Los clásicos son clásicos por algo. Porque cuentan historias que, da igual cuándo, da igual dónde, da igual quién, siguen ahí. Estaban ahí hace siglos. Continúan aquí, ahora. Y se repetirán una y otra vez cuando no estemos. Sólo hay que abrir cada mañana este diario para revivirlos. El domingo, por ejemplo, me topé con Kafka. Eran otras frases, otros protagonistas, otras expresiones. Pero estaba ahí, en la página diez, en ese hombre que, cosas de la burocracia, se había quedado sin casa. Después de pagarla. Después de invertir dinero y tiempo en reformarla. Absorbido por una realidad difícil de comprender. El sábado, en la página 14, estaba Homero. Ulises lanzándose al mar, desafiando a Neptuno y braceando hasta el monstruo de mil gargantas que le impedía dormir. No hay día en que Víctor Hugo o Charles Dickens no se cuelen en las páginas de este diario. Familias a las que propietarios usureros echan de sus hogares con la llegada del verano, trabajadores que necesitan de la caridad para comer y llegar a fin de mes, o que no tienen un día de descanso, niños que mueren cada día en el mar mientras desde tierra muchos miran hacia otro lado... En los políticos preparándose las sillas y matando al rey veo a Shakespeare, aunque a veces les queda todo como un enredo de una comedia de Lope de Vega.