y social que su condición de árbitro no invalida. La reacción del organismo federativo es decepcionante.

Los tres colegiados también fueron objeto de insultos en el puerto de la Savina, donde jugadores del Luchador les llamaron «gilipollas», «tonto» y «maricón» (por cierto, que a estas alturas alguien emplee la palabra «maricón» como insulto dice mucho, y muy malo, de su catadura). Estos insultos también han quedado impunes. Si este tipo de conductas no se sancionan, nunca se logrará eliminar la violencia del fútbol, más bien al contrario, puesto que la sensación de impunidad alienta las actitudes agresivas y a los violentos. «¿Qué pasa si nos parten la cara fuera del campo?», se preguntaba con razón el delegado insular del colectivo arbitral, Julián Córdoba. ¿Pretenden acaso el Comité de Competición y la Federación, que estas conductas se denuncien en los juzgados y se resuelvan por la vía penal? El Comité ha dejado desamparados a los árbitros y ha sentado un mal precedente porque refuerza los comportamientos agresivos.

De nada sirven las campañas para eliminar la violencia en el fútbol si un incidente como el que protagonizó el técnico del Luchador no tiene consecuencias en el ámbito deportivo. Las agresiones verbales y las actitudes violentas en el fútbol deben cortarse de raíz, con contundencia y ejemplaridad para transmitir el mensaje inequívoco de que estos comportamientos son inaceptables y no tienen justificación de ninguna clase.

Es esperanzadora la reacción del delegado insular de la Federació de Fútbol en las Pitiüses, Vicente Bufí, que ha lamentado que Competición no sancione a Páez y va a convocar a los presidentes y coordinadores de los clubes para frenar el acoso a los árbitros. El compromiso firme de los clubes, de sus responsables y técnicos, es indispensable para acabar con estos episodios lamentables y para que impere la deportividad y el respeto en los campos y fuera de ellos, pero si a pesar de todo se pierde el respeto y se recurre al insulto, la coacción o la agresión, entonces la Federación ha de ser implacable y no eludir su responsabilidad como ha hecho en este caso.