Consciente de cómo estaba el tema de la vivienda, de que sería complicado encontrar dónde vivir y de que los precios serían prohibitivos. Así llegó a Ibiza, en junio del año pasado, Antonio Coello Baños, odontólogo. La situación, que conocía por las noticias, le echaba para atrás a la hora de decidirse a aceptar la oferta del Hospital Can Misses. Pero estaba «saturado» de Madrid y le interesaba trabajar en la sanidad pública. Eso, sumado a que, cuando preguntó un poco, le comentaron la posibilidad de alojarse de forma provisional en la residencia, hizo que se decidiera a venir. «Me pareció bien como primera opción, para llegar y luego ir mirando», comenta Coello, que lleva ya más de un año trabajando en Can Misses.

Este gallego, de Ourense, es uno de los 77 trabajadores del Área de Salud de Ibiza y Formentera que ha pasado por la residencia del hospital desde que se puso en marcha en mayo de 2017. Estuvo allí tres meses, desde que llegó a la isla en junio hasta que acabó agosto. Tres meses de los que tiene buen recuerdo: «Me adapté muy bien. Estaba contento por el contrato y, en plena temporada, agradecido por esa opción de alojamiento». Aunque reconoce que vivir en este espacio no es lo mismo que hacerlo en una vivienda, asegura que éste cuenta con «todo lo básico».

Coello reconoce que tuvo «suerte»: «Coincidimos un grupo de cuatro o cinco personas e hicimos piña. Además, se celebraba el Mundial de fútbol y eso nos vino bien para socializar». Recuerda que tenían ya su bar de referencia, en la zona de sa Colomina, en el que quedaban para airearse y que, además, al ser verano aprovechaban para ir de excursión. «Seguramente, en invierno hubiera sido muy diferente», reflexiona el odontólogo, que explica que una vez a la semana juntaban toda la ropa para llevarla a la lavandería. Aficionado a la cocina, confiesa que una de las cosas que echó de menos en la residencia fue tener unos fogones. «Me gusta la cocina de cuchara, la fabada, las lentejas... Hice muchas cábalas para ver si conseguía cocinar algo», recuerda, entre risas. No lo consiguió, apenas logró preparar una hamburguesa y alguna pechuga de pollo «en un hornillo». Al final, reconoce, se adaptó al menú del hospital siguiendo el consejo de otro de sus compañeros de residencia. el microbiólogo Javier Segura: «Nunca lo admití, pero él tenía razón». El odontólogo dejó la residencia cuando a otro médico se le quedaron dos habitaciones vacías en un piso del centro de Vila a un precio razonable «para lo que es Ibiza».

Repetidor en la residencia

Con él se mudó, precisamente, Javier Segura Basaín, microbiólogo, que fue uno de los primeros inquilinos de la residencia, cree que «el segundo o el tercero». Ésta se puso en marcha en mayo de 2017 y él llegó a la isla unas semanas después, en junio. Natural de Muro d'Alcoi (Alicante) y con la residencia recién acabada en el hospital Virgen de la Arrixaca (Murcia), Segura afirma que si no le hubieran ofrecido la opción de alojarse en el viejo hospital durante los tres meses que duraba su contrato, «no hubiera venido». Nada más llegar se encontró solo en este espacio, ya que otro de los médicos que vivían allí se había ido de la isla para asistir a un congreso. Asegura que, aunque como alojamiento a largo plazo «no es lo ideal», para una estancia temporal «está bien». «Es como cuando un médico se marcha a trabajar en un proyecto humanitario, que es para un tiempo limitado», comenta Segura, que regresó de nuevo a la residencia el verano siguiente. Sin embargo, cuando le ofrecieron ampliarle el contrato a un año decidió buscar un alojamiento fuera del hospital, a pesar de que tiene su «residencia fija» en Murcia. Ese segundo verano hizo un poco más de vida social ya que el anterior dedicó buena parte del tiempo libre que le dejaba el trabajo a la tesis. «La tenía que leer en septiembre u octubre y estaba en la fase final, con las correcciones, así que me vino bien. La tesis tiene una parte made in Ibiza», bromea.

