La práctica de mindfulness nos ofrece efectivas técnicas para reducir la sobrecarga que nos producen nuestros miedos y proyecciones mentales, ayudándonos a vivir más anclados en el presente y a atender la realidad momento a momento. Sin embargo no es una forma de control del pensamiento, tal y como cree mucha gente.

El pensamiento cumple una función fundamental en nuestra supervivencia, qué duda cabe. No es posible eliminarlo, ¡ni conviene! Es responsable de organizar las tareas prácticas de nuestra realidad, sin las que no podríamos sobrevivir. Además, si sabemos dirigir nuestras ideas hacia lugares positivos y coherentes, el pensamiento nos permite imaginar y diseñar los logros a los que todos aspiramos. También nos permite deleitarnos en el mundo intelectual cuando está bien elaborado, alimentando nuestro goce en las ideas. Nuestro intelecto es un regalo fascinante si sabemos cultivarlo con medida, pero esa armonía no es fácil de conseguir?

Por suerte o desgracia, nuestra mente pensante posee un apetito desmedido, quiere crecer y expandirse. Y aunque ese apetito es responsable de las maravillosas creaciones y avances de la humanidad, tiende a sobrecargarnos: llega un momento en que nos domina y ya no podemos dejar de pensar, lo que afecta nuestro sueño, descanso y salud. Lo cierto es que nuestra prodigiosa mente está destruyendo el planeta, no se puede negar a estas alturas, y a menor escala (pero equivalente) el pensamiento daña nuestro cuerpo cuando se dispara y nos desconecta de nuestra realidad física.

Reducir el automatismo naval

La práctica de mindfulness (también llamada Atención Plena) es una disciplina que puede ayudarnos a reducir el automatismo mental, pues nos invita a observar el presente momento a momento. Por medio de una serie de sencillas técnicas contemplativas (que sin embargo hay que poner en práctica con constancia, es decir requieren disciplina) es posible hacerse consciente del imparable tren al que nos somete el pensamiento. Al aprender a dirigir la atención hacia el cuerpo y la realidad circundante, la mejora en nuestra calidad de vida no tarda en apreciarse.

Divulgada por los más prestigiosos departamentos de neurociencia de Estados Unidos, la práctica de mindfulness es, en realidad, una adaptación de la meditación budista. Esta disciplina milenaria ha sido secularizada y desligada de su contexto religioso porque se ha demostrado científicamente que transforma nuestro cerebro, reduce el estrés, desarrolla la concentración y nos vuelve más compasivos, es decir cumple una función absolutamente necesaria en nuestra estresante sociedad. Se habla mucho de esta técnica, últimamente está en boca de todos, pero existen muchos malentendidos al respecto: desde luego dista mucho de ser una forma de control del pensamiento y tampoco es una forma de relajación, como mucha gente piensa.

La práctica de mindfulness no consiste en dejar de pensar ni en controlar o vaciar la mente. Hay días en que al sentarnos a meditar resultará incluso desagradable hacernos conscientes de todo el ruido que nos acompaña, que está teniendo lugar en nuestro interior. El sentido de la práctica es que desarrollemos la atención plena al presente, no busca que nos desconectarnos de la realidad, ¡todo lo contrario! Se trata de que aprendamos a atender nuestras tareas y metas únicamente a medida que nos piden atención, momento a momento, para poder disfrutar de la realidad circundante y sentir nuestro cuerpo el resto del tiempo. Hay una gran diferencia entre preocuparse y ocuparse, dicen los sabios, y en esa crucial diferencia reside la clave de nuestra felicidad.

Lissi Sánchez es experta en mindfulness. Imparte un programa para principiantes en Sta. Gertrudis a partir de finales de abril. Información: www.elartedelarealidad.com