Memoria de la isla | En una caja de cartón

Como comenta Walter Schoenberg en ‘Postales y otras colecciones’ (1945), hace más de 3.000 años, en las culturas acadia, sumeria y egipcia, los niños de las clases pudientes ya tenían, en papiros y tablillas, dibujos secuenciados con relatos de héroes y dioses. Puede que la función de aquellas estampas, didáctica o de mero entretenimiento, fuese parecida a la que tenían los cromos de nuestra niñez

Del álbum ‘Ases alvolante’.  Archivo Magón

Del álbum ‘Ases alvolante’. Archivo Magón / Miguel ángel gonzález

Miguel Ángel González

Miguel Ángel González

Tal vez porque el paso de los años diluye y borra nuestra biografía, nos alegra recuperar objetos de nuestra niñez que, aparentemente insignificantes, retienen una poderosa carga afectiva que nos recupera momentos felices. Sin buscarlos, arrinconados en un altillo, desván o trastero, nos topamos con un viejo mecano, un tirachinas, un frasco con canicas o un montón de tebeos. Es lo que hace unos días me ha sucedido. En una caja de cartón han aparecido 3 álbumes de cromos, aquellos que venían en las tabletas de chocolate Elgorriaga, Tárrega o Valor, y que también comprábamos en las papelerías de Casa Verdera y del Diario de Ibiza.

El descubrimiento me ha llevado a releer La vida en Cromos, los álbumes de nuestra infancia, precioso ensayo de Javier Matesanz Mateu, ibicenco y periodista de raza, del que recojo un comentario que viene a cuento. Dice que, cuando nos hacemos mayores, —y yo voy camino ya de los ochenta, ¡parece mentira!—, la vida es poco más que una colección de recuerdos; y que si los cromos despiertan precisamente recuerdos, con ellos recuperamos vivencias que creímos perdidas. De aquí la importancia que pueden tener aquellos benditos cromos que intercambiábamos con otros niños y también en Casa Carlos, en el carreró de la Xeringa, que los tenia de segunda mano. Y mientras los íbamos viendo, uno por uno, íbamos cantando «tinc, tinc, tinc, aquest no el tinc».

Puede que aquel coleccionismo infantil explique el que luego tenemos, ya mayores. Yo, por ejemplo, colecciono piedras que me llaman la atención porque sus formas o texturas son raras y sugerentes. Y no estoy loco de atar. Casi todos coleccionamos algo. En Ibiza hemos visto muestras de colecciones particulares de postales, guías de viaje, muñecas, juguetes y fotografías antiguas. Y nuestro incomparable Portmany, Antoni Marí, coleccionaba cualquier cosa que tuviera marchamo ibicenco, vestidos tradicionales, quinqués y muebles viejos. Y hay quien colecciona sellos, vitolas, cajetillas de tabaco, flores secas, minerales o mariposas disecadas. En un viaje que hice con unos amigos a l’Alguer, (Cerdeña), uno de ellos, fotografiaba en el pavimento de las calles esas anodinas tapaderas de hierro fundido que tienen los registros de gas, teléfono, agua o electricidad. Las coleccionaba. Las tenía de toda Europa. ¿Y por qué no? Se puede coleccionar cualquier cosa que nos interese. Y ya digo, todo pudo tener origen en nuestras colecciones infantiles.

Tal como los conocemos, los cromos nacieron el siglo XVIII en unas estampillas en blanco y negro que los niños coloreaban. Y cuando en 1835 se inventó la reproducción litográfica en color, se pudieron editar cromos que ya eran parecidos a los que conocimos nosotros de Bruguera y Panini. Venían en sobres de cinco unidades, pero nos salían muchos repetidos. Era una estrategia de venta para que compráramos más, hasta conseguir los que nos faltaban. Algunos eran muy difíciles de conseguir y acudíamos al intercambio, un trapichero que nos hizo negociantes. Un cromo raro podía valer 40 cromos comunes.

Con pegamento Imedio

No sé qué hubiéramos pensado caso de saber que hoy se pagan barbaridades por algunos cromos. Por el de Tom Brandy, jugador de fútbol americano, alguien pagó 2,25 millones de dólares en una subasta. Pero volvamos a nuestros cromos que, afortunadamente, eran más baratos. Al principio, no eran autoadhesivos y los colocábamos en los álbumes con pegamento Imedio. Después ya vinieron con goma arábiga en el reverso y tenían un número, el mismo que tenía la casilla del álbum en el que teníamos que colocarlo. Y un literal, al pie de cada cromo, lo explicaba, de manera que cuando teníamos completa la colección, el álbum era una modesta enciclopedia ilustrada. Pero era un no parar. No habíamos completado un álbum y salía otro nuevo. Los había de deportes, históricos, de aventuras, de animales, de ciencias naturales, de cuentos clásicos, de películas, de monumentos, etc. Algunos álbumes eran sencillos, pero los había con tapas de cartoné.

En Ibiza no teníamos un lugar especial para los intercambios. Los hacíamos en el recreo del colegio, en cualquier calle o en los bancos de piedra del Parque y de Vara de Rey. Los cromos eran nuestra moneda. Si perdíamos jugando a canicas, pagábamos con cromos. También los comprábamos y vendíamos, junto a los tebeos, en aquellos puestos que montábamos en las aceras sobre una caja de madera. Y con los cromos podíamos jugar a La Pila: cada jugador dejaba sobre una mesa o banco el mismo número de cromos con el dibujo hacia abajo y, por turno que se sorteaba, cada uno de nosotros los golpeaba con la mano hueca y se quedaba con los que conseguía voltear de manera que el dibujo quedara a la vista. Si no lo conseguía, perdía la vez.

El monto

Otro juego era ‘El monto’: cada jugador tiraba uno de sus cromos al suelo y todos, por turno, tirábamos uno y si caía encima de otro, si lo ‘montaba’, se lo quedaba. De todas las colecciones de cromos que recuerdo, yo prefería la de Diego Valor, piloto interplanetario que era la versión española del Flash Gordon americano. La historia la creó un comandante del Ejército —eso lo he sabido después—, que, con los parámetros que marcaba Falange Española nos ofrecía, mientras nos adoctrinaba, aventuras intergalácticas con base en el planeta Venus. Nuestro héroe, Diego Valor, tenía incluso un himno que los chicos nos sabíamos como el padrenuestro: «¡Adelante, soldados de la Tierra! / Volad hacia el espacio misterioso! / No temáis los azares de la guerra, / mostrad en otros mundos vuestro ardor, / que os guía, valiente y victorioso / el gran Diego Valor. / ¡Diego Valor! / ¡El piloto del espacio, / el guerrero sin temor! / ¡Diego Valor! / ¡De los cielos caballero, / de malvados el terror!». Y así de bélicos fuimos creciendo.

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