El microbiólogo ríe cuando se entera de que su ahora compañero de piso, el odontólogo Coello, le da la razón en lo de aprovechar la comida del hospital cuando se vive en la residencia: «Comparada con la de otros centros, no está mal. De lo que se trata es de no escoger pasta todos los días, sino de ir jugando y organizarte para, dentro de lo posible, comer variado». «El hándicap de la residencia es que no tiene cocina, pero para ir tirando va bien», explica el microbiólogo, que se mudó, al mismo tiempo que Coello, a un piso en el centro de Vila. «Era de un compañero de Urgencias que había estado en la residencia, se quedaron dos habitaciones vacías y cuadró», comenta. Segura señala que el casero es «un hombre estupendo que prioriza el alquiler responsable» de todo el año al turístico.

Un destino «con mar y playa»

«Encontrar vivienda por Internet en Ibiza es complicado, una vez aquí es más fácil», afirma Enrique Gili Ortiz, anestesista que lleva medio año en Ibiza. Llegó a la isla a principios de año. Estaba viviendo en Sevilla y tenía ganas de trabajar en un sitio «de mar y playa», así que cuando la jefa de Anestesia de Can Misses, Teresa Nogueiras, le ofreció un año de contrato con la posibilidad de continuar, la idea le resultó atractiva. «Sentí curiosidad», confiesa. Asegura que la opción de la residencia le dio «tranquilidad». Reconoce que es una buena opción para ver si la isla y el trabajo convencen antes de establecerse en la isla, aunque, en su caso, afirma que hubiera cumplido el contrato apalabrado -«me gusta cumplir»- aunque la isla o el hospital no le hubieran gustado. No ha sido el caso.

Como imaginaba, una vez aquí encontrar vivienda ha sido más fácil de lo que parecía desde fuera: «Funciona mucho el boca a boca, los conocidos, los amigos...». Eso sí, reconoce que llegó en la mejor época del año para encontrarla. Asegura que las instalaciones de la residencia «cumplen su función» y permiten, además, poder buscar un alojamiento «sin presión» y sin tener que quedarse «el primero que ves» porque no hay tiempo. Al ser invierno, Gili no coincidió con mucha gente en la residencia: «Alguien de enfermería y algún médico de Atención Primaria y personal de servicios técnicos». De momento, el anestesista no ha decidido aún si se quedará una vez acabe este año. «Echaré la vista atrás al año completo, pero estoy contento», comenta Gili, que, tal como esperaba, ha aprovechado al máximo el mar y las playas. Incluso en invierno, aunque confiesa que no se ha bañado hasta que ha llegado el verano.

18 días para encontrar piso

Un total de 18 días. Es el tiempo que estuvo Álvaro Palma Conesa, psiquiatra, en la residencia del Hospital Can Misses. Es de Granada, pero llegó a la isla procedente de Francia. «Tenía la idea de volver a España y me llegó la oferta para llevar la unidad de patología dual, que me pareció muy interesante, explica el granadino, a quien, a pesar de estar en Francia, le habían llegado noticias sobre lo complicado que es encontrar vivienda en Ibiza. La posibilidad de alojarse en la residencia se la ofrecieron cuando él mismo comentó las dificultades que estaba teniendo. «El problema es que no estaba aquí, ni siquiera tenía la opción de venir un fin de semana y dedicarme a ello», indica.

El 13 de mayo llegaba a la isla y tomaba posesión de su habitación en la residencia. «Una vez aquí ya es más rápido. Desde fuera de la isla es más complicado, te piden 3.000 euros de fianza y sin haber visto el piso», comenta Palma, que asegura que la opción de alojarse en la residencia al llegar fue «clave» para que aceptara la oferta de trabajo en la isla. «No tenía mucha idea de lo que iba a encontrar. Sí me habían dicho que era una antigua planta de hospital, así que imaginaba que sería como la típica habitación de médico de guardia», relata. Cuando se puso a buscar vivienda se sorprendió de que apenas hubiera pisos disponibles «por debajo de los 1.500 euros al mes». Recuerda que apenas había «seis o siete», pero entre ellos encontró uno que le gustó. Lo que tenía claro es que no le apetecía compartir piso. «Llega un momento en que te apetece tener tu espacio», justifica. Reconoce que mientras estaba en la residencia le resultaba más complicado «desconectar del trabajo». De hecho, aunque los primeros días salía a la calle y subía por la calle Corona hasta el viejo Can Misses, al final «la comodidad ganaba» y empleaba el pasillo que comunica los dos edificios. Ahora, explica, desconecta más del trabajo en la unidad, que le encanta, y está contento en la isla a la que, recuerda, no habría llegado si no le hubieran dado la opción de alojarse temporalmente en la residencia.