Sorprende que siendo tan joven ya publique una recopilación de poemas.

Esto ocurre también con otros poetas jóvenes y tiene que ver con el mercado editorial en España. Por fortuna, aquí se edita mucha poesía, pero esto conlleva que la vida de una publicación en librerías sea muy corta. En España se edita una media de un libro y medio de poesía en castellano cada día. Un poemario con cinco años resulta, por lo general, muy difícil de conseguir, independientemente de las ventas. Además, muchas veces, las editoriales pequeñas quiebran o desaparecen.

¿Entonces lo que le ha motivado a publicar 'Armisticio' es no perder todos esos poemas escritos entre 2008 y 2018?

Aparte de tener ganas de volver a compartir esos poemas con lectores que han llegado a mis libros en los últimos años, había una intención muy práctica en esta publicación, la de no perderlos. 'Armisticio', además de reunir una selección de poesías de dos de mis libros, 'Memoría' (2009) y 'La mezcla confusa' (2011), contiene una parte muy importante de poemas recuperados de fanzines y blogs que no aparecieron en libros. 'Armisticio' ha hecho que perduren en el tiempo para que de esta manera yo pueda tenerlos físicamente ordenados, como en un archivo.

¿Qué tal está siendo la acogida, desde que se publicó en febrero?

El libro va muy bien. Salió una primera tirada de mil ejemplares y ahora ha salido una segunda edición de quinientos. Para verano se hará un tercera edición de cara al otoño.

El libro parece que sigue, de alguna manera, una estructura cronológica.

He intentado ordenar los poemas de una forma que tenga sentido dentro del libro mismo. Es decir, el libro empieza con la infancia y con varios recuerdos que tienen que ver con el campo ibicenco y va recorriendo una lógica interna que atraviesa los momentos en que el personaje poético reflexiona sobre la propia escritura. Después hay una especie de evolución hacia el amor y otros temas.

¿No ha sentido la tentación de cambiar algo de algún poema?

Alguna cosa. Antes no era partidario de corregir. Sigo pensando que los poemas son como cápsulas del tiempo, donde lo que uno ha pensado y sentido queda fijado. Al modificarlo después, uno corre el riesgo de estropear un poco esa cápsula. Sin embargo, afortunadamente, la técnica de uno va mejorando. Llevo muchas horas impartiendo talleres y conmigo aplico el mismo criterio que con mis alumnos. He corregido cosas, pero no desde la reescritura. Respeto mucho el contenido del poema como testimonio y, aunque ya no sienta lo mismo o no tenga esa misma sensación, lo único que corrijo es la forma, lo que yo técnicamente considero que es mejorable.

En uno de sus poemas, 'La llamada', hace mención a otros oficios que ha tenido que ejercer para seguir escribiendo...

'La llamada' me gusta porque revela un aspecto muy poco público del oficio de poeta y es el hecho de que muchas veces los que ejercemos este oficio tenemos que hacer muchas otras cosas para poder subsistir. En él hago mención a dos de mis curros veraniegos en Ibiza. Con él intento bajar al poeta de su torre de marfil y, a la vez, elevar el trabajo más prosaico a un trabajo más poético porque 'escribir un poema no es limpiar un coche negro bajo el sol, pero se parece un poco'.

¿Alguna vez ha sentido la tentación de tirar la toalla?

Muchas veces, continuamente. Hay una idea que intento inculcar en mis talleres, la de que en el proceso de la escritura, en mi caso la poesía, siempre estamos comenzando. Cada poema es el primero y cada intento de escribir unos versos es casi siempre como la primera vez. Cada vez que uno termina un poema tiene un poco la duda de si será el último. En un mundo tan veloz, tan empujado por la funcionalidad y que tiende hacia lo etéreo, lo fugaz y lo digital, es muy difícil pensar que dedicar un tiempo a escribir algo puede tener algún tipo de lugar en el mundo y por eso yo creo que uno siempre está en crisis. El estado natural del poeta es estar continuamente preguntándose qué sentido tiene esto, así que me he planteado muchas veces tirar la toalla y lo seguiré haciendo, lo que pasa es que hay que continuar escribiendo y pensando en que lo que uno escribe puede llegar a una persona que tú no sabías que existía. Cuando eso ocurre, todo vale la pena.

En 'Contra la literatura' afirma que «no hay nada más inútil que escribir». ¿De verdad lo cree?

Creo que sí, dentro de su inutilidad está su belleza. En un momento en el que buscamos darle una utilidad a todo, es importante recordar que la literatura, por un lado, no sirve para nada y, sin embargo, nos resulta completamente indispensable, para nuestra sociedad, para nuestra cultura y, sobre todo, para nuestra vida. Un mundo sin literatura es un mundo que funciona peor y, sin embargo, si uno se pregunta para qué sirve la literatura es imposible definir su función.

¿Cuesta escribir sobre amor en los tiempos del Tinder?

Reflexionar del amor en los tiempos del Tinder es reflexionar sobre la comunicación en los tiempos de la falta de comunicación. La poesía en ese sentido tiene mucho que decir y mucho que aportar. Quizás es posible un mundo con Tinder, pero también un mundo donde la poesía nos sirva para comunicarnos mejor.

¿Por qué los homenajes de sus poemas van sin 'h' y con 'g'?

Porque son como homenajes raros, que no hay que tomarse demasiado en serio. Si hubiese escrito correctamente la palabra correríamos el riesgo de que esos homenajes fueran una especie de 'oda a' y se tomara todo al pie de la letra. Obviamente hay muchos poemas que para mí son muy serios, como 'Omenage a Eric', un amigo que se suicidó, y, sin embargo, también me gustaría que, incluso un poema así, se pudiera leer con un poco de distancia y no con el peso de un homenaje.

¿Se sigue sintiendo como un niño extranjero en todas partes?

Yo creo que siempre, por mi condición de 'ibritcenco' y por formar parte de una generación que se ha quedado un poco atrapada entre el siglo XX y el XXI.

¿Existe el verso perfecto?

Toda obra de arte busca perseguir un ideal que la persona ha sentido cerca. Por eso debo creer que el verso perfecto existe, que me pasaré la vida persiguiéndolo y que no debo resignarme nunca a no escribirlo, pero debo ser consciente de que es bastante probable que nunca llegue.