Una mirada desde Ibiza hacia un mundo hostil para las mujeres

Siete mujeres de distintas partes del globo que viven en la isla cuentan su historia creciendo en las distintas sociedades de Australia, Islas Filipinas, Zimbabue, Marruecos, Argentina, Francia y España

Varias mujeres con distintas raíces y residentes en Ibiza cuentan su historia

Varias mujeres con distintas raíces y residentes en Ibiza cuentan su historia / DI

Ángela Torres Riera

Ángela Torres Riera

«Es [la desigualdad] como un veneno invisible, que nos limita en nuestras acciones, proyectos y ambiciones...», afirma Margaux (Francia), una de las siete mujeres con raíces en diversos territorios y residentes en Ibiza entrevistadas para contar su historia con motivo del 8M.

Todas ellas hablan de las trabas que representa un sistema marcado por desigualdades de todo tipo: económicas, sociales y de género. «El hecho de volver a casa conduciendo sola, para mí era impensable, esas cosas, cuando llegué a la isla, tuve que borrarlas de mi mente», explica Lucía (Argentina).

Fatima (Marruecos) también quiso eliminar muchos momentos de su historia antes de llegar a Ibiza, donde la mujer marroquí «puede ser finalmente libre». Aún así, Sandra (Ibiza) opina que es necesario hacer revisión cada día para «abrir la mente», cerrar batallas, e ir cambiando con «voluntad» y entre todos un «modelo patriarcal inculcado».

Alysa Ávila, 23 años | Islas Filipinas

Alysa Álvarez, de Islas Filipinas

Alysa Álvarez, de Islas Filipinas / DI

«Los hombres en Filipinas tienen más derecho a preguntar y ocupan más altos cargos»


Alysa lleva más tiempo viviendo en Ibiza del que pasó, durante su infancia, en la provincia filipina de Ilocos Sur junto a sus tías. Allí, el acceso a la educación es igualitario, pero llega un momento en que la familia anima al niño a continuar con los estudios mientras que la niña, en un momento determinado, los tiene que abandonar para encargarse de los ciudados del hogar. 

Es la historia de su madre, que de joven tuvo que hacerse cargo de todos sus hermanos con tan solo 17 años, cuando falleció su abuela. Un rol que se le asignó automáticamente —«aunque eso está cambiando», indica Alysa—. «Algo curioso en las familias filipinas es que son los hombres quienes trabajan, pero las mujeres las que se encargan de gestionar los ingresos», señala.

En cualquier caso, son ellos los que ganan más y copan el mundo corporativo. Un territorio «exclusivamente masculino». «No existen referentes femeninos», lamenta la joven. Ellos también tiene más derecho a preguntar. Se dio cuenta cuando, un compañero suyo de clase en Ilocos Sur le preguntó si era virgen. Como no sabía lo que significaba, le preguntó a su tía que qué le estaban preguntando, y ésta se enfadó con ella por la impertinente pregunta. ¿Y cuando hay un caso de abuso o violación? «Ah, es siempre culpa de la chica», lamenta.

Isabel M., 39 años | Zimbabue (África)

«Hay que educar a niños y niñas en las tareas de casa y prepararles para la vida adulta»

Los altos cargos en Zimbabue también están mayoritariamente ocupados por hombres. Pero «las niñas, igual que los niños, van a la escuela, y también es normal que una mujer tenga su propio negocio», explica Isabel. En su caso, confiesa que nunca se ha sentido en desventaja «por el hecho de ser mujer» porque ha crecido «en una posición privilegiada». 

Eso le permitió trasladarse, a los 19 años, desde Zimbabue a Reino Unido y más tarde a la isla. «Yo he podido ser independiente por eso, porque he sido privilegiada», reflexiona, «no he tenido la sensación de que me faltasen oportunidades, pero no es lo mismo para todos», añade. En Zimbabue, las diferencias se acentúan, sobre todo, en función del «poder adquisitivo y el acceso a los recursos», aclara. Por otro lado, Isabel defiende que, en el ámbito doméstico, para reducir la desigualdad, es necesario «educar tanto a los niños como a las niñas en tareas de casa preparándoles para la vida adulta».

