Casi en el suelo. Con las enaguas remangadas por encima de las rodillas, los platos en la mano, la espalda recostada en la pared de piedra... Así fue la primera comida medieval organizada por Isabel Delgado y Jesús García, más conocidos como Traspas y Torijano. Fue un encuentro familiar (ellos, sus tres hijos y algunos amigos) que han repetido cada feria. Durante 20 años. El viernes por la noche celebraron la última. En la plaza de la Catedral, con un suelo alfombrado, a la luz de los candiles, sentados en sillas y con el olor del cerdo asado sobrevolando el espacio. Ya no eran sólo una docena, como en aquella primera ocasión, sino varias.

«Cuando celebramos aquella primera comida mi hijo pequeño, Necer, tenía cinco años. Ahora es él quien ha preparado parte de la cena», comenta Isabel García mirando la única foto que conserva de aquel banquete medio improvisado que celebraron, aprovechando la feria medieval, en la puerta de su casa, en la calle Mayor de Dalt Vila, a escasos metros de la plaza de la Catedral. «Entonces no teníamos móvil y no hacíamos tantas fotos», justifica Isabel quien, de hecho, no aparece en la imagen: «Yo era quien la hacía». La familia asegura que son de los que se apuntan a un bombardeo, les gusta implicarse en todo lo que les atañe y, si a eso se le añade un evento que les permite disfrazarse... Isabel recuerda el día en el que Xico Tarrés, entonces alcalde de Ibiza, se les acercó en un acto y les aseguró que estaba preparando algo «muy bueno para el mes de mayo» que les entusiasmaría. Poco después se anunció la primera edición de Eivissa Medieval y a la familia le faltó tiempo para empezar a confeccionar trajes de la época y a planear algo con lo que animar a sus mejores amigos a sumarse a la celebración. Así se fraguó aquella primera comida en la que apenas recuerdan qué sirvieron. Sólo que sacaron a la calle algunas de las sillas y que colocaron la comida en una mesa de la que los invitados se servían.

Rápidamente, aquella comida se convirtió en una cena a la que, poco a poco, se fueron sumando más comensales. «Familia y amigos, buenos amigos», matizan. Y todos vestidos como señores, caballeros y mercaderes medievales. Porque eso sí que no lo perdonan en la familia: quien acude a sus cenas debe parecer salido del medievo. Ellos les ayudan. A lo largo de estos veinte años se han hecho con un fondo de arcón que ya querrían para sí don Pelayo y doña Urraca. Se han hecho, porque todas las prendas (jubones, corsés, vestidos, corpiños, fajines, tocados, sobrevestidos, capas, bombachos, chalecos...) los han confeccionado ellos mismos. «Con aguja e hilo», comenta Isabel, que confiesa que no tiene ni máquina de coser. Mucha de esta indumentaria ha servido, durante todos estos años, para vestir a sus comensales. «Les pedimos que vengan con una base. Con un vestido largo, una falda o una camisa blanca tipo Adlib en el caso de los hombres», comenta Twinky García, la hija mayor de Isabel y Jesús, que era una adolescente en aquella primera comida. Veinte años después, Isabel confiesa que sigue cosiendo alguna prenda nueva cada año: «Siempre digo que ya está, pero al final siempre hago algo nuevo». En la familia, explican, se dividen en dos grupos: Isabel y su hijo Rubén, a los que les gusta ir de guapos, es decir, de dama y caballero, y Jesús, Twinky y Necer, que prefieren ir más de calle, de mercaderes y mesonera. «Es que no se trata de disfrazarte, se trata de que te vistas de medieval pero sin renunciar a tu estilo, con aquello que te sientas cómoda. Si te gustan los escotes, pues con escote, si te gusta ir ajustada, pues ajustada, si eres más recatada, pues más recatada. Como tú seas, pero en medieval», indica Twinky, que no ha renunciado a la cena ni cuando ha estado embarazada. De hecho, una de las dudas que tenía una de las invitadas de esta última cena es si le encontrarían un traje en el que cupiera su incipiente barriguita. «Le dijimos que se tranquilizara, ya teníamos pensado prestarle el vestido con el que me casé en 2007 y que llevé en la feria cuando estaba embarazada hace cinco años», explica Twinky, que este año ha reconvertido un viejo vestido en un traje para su hija Gadea. «Cada año vemos películas para inspirarnos», indica Jesús. Este año volvieron a ver 'Lady Halcón'.

