Asturias abandona el carbón en pleno furor mundial por el mineral
La transición verde de la industria regional coincide con un consumo récord que este año superará los 8.000 millones de toneladas
Yago González
La energía y la geopolítica, dos realidades siempre entrelazadas, presentan de vez en cuando fuertes paradojas. Justo cuando todos los países occidentales se encaminan a un futuro de energías renovables, los altos precios del gas provocados por la guerra de Ucrania están disparando a niveles inéditos la demanda mundial de carbón. Según un reciente informe de la Agencia Internacional de la Energía (AIE), todo apunta a que en 2022 el consumo del mineral aumentará un 1,2% respecto al año pasado, superando por primera vez los 8.000 millones de toneladas. Este panorama coge a Asturias, región históricamente extractora de carbón, en plena transformación de su modelo industrial y energético, donde el color negro del mineral es cada vez más una reliquia del pasado.
La AIE prevé que la demanda del combustible fósil en la Unión Europea crezca un 6% este año, con Alemania capitaneando esta vuelta al pasado: utilizará 10 gigavatios (GW) de capacidad de carbón. El país tiene previsto abandonar el mineral para el año 2038, pero todavía es una fuente clave en el sistema energético germano.
"El mundo está cerca de un pico en el uso de combustibles fósiles, y el carbón será el primero en disminuir, pero aún no hemos llegado", aseguró Keisuke Sadamori, director de Mercados y Seguridad Energéticos de la AIE. "La demanda de carbón es obstinada y probablemente alcanzará un máximo histórico este año, lo que aumentará las emisiones globales", advirtió.
Y no solo eso: la AIE estima que el elevado nivel de consumo se mantendrá hasta 2025, puesto que la reducción en las economías occidentales se verá compensada por las compras de gigantes como China o India.
En este contexto, Asturias –que a finales de los años 50 llegó a tener 110 empresas hulleras– ya solo cuenta con el grupo III de la central de Soto de Ribera y los grupos I y II de Aboño (todos pertenecientes a EDP). Con todo, la mayor parte del mineral que queman estas centrales procede desde hace años de otros países, como Australia o Sudáfrica.
Tras estar cerrada durante buena parte de 2019 y anunciar su cierre en 2020, la planta de Soto de Ribera reanudó su actividad en 2021 y de momento continúa operando, pese a que la clausura estaba prevista para este año. La de Aboño también sigue activa. Los planes de EDP para ambas es transformarlas en plantas de generación y almacenamiento de hidrógeno producido con fuentes renovables. El proyecto está siendo revisado por el Gobierno central para que pueda optar a fondos europeos.
Otro de los últimos emblemas mineros es la central de La Pereda (Mieres), propiedad de Hunosa. También está inmersa en una metamorfosis, en su caso hacia una central de biomasa forestal con 50 megavatios de potencia instalada. La compañía hullera acaba de sacar a concurso la transformación, que durará 21 meses y costará 45 millones de euros.
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