Salud mental en Ibiza: «Vivir hacinado, sin intimidad y en malas condiciones perjudica a los niños y adolescentes»

Santa Eulària inaugura un servicio de atención psicológica inmediata para menores

La emergencia habitacional, las separaciones conflictivas o el abuso de las tecnologías condicionan la salud mental de los pequeños

Toni Escandell Tur

Toni Escandell Tur

La crisis habitacional, las separaciones conflictivas, la instrumentalización de los menores o el mal uso de las nuevas tecnologías son algunos de los factores que condicionan la salud mental, también de los niños y adolescentes. Para este segmento de la población, las restricciones de la pandemia supusieron un antes y un después en su bienestar personal y emocional y las consecuencias todavía perduran. En el municipio de Santa Eulària, hoy comienza a andar un nuevo servicio de atención psicológica inmediata para menores y sus familiares en las dependencias del departamento de Bienestar Social del Ayuntamiento (calle de Cèsar Puget Riquer).

Rosa Ferrer, coordinadora del departamento de Bienestar Social del Consistorio, expresa que, al margen de las problemáticas con las pantallas y las redes sociales, las que se detectan a través del Servicio de Orientación Familiar (SOF) y que llegan al Ayuntamiento también beben de otros factores como los mencionados al inicio de esta información.

Hacinamientos

La falta de vivienda asequible aboca a muchos a compartir, en detrimento de su intimidad

Al hablar de crisis de vivienda, Ferrer hace referencia a los hacinamientos y en general a las malas condiciones de habitabilidad. Esto impide que los más jóvenes crezcan con un espacio de intimidad. «Hablo de tener usos compartidos, y a lo mejor con gente desconocida, en la misma vivienda; compartir cocina, salón... Es una problemática que conocemos y que está afectando a la infancia y adolescencia, también en nuestro municipio», añade acompañada de Noemí Castelló, directora del área de autismo y discapacidad intelectual e infantojuvenil de Apfem; Alexandra Florea, psicóloga general sanitaria infantojuvenil; y Lali Guasch, coordinadora del área de servicios personales del Ayuntamiento.

Las cuatro reciben a este diario en las dependencias de Bienestar Social para hablar del proyecto de Atención Psicológica Sanitaria para la Prevención Primaria y la Promoción de la Salud Mental Infantojuvenil, cuyo servicio se prestará mediante un convenio con Apfem, la Asociación Pitiusa Pro Salud Mental.

«Habrá una primera fase para que la nueva profesional pueda ubicarse dentro del departamento de Bienestar Social y establecer una coordinación estrecha con el SOF, para conocer los recursos municipales y el equipo, así como las relaciones con entidades y demás», afirma Guasch. Una vez pasada esta primera fase, que será cuestión de días, comenzarán a atenderse los primeros casos. Previsiblemente la semana que viene.

Desde el SOF ya se ha realizado «una primera detección de unos cuantos casos que pueden ser del perfil para derivar a este servicio», en palabras de Ferrer.

Sobre los hacinamientos, Guasch subraya que se producen incluso con desconocidos: «Ya no es que compartas con tu hermano o tu primo, es que a lo mejor eres de Marruecos y compartes con alguien de Ecuador o Senegal. Es este el punto en el que estamos ahora». La falta de un techo digno a un precio asequible aboca a muchos a compartir piso con personas con las que no guardan ni parentesco ni relación de amistad.

Abuso de las pantallas

Tras la pandemia, muchos menores siguen comunicándose a través de las tecnologías

Alexandra Florea, la psicóloga que trabajará en este nuevo servicio municipal, señala que desde la pandemia han aumentado los casos de ansiedad, tristeza, depresión y riesgo de adicción a las pantallas; así como los de «falta de control de impulsos, problemas de comportamiento, del sueño o de la alimentación». «Todo esto se ha debido al aislamiento social durante la pandemia y al miedo a la incertidumbre. Al fin y al cabo les hemos privado del contacto social y ellos han sido los más afectados».

En este sentido, Noemí Castelló alerta de que «entre el uso y el abuso» de estas nuevas herramientas de comunicación y entretenimiento hay una línea muy frágil. «No tengo constancia de ningún estudio que haya podido corroborarlo, pero desde el covid se han visto aumentos en todas estas problemáticas».

Las cuatro profesionales coinciden en que, una vez finalizada la crisis sanitaria, parece que el abuso de las nuevas tecnologías ha permanecido. Aunque en ese momento fueron una vía importante «para comunicarse con el entorno o estudiar», Castelló agrega que se trata de una forma de comunicación «mucho más cómoda». Y esto tiene sus peligros. «Al no estar cara a cara, nos evitamos la vergüenza. Y cuando escribes tienes tiempo de pensar qué decir. Esto ha podido ayudar a crear en la población infantojuvenil mayores dificultades» a la hora de afrontar comunicaciones en persona. Un caramelo para que quienes de partida ya son tímidos o tienen alguna dificultad para relacionarse de manera convencional, se acomoden en el móvil o similares.