La pata de cerdo

Al cabo «de dos o tres años» la familia ya decidió que, en lugar de una comida, celebraría una cena. Montaban una mesa larga en la calle Mayor, delante de la puerta de su casa, y cada vez eran más. Las parejas de sus hijos, nuevos amigos, los nietos... Incapaces de preparar en la cocina de su casa comida para tantos, decidieron pedirle al cocinero Felipe de la Peña que les preparara alguna cosa. El primer año se quedaron «alucinados» cuando vieron lo que les había cocinado: una pata de cerdo al horno que venía, además, en un recipiente de barro que parecía medieval. Durante una temporada, como cada vez eran más personas, pedían a quienes se apuntaban a la cena una pequeña colaboración de diez euros. Con ello pudieron comprar unos bancos, ya que las sillas que tenían en casa no bastaban para todos.

Organizar la cena requiere tiempo y planificación. Sobre todo ahora, que se llegan a juntar hasta 40 personas. Para empezar, tienen que pedir los permisos municipales. Para que estos trámites fueran más sencillos, al cabo de un par de años decidieron constituirse en asociación. Este año, como era el veinte aniversario, el Ayuntamiento les ha ofrecido la plaza de la Catedral, un pequeño espectáculo para acompañar la cena y un monitor con una función muy concreta: vigilar el lugar para que nadie se llevara nada de lo dispuesto en la mesa (platos, vasos, cubiertos, bebidas, postres, ensaladas...) a la espera del inicio del banquete. Saben de lo que hablan. Hace unos años alguien les robó un ánfora y más de una vez han pillado a varios visitantes del medieval llevándose como recuerdo alguna de las piedras pintadas de dorado del cofre del tesoro con el que suelen decorar las entradas de su casa y sus tiendas de souvenirs. No siempre ha sido todo fácil con el Ayuntamiento, confiesan. En más de una ocasión han tenido problemas con alguno de los técnicos municipales, poco dispuestos a esta iniciativa particular dentro de Eivissa Medieval. En una de las últimas ediciones, explica Isabel, a punto estuvo de cancelarlo todo.

Toda la familia comienza con los preparativos de la cena un mes y medio antes. Envían las invitaciones y piden a los comensales que confirmen la asistencia lo antes posible, para calcular las cantidades de comida. El pistoletazo de salida definitivo lo dan siempre el Día de la Madre. «Suelen venir a casa y aprovechamos para bajar todo lo del medieval, ver quién ha confirmado y pensar qué ropa le puede ir bien a cada uno de ellos, en el caso de que vengan sin disfrazar», explica Isabel, que ha pasado la semana preparando los postres: perrunillas y torrijas. Ha preparado montañas de ellas. La compra tiene que estar lista antes del día en que empieza la feria, ya que luego todo se complicada para subir y bajar de Dalt Vila cargados.

La familia ha perdido la cuenta de las fotografías en las que salen. «A la gente le hace gracia vernos allí cenando. Muchos nos preguntan que dónde hay que apuntarse», explica Isabel, que lamenta la falta de implicación de la gente, tanto de quienes visitan la feria como de los políticos. La única a la que han visto en todo este tiempo paseando por Dalt Vila disfrazada ha sido a Sandra Mayans, cuando era concejala de Fiestas. Hace años, desde la asociación propusieron al Ayuntamiento que organizara algunas actividades de acceso exclusivo para quienes acudieran vestidos de medieval: «Un gran baile en el claustro del Ayuntamiento, pero nos contestaron que no podían hacer nada así porque era discriminatorio». A la familia no le convenció la respuesta, así que desde hace un par de años ofrece palomitas gratis a todos los que se acercan a sus tiendas de recuerdos completamente vestidos de medieval. «No vale llevar una espada que acaban de comprar, tienen que estar vestidos por completo», apunta Twinky. El viernes también ofrecen desayuno a los niños que van ataviados de pequeños ibicencos del medievo. «Son formas de incentivar a la gente. En Teruel, por ejemplo, es impresionante cómo la gente se implica. ¡Hasta los periodistas van disfrazados! Eso es lo que nos gustaría a nosotros, pero hay que animar a la gente», comenta Isabel. «También se podría escoger al rey y la reina del medieval o tratar de superar algún récord Guinness», añade. La familia lamenta que muchas veces ni siquiera vayan vestidos de medieval ni quienes atienden los puestos. «El Ayuntamiento debería controlar más eso», afirman.

Las noches de banquete son largas. A la familia le dan las cuatro y las cinco de la madrugada recogiendo, barriendo el suelo de la calle y fregando los cacharros. «Y al día siguiente hay que abrir las tiendas y los puestos», comentan, riendo. Estos últimos los atienden sus hijos y nietos. En ellos venden bebida y comida. Aún recuerdan al emprendedor de la familia, el pequeño Necer, que con apenas ocho años hizo unos muñecos con pinzas y se plantó delante de la tienda de su padre a vocear su producto: «¡Muñecos hechos por un niño de ocho años!». Sus padres y su hermana ríen. «Ahora el de los muñecos es todo un cocinero que se encarga de la mitad de la cena», concluyen.