La España de James Joyce

España está muy presente en la obra de Joyce a través de lugares, personajes y costumbres, con una huella especial de Cataluña y Galicia

James Joyce

James Joyce

Las librerías de viejo tienen una mala salud de hierro. No sólo resisten numantinamente, sino que la reclusión de la pandemia ha favorecido la abertura de nuevas librerías lowcost que se alimentan de las bibliotecas de pisos viejos que se vacían, se rehabilitan y cambian su vecindario. Esto explica que salgan al mercado de segunda mano curiosidades bibliográficas y títulos descatalogados, hasta hace poco inencontrables. Esta ventajosa circunstancia, sin embargo, es un problema para el lector impenitente que adquiere más libros de los que puede leer. 

Mi último hallazgo ha sido una rareza publicada por el Círculo de Bellas Artes con el patrocinio del Instituto Cervantes, ‘Joyce y España’, un estudio exhaustivo en el que colaboran expertos en el autor irlandés, entre otros, Juan Goytisolo, César Antonio Molina, Julián Ríos y J. A. Masoliver Ródenas. Sus aportaciones sorprenden porque nos presentan el laberíntico y babélico Joyce en un contexto sorprendentemente familiar. La obra conmemora el centenario del que, literariamente, fue un día cualquiera en Dublín, pero crucial en ‘Ulises’, esa alambicada odisea del hombre contemporáneo en la que, un 16 de junio de 1904, sus principales personajes, Stephen Dedalus, Leopold y Molly Bloom, van de aquí para allá en sólo veinticuatro horas en las que no ocurre nada de puertas afuera, porque todo ocurre de puertas adentro, en el interior de cada uno de ellos, en un rompecabezas de soliloquios y cruce de voces.

Antes de entrar en harina conviene decir que aunque la obra de Joyce llega tempranamente a nuestro país, en 1920, principalmente con Ezra Pound y Antonio Marichalar, desde el primer momento tiene defensores incondicionales y recalcitrantes detractores. Entre los primeros están Ortega, Dámaso Alonso y Juan R. Masoliver, poetas como Aleixandre, Cernuda, Juan Ramón y Neruda; otros, caso de Baroja, Antonio Machado, Bergamín y D’Ors, dejan al irlandés como chupa de dómine, tachándolo absurdo, incomprensible y disparatado. En lo que nadie se había fijado hasta ahora, -motivo del libro que les comento-, es el incontable número de referencias que nuestro país tiene en sus principales obras. 

Las citas de personajes hispanos son continuas, aunque en muchos casos las da deformadas: San Ignacio de Loyola es Saint Ignaceous Poisonivy, Cristóbal Colón es Pristopher Polombos, Sancho Panza es Panchomaster, Isabel la Católica es Izodella the Calottica, etc. Son referencias que, distorsionadas, ofrecen una historia de España irreverente, fresca y burlona que, por lo que parece, era lo que a Joyce le divertía. No faltan, sin embargo, citas correctas como las que hace de San Francisco Javier, del teólogo Suárez, Teresa de Ávila, Valera, Felipe II, O’Donnell y Cervantes. 

También comenta aspectos que le sorprenden de nuestra cultura popular, caso de las corridas de toros, canciones de la época, incluso recetas culinarias como el pisto a la madrileña y las pasas de Málaga. Y son asimismo frecuentes los nombres de ciudad y de lugar que, jugando con el lector, también modifica: Salamangra por Salamanca, Gaudyquiviry por Guadalquivir, Madridden por Madrid, etc. Otras voces las recoge tal cual, el Buen Retiro, Sevilla, el Jarama, etc. Cita topónimos como Punta Europa y Bahía de los Catalanes, calles como Las Siete Revueltas y la calle Real, apellidos hispanos como Rosales, Opisso, De la Paz o Gracia, hace alusiones a hechos históricos como el de la Armada Invencible y, cosa curiosa, su principal protagonista, Molly Bloom, es hija de la española Lunita Laredo, judía sefardí para más señas, nacida en Gibraltar: «Mi mujer –dice Bloom- podría pedir la nacionalidad española porque ha nacido en Gibraltar, prácticamente en España». Joyce se explaya cuando habla del Peñón, donde dice que viven más militares que civiles, y donde todos hablan español. Y si el Ulises homérico era semita y estaba relacionado con las exploraciones fenicias del sur de España, su equivalente dublinés, el Ulises joyciano, es judío y asimismo relacionado con nuestro país. 

No conocía España

La presencia de España en ‘Finnegans Wake’, su último libro en el que trabajó diecisiete años, es incluso más intensa que en ‘Ulises’. España conforma una parte del inmenso mosaico del libro, enriqueciendo su laberinto con un número considerable de términos geográficos, costumbres y personajes españoles. Casi en la mitad de las 628 páginas del libro aparecen alusiones a nuestro país. Lo sorprendente, a todo esto, es que Joyce no conocía España; cabe pensar que, buen alumno de los jesuitas, piensa que somos hooghly Spaight , el pilar fundamental de la Europa católica y, por tanto, de ineludible cita en la particular historia universal que trata de crear en el texto de marras, ‘Finnegans Wake’, una obra que, si no lo digo reviento, se me atraganta por ilegible y cargante. 

Para acabar, es importante advertir que Galicia y Cataluña dejan en Joyce una huella especial. En el primer caso, supongo, por ser Irlanda y Galicia países celtas, con tradiciones y folclore parejos. Joyce, por otra parte, encuentra justificación en el discurso nacionalista gallego, fundamentalmente cultural, con anterioridad a la Guerra Civil. Galicia le parece un pueblo hermano del irlandés. Todavía hoy, esta correspondencia es detectable en autores gallegos como Manuel Rivas y Suso del Toro. Y no es menor la huella que en el autor irlandés tiene Cataluña como recoge con detalle Joaquim Mallafré. Y cosa curiosa, en febrero de 1927, Josep Pla comenta que la lectura de Joyce le facilita una «inmersión de primer orden en la realidad», y publica un artículo en el que reivindica a Joyce. Puede que me equivoque, pero para mí tengo que los comentarios de Pla son puro esnobismo cuando literariamente están en las antípodas el ampurdanés y el irlandés. ¡Cosas de Pla!

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