La Ebusus semita

Según los arqueólogos desbrozan las brumas de nuestra primera memoria, se confirma que el elemento semita tuvo en nuestras islas una presencia más dilatada de lo que hasta ahora se creía. Si, como parece, ya en los finales del siglo VIII aC., pudieron frecuentar nuestros litorales quienes iban y venían entre las factorías fenicias occidentales más antiguas, ahora sabemos que la presencia fenicio-púnica alcanza los días en que la Ayboshim cartaginesa es ya la Ebusus romana

Recreación de nave romana. | D.I.

Recreación de nave romana. | D.I. / Miguel ángel gonzález

Si Ebusus es la Ibiza romana, puede parecer una contradicción adjetivarla semita, pero lo cierto es que, caída Cartago y rendida nuestra isla, quienes la habitan los dos o tres siglos que siguen son semitas, no romanos. Son tiempos en los que se da un tira y afloja inevitable entre quienes se resisten a perder el legado de la Ayboshim fenicio-púnica, lengua, costumbres y estilo de vida, —gentes sencillas, en su gran mayoría— y aquellos otros que, mejor situados en las élites ciudadanas, sea por sus intereses particulares, cargos o negocios, apuestan sin remilgos por una romanización que les beneficia. La disolución del talante oriental, en cualquier caso, se cocerá a fuego lento.

La historiografía tradicional quiere dejar las cosas claras, simplifica en exceso y las deja oscuras. Es una Historia amiga de clasificar y compartimentar el pasado en periodos y tiempos precisos, a poder ser entre dos fechas, población prehistórica (2.000 aC. - 1.000 aC.), fenicios y púnicos (VIII aC. - I aC.) , romanos (I dC - IV dC, vándalos y bizantinos (V dC - VIII), musulmanes (s. X - s. XII), catalano-aragoneses (s. XIII - s. XVII). ¡Así de preciso y sencillo! La realidad, sin embargo, es más laberíntica, enmarañada y compleja en sus cambios y flujos. El borrón y cuenta nueva no se da nunca. Hoy sabemos, por ejemplo, que en los primeros tiempos, lo fenicio pervive en la Ayboshim cartaginesa y que la idiosincrasia fenicio-púnica tiene una presencia significativa en la Ebusus romana.

Con la rendición de Gadir a Roma en el 206 aC, harta de las imposiciones y exigencias de la metrópoli africana que se desangraba con las Guerras Púnicas, se creía que el elemento fenicio en la Península y en las islas cerraba su ciclo. Como quien cierra una puerta. Y no fue así. Incluso mucho después de caída Cartago, la llamada romanización fue un proceso largo, de 200 o 300 años. Muchos detalles lo demuestran. Todavía en el siglo I dC., tiempos ya de Tiberio y Calígula, la ceca ebusitana mantiene en sus monedas el nombre de la ciudad en letras púnicas y la imagen del dios Bes, las costumbres siguen siendo más semíticas que romanas, las creencias mantienen un sincretismo orientalizante en el que los dioses púnicos son rebautizados y en el habla existe un bilingüismo oficial pero, a pie de calle, es más común el púnico que un latín que nadie entendía y tardó en imponerse.

Dos bandos

Como recoge Benjamí Costa en la Historia de Ibiza i Formentera, la sociedad insular, estuvo en aquellos días dividida en dos bandos, mientras una minoría se apuntaba a la romanidad, una gran mayoría se resistía a perder su identidad púnica. Y sucede un hecho curioso: lo romano no sólo no se impone de un día para otro, sino que, en cierta manera, sucede lo contrario, que los significativos cambios sociales y productivos que ciertamente se dan llevan a la asimilación por parte de Roma de los establecimientos fenicio-púnicos de Gádir, Malaka, Sexs, Baria, Abdera y también Ayboshim. Poco importa que nuestra ciudad adquiriese el pomposo título que lucía, por así decirlo, en el escaparate: Municipium Flavium Ebusum. Lo importante es lo que se cocía en la cocina, ver en qué consistió la transformación que tuvo lugar o, en otras palabras, saber qué se hizo de la población fenicio-colonial del sudeste peninsular y de las islas entre los siglos III aC y I dC. Y lo que los arqueólogos y los historiadores nos dicen es que la especificidad semita, la identidad socio cultural oriental, lejos de desaparecer, tuvo un punto y seguido que sorprende por el papel relevante que mantuvo en casi todas las antiguas ciudades y factorías fenicio-púnicas, que, eso sí, las fuentes clásicas consideraron inmediatamente romanas. ¡Faltaría más!

Hoy ya se puede explicar el engaño de los manuales. Si la Historia tradicional silenciaba este relato, la supervivencia de lo púnico y su lentísima disolución en el universo latino, era más por intereses y mala fe que por desconocimiento. Personajes como Shulten y en nuestra casa García Bellido hicieron su trabajo a conciencia y con tal eficacia que, hasta hace cuatro días, llamarle a uno ‘fenicio’ era un insulto de manifiesta mala leche. Nos decían que los púnicos eran bárbaros porque, para congraciarse con los dioses cuando venían mal dadas, les ofrecían en sacrificio a sus hijos. Y es cierto. En situaciones dramáticas lo hicieron alguna vez. ¿Pero era menos grave la merienda de prójimos que los leones se daban en el circo, esta vez por mero entretenimiento? ¡Ah, la civilización! El caso es que los púnicos, para la Historia que digo, eran pérfidos, astutos y avariciosos. Mala gente. A años luz de los civilizados griegos y romanos. Lo cierto es que se nos colocaba lo ario sobre lo semita.

Los que cortaban el bacalao

En la Historia de España que dirige Menéndez Pidal y que quienes peinamos canas nos tragamos en la Escuela Nacional, por motivos descaradamente ideológicos que interesaban al régimen fascista, eran los celtas, los romanos, los godos, visigodos y ostrogodos, los que cortaban el bacalao. Una idea que ha dado mucho de sí. Pero no bueno. Afortunadamente, en fechas aún comprometidas, las excavaciones de Tarradell en Marruecos y de José Mª Mañá en Ibiza -no viene mal recordarlo- empezaron a desmontar entuertos y a recuperar el verdadero relato de la importante y dilatada presencia fenicia en Occidente. Lo que nos llegaba, negro sobre blanco en las enciclopedias, nos venía de griegos y romanos, enemigos de los púnicos. 

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