Una de las vecinas de Can Bonet, sobre el atropello mortal: «Ayer dijo que se sentía afortunado»

El joven de 34 años atropellado ayer por un taxista en el punto negro de Can Guillemó, en la carretera que conecta Sant Antoni y Vila, era madrileño residente en la isla e iba en bus al restaurante de Platja d’en Bossa donde trabajaba de camarero

El lugar donde ocurrió el accidente mortal, tras la llegada de la Guardia Civil

El lugar donde ocurrió el accidente mortal, tras la llegada de la Guardia Civil / Maria Parejo

El personal del bar Can Guillamó, situado junto al tramo de la carretera Ibiza-Sant Antoni donde ayer por la mañana un taxista atropelló mortalmente a un hombre de 34 años, lamentaba ayer la trágica pérdida de quien se había convertido en un cliente asiduo del establecimiento.

El joven, madrileño, vivía en la isla desde hacía tres meses (aunque ya había residido en ella con anterioridad) y acudía a menudo al local, habitual de trabajadores, sobre todo del barrio de Can Bonet.

En uno de los inmuebles de la zona, situado justo al borde de la carretera, junto al bar y en la planta superior de una edificación ubicada en las entrañas de un taller de vehículos, el joven madrileño vivía de alquiler con otros dos chicos. Su compañero de piso, Álex, de Ibiza, llega a casa por la tarde temprano y «todavía no se lo cree». «Hace apenas una hora que me he enterado», informa con el rostro sombrío.

«No soy muy consciente, todavía no he hablado con mi compañero», continúa, señalando con el dedo índice la escalera que serpentea en ascenso desde la puerta de entrada, entreabierta, hasta el interior de la vivienda. David, el otro chico con el que convivían ambos, habló con la madre del fallecido por teléfono. Los familiares recibieron la noticia porque se la comunicaron los allegados y conocidos de la víctima en Ibiza.

«Le he llamado 500 veces»

La encargada del bar Can Guillamó, Carmen, fue testigo del despliegue de los servicios de emergencia por el accidente cuando llegó por la mañana, a las 7 horas, para abrir el local. «Cuando he visto a la Guardia Civil y el cuerpo tendido en el suelo me he imaginado que era él», expresaba, ayer, conmovida. «Le he empezado a enviar mensajes de WhatsApp y he visto que no se conectaba desde ayer por la noche y que no contestaba», prosigue, «le he llamado 500 veces».

Fue, finalmente, el conductor del autobús en el que viajaba todos los días hasta Platja d’en Bossa, donde trabajaba de camarero, quien llamó a Carmen y confirmó sus sospechas.

La encargada relata que iba al bar «todos los días». «Ayer justo estuvo aquí, se puso a llorar porque dijo que se sentía muy afortunado en la vida, por tener un trabajo con el que ayudar a su familia. Era muy cariñoso y muy buena persona», describe la encargada. Además, el madrileño estuvo unos meses de invierno echando una mano en el negocio.

«Un chaval muy dicharachero»

Carmen se asoma por la ventana del bar, con vistas justo al peligroso y polémico tramo de la carretera. Señala la mediana por donde la víctima saltó para llegar hasta la marquesina donde esperaba cada mañana el transporte público. «Quién sabe si iría a 80», expresa en voz alta, refiriéndose al taxista que ayer terminó, demasiado pronto, con la vida del joven. «Si pusieran un radar ya verían cómo frenábamos todos», dice, con contundencia.

Uno de los mecánicos del taller situado al lado de la vivienda donde vivía el fallecido explicó que todos los inquilinos de la casa siempre cruzaban la vía de esa forma para no tener que andar hasta el paso de peatones, ubicado apenas a veinte metros de un camino de tierra por el que se accede a la casa desde la carretera.

«Yo siempre le decía: ¡Algún día te va a pasar algo!», exclama otro de los trabajadores dejando de lado su trabajo un momento para alzar la mano en un gesto de reproche, ya inútil.

Los dos coinciden: «Era un chaval muy dicharachero, muy hablador». «Iba muchas veces vestido con una camiseta del ‘Atleti’ (del Atlético de Madrid) y siempre bromeaba diciendo que era de Chueca», recuerdan a la par.

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