Fatima Jamal, 39 años | Marruecos (África)

«Nos enseñaron que la mujer no puede hablar, no puede pedir»

«He crecido en una familia solo de chicas en la que nos enseñaron que la mujer no puede hablar, no puede pedir… La mujeres en el Rif lloran debajo de la manta por la noche», relata con dolor. Fatima dice que, de pequeña, tenía el sueño de tener un «boli y un papel» para poder aprender, algo que en Bni Gmil Maksoline, el pueblo de Marruecos del que proviene, en la mezquita, solo se les estaba permitido estudiar a los hombres.

«Además, la mujer marroquí se casa a los diez años, a los veinte ya es vieja para el matrimonio», afirma. Cuando conoció a su marido no pensó: «Quiero a este hombre», solo que quería «escapar de la prisión» en la que se encontraba hasta el momento: una casa familiar en la que dormían «como sardinas en lata» y donde vivía con sus cuatro hermanas y su madre junto a nueve tíos por parte de padre. Durante su adolescencia, esa convivencia obligada la convirtió en víctima de abusos por parte de uno de sus familiares. 

A pesar de esto, ella tuvo «suerte» en la huida, porque su marido la «apoya» en todo, pero otras mujeres no corren la misma. «Nunca sabes si la persona con la que te casas te va a proteger o si tu situación irá a peor», se apena. A los 18 años se quedó embarazada de su primer hijo porque nadie (ninguna mujer) le había explicado que se tenía «que cuidar» en ese sentido.

Luego vino a Ibiza, donde empezó a trabajar y se sacó el carnet de conducir ante la desaprobación de sus padres, con los que tuvo una «guerra» constante durante dos años porque, desde su punto de vista, «las mujeres no pueden ni conducir ni trabajar». Por eso, para Fatima, la mujer marroquí «hasta que no sale del país, no es una persona libre».

Lucía Krause, 34 años | Argentina (Latinoamérica)

Lucía Krause, de Argetina

Lucía Krause, de Argentina / DI

«Aún sorprende que las mujeres jóvenes ocupen cargos con responsabilidad»

Cuando llegó a la isla desde Buenos Aires hace ocho años, a Lucía le llamó la atención que «había mucha más libertad con el cuerpo de la mujer que en Argentina». «En la playa, por ejemplo, me daba mucha tranquilidad ver que los tíos no me miraban como si fuera un objeto sexual aunque decidiera hacer topless», comenta.

Le sorprendió, además, que los hombres no le hicieran comentarios inapropiados de manera constante y no estar expuesta, cada dos por tres, a esa «verbalización incómoda». «El hecho de volver a casa por la noche conduciendo sola me parecía impensable y, cuando llegué, tuve que borrar ese tic de mi mente», prosigue. «Cuando salía de fiesta por Argentina, además, notaba que había en las discotecas muchísima más competencia entre las mujeres. Por ser la más guapa y la más arreglada, por ejemplo».

En el cargo directivo que ocupa —«históricamente ocupado por hombres»— en la empresa de Ibiza en la que trabaja no se ha sentido discriminada. Pero que sí ha tenido la sensación de que a algunas personas les «sigue sorprendiendo que en cargos con mucha responsabilidad haya mujeres, y jóvenes». «Igual como mujer no tanto, pero como inmigrante sí he tenido la sensación de habérmelo tenido que currar más en general», concluye. 