Asimismo, «las tecnologías, tanto visualmente como auditivamente, son un producto muy potente» en tanto que mantienen «muy entretenido» al usuario. «Sin embargo, si salimos de estos dispositivos, el niño tiene que crear y esto ya es más difícil. Me refiero a la televisión, la Play, los móviles y otros dispositivos», añade Castelló, de Apfem.

A ello hay que sumarle la presión estética por los modelos que representan muchos creadores de contenido en Internet, con cánones estéticos inalcanzables.

«Cuando preparábamos este proyecto con Patricia [Roveda, psicóloga responsable del SOF], nos hablaba de estos referentes idealizados, de la presión social en temas de alimentación, por ejemplo. También hay que destacar los altos niveles de autoexigencia y la poca capacidad para la frustración. Conforme van creciendo y viendo la realidad, se dan cuenta de que no siempre se pueden cumplir las expectativas de vida que tenemos. Que no es todo tan maravilloso», en palabras de Lali Guasch.

Tolerar la frustración

La sobreprotección también puede generar problemas

En la misma línea, Castelló también ha observado que cada vez hay más frustración en los niños. Habla, de hecho, de «frustraciones desmesuradas». ¿Y por qué? «Posiblemente, queremos sobreprotegerles tanto, que no les dejamos tener frustraciones cuando son pequeños, y cuando llegan a mayores no saben manejarlas porque no han aprendido a hacerlo». Pero la representante de Apfem sostiene que la frustración no es sinónimo de sufrimiento, sino que se trata de aprender a manejar, por ejemplo, un no, el hecho de que algo no se pueda hacer en un determinado momento, aprender a llevar una espera o una derrota en un juego.

Por lo tanto, no siempre hay un problema especialmente grave tras los problemas de conducta o emocionales de un menor. Algunos casos surgen de la desestructuración familiar o una situación conflictiva y precaria en casa; otros, de la sobreprotección, según apuntan las entrevistadas.

En este sentido, Guasch recuerda que en Santa Eulària, en tanto que tiene el título de Ciudad Amiga de la Infancia concedido por Unicef, los menores tienen espacios en los que poder participar y expresarse. Por ejemplo, mediante encuestas. «Todo lo que hace el Ayuntamiento va enmarcado en el programa Ciudad Amiga de la Infancia», destaca. Y «en varias ocasiones han manifestado que lo que necesitan es tiempo para estar con sus padres». «No estamos hablando de chicos y chicas que vengan de familias multiproblemáticas, sino de casos que entran dentro de lo que se considera la normalidad. Hay una falta de interacción y de relación familiar», lamenta.

Castelló hace referencia, así, a que los más jóvenes suelen estar apuntados a muchas actividades, y entre esto y el trabajo de sus padres (ya sean dos o una familia monoparental) y alguna tarea adicional que estos puedan hacer, la semana pasa volando sin haber tenido tiempo de calidad para estar juntos padres/madres e hijos. «Hay que aprender a diferenciar entre pasar tiempo y pasar tiempo de calidad, que no es estar en el coche con tu hijo llevándolo de una actividad a otra. Es disfrutar de una buena conversación, ver una película, ir al parque a jugar, pintarse las uñas o cocinar. Lo que sea».

Sobreexigencia

A la sobrecarga de actividades extraescolares se une la exigencia de tratar de ser el mejor siempre

En referencia a las extraescolares, Rosa Ferrer pone sobre la mesa que, ya desde edades tempranas, los muchachos van, después del colegio, al refuerzo escolar y a lo mejor a clases de inglés en una academia privada. Una sobrecarga de tareas en las que, por si fuese poco, se les exige llegar a altos niveles, no simplemente aprender.

«El nivel de presión y exigencia que tienen esos niños es muy alto. Si van a piano, tienen que ser el mejor del mundo en ello; si van a fútbol, tienen que ser Messi. Las actividades cada vez están más enfocadas a competir y a un nivel de exigencia bárbaro. No son para jugar», en palabras de Lali Guasch. «Y si van a inglés no es para jugar a aprender, sino directamente para sacarse el A1, el B1, B2... Imagino que esto puede llevar al agotamiento», destaca.

Sistema público

Continúa siendo necesario aumentar los recursos públicos destinados a la salud mental

Con todo, Guasch habla de «la lentitud para dotar de ayuda y recursos» desde lo público. «No hace dos días que se habla más de la necesidad de proteger nuestra salud mental, y sin embargo me parece que se va poco a poco en la dotación de recursos accesibles. En lo privado sí que hay muchos psicólogos, psiquiatras y ayuda, pero a escala pública o semi me da la impresión de que se va muy poco a poco». Así, todas ellas celebran que este proyecto de Santa Eulària sea ya una realidad.

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