Thomas Bernhard, sarcástico y beligerante

Con un virtuosismo verbal apabullante, una eficaz cadencia narrativa y una invectiva espeluznante. Sin ninguna concesión al lector. ¿Esnobismo? ¿Escritura experimental? Ni por asomo

Thomas Bernhard

Thomas Bernhard

Barcelona. Servicio de Urgencias de un Hospital. Sala de espera. He acompañado a una amiga en apuros y, mientras le hacen placas, análisis y qué sé yo, me dicen que tardarán unas tres horas en tener resultados. Venía preparado. Al salir de casa he cogido al tun tun un libro de pocas páginas. Para mantenerme ocupado, no preocupado, ‘El origen’, de Thomas Bernhard. Es el «primer volumen –dice la contraportada- de una de las más grandes autobiografías jamás escrita». Recuerdo que en su momento intenté leerlo y desistí. Veo que, junto a los créditos, a lápiz, dejé un aviso: «Insoportable y cargante». Entonces me equivoqué y hoy sé el porqué. Sus 132 páginas, sin un punto y aparte, son un soliloquio obsesivo con retrocesos, repeticiones, meándricas parrafadas y manifiesta mala leche. Y sin embargo, un prodigio de escritura que nos atrapa y no nos suelta hasta la última frase.

Estudiante de música, tan aventajado como indisciplinado, Bernhard abomina de las partituras y cuando se decanta ya mayor por la escritura, mantiene su lúcida y demoniaca heterodoxia. Con un virtuosismo verbal apabullante, una eficaz cadencia narrativa y una invectiva espeluznante. Sin ninguna concesión al lector. ¿Esnobismo? ¿Escritura experimental? Ni por asomo. Es una estrategia intencionada en la que su decir perturbador se corresponde con la confesión que nos haces sobre el mal sueño que le toca vivir. 

‘El origen’ es una exploración catártica y salvaje de sus primeros años, un infierno. En sus recuerdos, Bernhard ataca por igual la aberrante educación del nazismo y el férreo catolicismo que le sigue: «Ha llegado la paz, ¡pero qué paz! He cambiado el internado nacionalsocialista por otro severamente católico, y apenas hay diferencias. Los reglamentos y rituales se parecen sospechosamente. Los himnos dedicados a Hitler son ahora los himnos dedicados a un Dios amenazante. Y el Prefecto del Johanneum, en su sadismo, no le va en nada a la zaga al Prefecto de la SS de la Escuela Nacionalsocialista. Uno llevara uniforme y el otro sotana, pero el resultado era el mismo». 

En Bernhard no sólo nos topamos con una pluma deslenguada y laberíntica, sino con algo mucho más duro, el horror que nos explica. Mientras leo, subrayo en la novela la palabra suicidio que en las primeras 30 páginas se repite 157 veces. Y la bella y musical Salzburgo, ciudad en la que vive, asfixiada y devastada por los bombardeos de los aliados, es un lodazal moral, una enfermedad mortal, un cementerio: «Todo es una razón para el suicidio. Dos mil personas intentan todos los años en el Land federal de Salzburgo poner fin a su vida, y muchas lo consiguen». Bernhard levanta ampollas y lo sabe: «Los salzburgueses deben odiarme más que a la peste». 

Y así era. Algunos le difaman, otros lo denuncian y consiguen que sus obras salgan de las librerías. El mayor escándalo sucede en 1988. Le encargan una obra de teatro con motivo del 50 aniversario de la anexión de Austria al Tercer Reich y nadie ve venir lo que Bernhard dice en ella: «Hay más nazis ahora que en 1938». Es evidente que lo dice para provocar, pero conviene recordar que, sólo dos años antes, en plena campaña electoral, había salido a la luz el pasado nazi de Kurt Waldheim que se convirtió en presidente austriaco. Pelillos a la mar. 

Sigo en la sala de espera del Hospital, me fuerzo a seguir leyendo ‘El origen’ y me acuerdo de Becquett, Kafka, Cioram y, muy especialmente, de ‘Las memorias del subsuelo’ de Dostoievski. Pero digámoslo todo. Detrás de sus tremebundos textos y su mala baba, en Bernhard hay mucho dolor. Y motivos sobrados de rebelión. Su vida es un desfile de enfermedades, soledades, locuras y muertes. El título de ‘El origen’ podríamos traducirlo por causa, razón o motivo del Mal que nos muerde. 

Dos frases

Dos frases resumen su pensamiento: «Lo que somos es oscuro. Lo que vivimos es caótico». Le asquea el horror que domina el mundo, pero suicidarse sería tirar la toalla. Su lucha contra la muerte es una lucha por la vida. Prefiere gritar su cabreo y denunciar a los verdugos. Su interminable discurso sobre el embrutecimiento de una sociedad enferma durante la Guerra y atormentada después por una metafísica de la expiación, depravada y derruida, no es más que una cosquilla masoquista para quien vivió durante cuarenta años la caricatura del Führer. 

Pero Bernhard no es masoquista, además de escritor es músico y de ahí, en buena medida, la particularidad de su escritura. (Aquí abro un paréntesis que podrá parecer perogrullada y no lo es. A Bernhard, precisamente por la cadencia musical de su escritura, hay que leerle deprisa, febrilmente. 50 páginas por hora sería un buen ritmo. Si se lee sin decaer, ininterrumpidamente, como fluye la música, todo cobra sentido. En mi caso, por ejemplo, en las tres horas que pasé en la sala de espera del Hospital, pude acabar ‘El origen’. No sin una extraña sensación de vértigo, pero esperando leer los otros cuatro volúmenes de su tremenda autobiografía, ‘El sótano’, ‘El aliento’, ‘El frío’ y ‘Un niño’; es una mínima parte de su obra en la que conviene recalar, ‘Helada’, ‘Trastorno’, ‘La calera’, ‘Corrección’, ‘Extinción’ y, entre algunas otras, ‘Hormigón’, parte de la cual transcurre en Mallorca, lugar en el que Bernhard solía refugiarse y que en la novela se convierte en una cita con la soledad y la locura. El paréntesis ha resultado excesivo y aquí lo cierro). 

Sólo para añadir que, en el fondo, Bernhard es un moralista que utiliza, como no he visto en otro escritor, la ironía, el humor negro de Kafka, Kubin y Musil, un sarcasmo feroz que nos deja como somos delante de un espejo en el que nos avergüenza mirarnos. Bernhard crea así una suerte de esperpento centroeuropeo que recoge el expresionismo alemán de entreguerras y, pasando por el nihilismo existencialista de Beckett y las muecas del absurdo de Ionesco, subraya la ignorancia como origen de la maldad y lo deleznable que el ser humano puede llegar a ser. Soy, como habrán adivinado, un adicto a Bernhard. Y no me importa que se note.