Janina Tregambé, 48 años | Australia (Oceanía)

Janina Tregambé, de Autralia

Janina Tregambé, de Autralia / DI

«Si mi pareja me obligara, por ejemplo, a cocinar, lo consideraría un chiste»

«Yo, personalmente, que nací en la Australia de los años setenta, creo que en el país siempre ha habido mucha igualdad de oportunidades. Aunque, si lo analizas en profundidad, seguro que hay matices machistas», relata Janina. Rememora, en este sentido, cuando durante su adolescencia sus compañeros de instituto la manoseaban sin recibir ningún tipo de reproche al respecto. Tampoco por parte de los adultos. Más tarde, ya en el ámbito laboral, le ofrecieron ser manager de la compañía de finanzas en la que trabajaba con tan solo 28 años «siendo mujer y la más joven de la empresa», remarca. 

Explica que la igualdad de género se intenta conseguir en Australia desde el ámbito político y empresarial de una manera «muy estructurada» para que exista «integración» real, también de las personas con diferentes orientaciones sexuales. Ese músculo contra la desigualdad ha hecho que las mujeres se sientan «fuertes» para «alzar la voz ante cualquier injusticia machista».

«Si mi pareja me obligara, por ejemplo, a cocinarle, lo considería un chiste», añade, «además, los hombres australianos son conscientes de que cualquier actitud de este tipo les supondría un problema. Las mujeres en Australia hemos crecido muy fuertes», repite Janina. Una fortaleza que atribuye, mayoritariamente, a las raíces heterogéneas de un continente «muy nuevo» y cuya tradición se germinó, en parte, desde la influencia de los movimientos feministas de la Inglaterra de los sesenta.

Margaux T., 30 años | Francia (Europa)

Maurgaux t., de Francia

Maurgaux t., de Francia / DI

«Lo difícil de Francia es que sobre la teoría hay igualdad, pero la realidad es distinta»

Margaux llegó a Ibiza en octubre y desde entonces ejerce de profesora de francés en la isla. «En un país libre como Francia, lo complicado es que, en teoría, según las leyes, las mujeres son libres y, en comparación con otros países, tenemos mucha suerte. Sin embargo, la historia, las memorias colectivas y un modelo dominante que al final es viril, hacen que las desigualdades persistan», opina.

Esa desigualdad tiene como consecuencia, entre muchas otras cosas, que las mujeres no ocupan roles de poder. «A menudo, porque nosotras mismas hemos interiorizado nuestros límites como mujeres», continúa, «la trampa es pensar que son temas personales cuando, en realidad, se obliga a la integración de un modelo de éxito masculino, donde lo que tiene valor es hablar con seguridad, pasar a la acción, atreverse, imponerse, ser muy productivo, dirigir...».

Afortunadamente, piensa Margaux, el debate feminista y el hecho de que haya cada vez más mujeres referentes en la esfera pública invita al cambio: «Emanciparnos y atravernos a ocupar también nuestros lugares».

Sandra Jiménez, 31 años | Ibiza (Europa)

Sandra Jiménez, de Ibiza

Sandra Jiménez, de Ibiza / DI

«Es bonito tener distintos puntos de vista, pero no abrir batallas en el feminismo»

Sandra, de Ibiza, pone el foco en la importancia de tener «voluntad de querer cambiar» ese modelo patriarcal «inculcado» en general y de no «abrir batallas» que debilitan esa lucha feminista: «Eso no significa que no haya que tener distintos puntos de vista, es algo súper bonito, sino que hay que abrir la mente y entenderse». 

En ese sentido, la ibicenca pone el ejemplo de algunas prácticas y gustos que algunas vertientes feministas critican por ser «característicos del patriarcado» y que, en ocasiones, ella misma, al aceptarlas se ha sentido juzgada y considerada «menos feminista».

«El 8M sirve para salir a la calle, pero combatir esos micromachismos es un trabajo del día a día y que tenemos que hacer todos, tanto los hombres como las mujeres», valora: «Nos hemos educado en una sociedad machista y también hay que permitirse tener esos errores para detectarlos, trabajarlos y luego, por supuesto, cambiarlos».

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