Hace unos días, mientras comía con una buena amiga que es profesora de yoga en Ibiza, me habló de que una productora audiovisual inglesa está recaudando fondos para hacer un documental. El propósito de los numerosos profesores involucrados en esta producción internacional es devolverle su verdadero sentido a la práctica del yoga. Por el momento solo hay un tráiler circulando por las redes sociales, pero la iniciativa me ha dado mucho que pensar. El yoga no es un deporte, protestó mi amiga: ¿tú has visto la manera en que determinadas profesoras publicitan sus clases mostrando un cuerpazo?, ¿crees que de verdad hacen falta disciplinas como el aero-yoga?, se agitó. Asentí y comencé a cavilar sobre el asunto. Exactamente lo mismo está sucediendo con el mindfulness, y en parte -dado que soy profesora de esta práctica en Ibiza- me siento responsable.

Sobra decirlo, no hace falta afiliarse a una tendencia new age ni abanderar una tradición espiritual concreta para cultivar el amor. Hay a quien le da por cocinar, por adoptar un perro o por escribir canciones: todo es lo mismo€ siempre y cuando exista la intención amorosa. En realidad lo único que varía es el sentido estético de cada cual, y a muchos (entre ellos me incluyo) nos da vergüenza confesar a qué nos dedicamos en realidad, qué nos mueve realmente. Nos cuesta mucho desnudarnos y hablar de amor sin tapujos. Yo también soy víctima de ese pudor tan contemporáneo.

Existen infinidad de caminos, lo importante es darse cuenta de que somos agentes activos. La realidad no es externa ni nos viene dada: todos somos espejos y creadores. Y es bonito pensar, sentir, que en estos tiempos convulsos cada vez somos más las personas que sentimos la necesidad de recordar y devolver al mundo su dimensión mágica. A muchos les va a dar la risa cuando lean la palabra ´magia´ porque suena muy poco científica. Sin embargo eso es pura ignorancia: todos los científicos, filósofos y artistas que precedieron la modernidad se dedicaban precisamente a explorar esa relación que algunos denominamos ´magia´. Y afirmaban, en su gran mayoría, que vivimos en una realidad ´encantada´ que nos crea y es creada: todos somos creadores partícipes. Claro, yo soy la primera que se olvida de esto durante el trance de mis cegueras.

Menos estrés

Los antiguos no necesitaban negarlo ni disimular; la relación con la magia creadora estaba bien vista hasta que empezaron a rodar cabezas€ Para nuestros ancestros, la dimensión amorosa del mundo en que vivían era evidente, omnipresente y esencial. Seguramente por eso padecían menos estrés, porque se relacionaban sin prejuicios con el estrato simbólico de la realidad. Es decir, investigaban y divulgaban la equivalencia entre cuerpo y mente, materia y consciencia, partícula y vibración, a nivel microscópico y macroscópico: todo es equivalente. De eso trata el arte desde que el mundo es mundo, la ciencia también, y la meditación y el yoga forman parte del mismo gesto (siempre y cuando se enseñen con honestidad).

Bienvenido sea el diálogo que vincula el mindfulness con la neurociencia. Es fantástico que se haya llegado a demostrar que meditar transforma nuestro cerebro y reduce el estrés. Sin embargo, es momento de desnudarse y de hablar sin tapujos. No permitamos que la mercadotecnia nos devore, ni que acabe por destruir el estrato creador y amoroso de prácticas milenarias que hoy se venden como rosquillas. Y desde luego no estoy hablando de cultivar una fe ciega, todo lo contrario. El mindfulness busca que aprendamos a mirar y escuchar los contenidos de nuestra consciencia momento a momento, con atención plena: ¿qué es la llamada realidad y qué relación guarda con nuestra mente? La respuesta siempre está a la vista, late en lo evidente€ Está tan presente y es tan obvia que nos cuesta verla, igual que en el cuento ´La carta robada´, de Poe.

En cualquier caso, hay un movimiento mundial que vincula la ciencia moderna a las leyes ´mágicas´ de todas las tradiciones místicas. Se trata de leyes ligadas a la creación, el amor y la consciencia, y las prácticas místicas no solo las emplean sino que además las divulgan desde el principio de los tiempos. Esto sucedía de manera más bien esotérica o ocultista hasta hace relativamente poco, pero los tiempos han cambiado. En concreto, a miles de científicos y catedráticos del mundo occidental contemporáneo les mueve ese mismo empeño, por lo que se dedican a investigar las profundas coincidencias que la física cuántica guarda con el pensamiento no-dual. No estamos separados, aseguran las leyes de la ciencia moderna. Tú y yo somos uno, no dos, lo que pasa es que no nos damos cuenta.

Dos planos

¿Pero en qué se traduce exactamente esta magia, en el mundo que tú y yo habitamos? Bien. El tiempo y el espacio no funcionan de manera lineal y local, sino atemporal y a-local, a pesar de lo que percibe nuestro cerebro cognitivo, asegura la cuántica. Y además, la llamada realidad coexiste en dos planos simultáneos y equivalentes: el físico (materia o cuerpo) y el vibracional (información u onda). Lo más alucinante es que lo que percibimos como sólido en realidad existe en una superposición de infinitos estados o posibilidades que se contradicen (a=-a). Estas posibilidades solo son aparentemente reales en la percepción del observador, es decir en la consciencia que es testigo de dicha supuesta ´realidad´. Nunca dejan de coexistir todas las posibilidades.

Los budistas -por nombrar alguna de las tradiciones místicas a las que aludía antes- aseguran que solo hay consciencia. Afirman que mente y realidad son la misma cosa, que observador y observación son lo mismo. A esto me refiero cuando hablo de pensamiento no-dual. Los maestros de esta tradición afirman que la única realidad es una suerte de nada, o vacío, que emite una vibración (llámese onda, creación mental, información, sonido, dios, amor; llámese pensamiento o emoción, palabra o canción).

Lissi Sánchez es experta en mindfulness. Imparte un programa para principiantes en Sta. Gertrudis a partir del 16 de mayo. Información: www.elartedelarealidad.com