Con su habitual estilo, tan directo e incisivo como ameno, el periodista de Diario de Ibiza Joan Lluís Ferrer (Eivissa, 1967) acaba de publicar con Balàfia Postals ‘Ibiza, la destrucción del paraíso. (Quién, como y por qué)’, un libro en el que, como si se tratase de un médico forense, ha puesto sobre la mesa de autopsias el cadáver de la isla-paraíso y lo ha diseccionado hasta el último recoveco para hallar las causas del crimen. Un crimen que, como todos, tiene autores, modus operandi y poderosas razones.

—¿Qué es ‘Ibiza: la destrucción del paraíso’?

—Es un relato general de cómo Ibiza, que era un paraíso en los años 60, se ha convertido hoy en algo bastante poco parecido a un paraíso. En ocasiones, sobre todo en verano, es una auténtica pesadilla. Un auténtico cúmulo de desastres ecológicos que lo que hacen es destruir nuestro bienestar y nuestra calidad de vida.

—¿Cómo plantea ese relato?

—El libro está dividido en tres bloques. Son como tres libros en uno. Al principio explica cómo se destruyó el paraíso, es decir, el proceso físico desde los años 60, cuando se construyen los primeros hoteles hasta hoy. Cómo se han ido haciendo normativas para permitir urbanizar cada vez más el territorio, cómo la masificación ha ido en crescendo y el turismo masificándose. En una palabra, la forma en la que ha ido destruyéndose el paraíso. El segundo bloque es el ‘quién’. Todo esto no ha sucedido de forma espontánea sino que lo han hecho personas concretas: los políticos, los empresarios y la población. Los políticos de todos los colores, mayoritariamente el PP porque es el partido que ha gobernado la mayor parte del tiempo. Pero los de izquierdas que se vayan a creer a salvo de críticas, que vayan con cuidado porque su nombre también sale. También han contribuido incluso algunos partidos minoritarios de izquierdas. Por supuesto empresarios de todo tipo, pero también técnicos municipales... La conclusión de este capítulo del ‘quién’ es que todos los ibicencos hemos sido quienes hemos destruido el paraíso. No hay que buscar explicaciones foráneas. No ha habido algo que vino de fuera a destruir. Nosotros, los que somos de aquí y llevamos apellidos del siglo XIII por así decirlo, somos quienes nos hemos cargado esto, bien construyendo cosas que no se deberían haber construido nunca, favoreciendo que lo hagan otros, o permitiendo que aquí pase de todo sin pestañear. El último capítulo es el ‘por qué’.

—Fácil respuesta: Por dinero.

—Por dinero es la explicación más fácil y es así, pero luego voy un poco más al fondo. Hay un análisis un poco más subjetivo y personal que vincula esto al hecho de que todavía tenemos una herencia cultural fenicia, yo creo, muy a diferencia de Mallorca y Menorca. Esto ha condicionado mucho nuestra forma de relacionarnos con el territorio. Aquí construimos dentro de nuestra parcela, lo que es la garantía total de la destrucción del suelo rústico. Si construyes en el pueblo, en el núcleo, habrá áreas concretas destruidas pero el campo estará bien. En Mallorca, si la ves desde el avión, ves grandes urbanizaciones pero también grandes extensiones sin nada, y lo mismo ocurre en Menorca.

—Y en Ibiza hay construcción por todas partes.

—En la isla, debido a una estructura multisecular de la propiedad y al carácter ibicenco construimos en nuestras parcelas y las parcelas se dividen sucesivamente, generación tras generación y en cada una de ellas se construye una casa... No solo son las grandes urbanizaciones turísticas, no solo es el Ushuaïa, sino que es a nivel particular. En Ibiza sabemos que quien tiene una parcela de suelo rústico y no se construye una casa es prácticamente un tontaina. Se le mira mal, no tiene iniciativa. Esta es la mentalidad que garantiza que esto acabe siendo, y esto es una de las conclusiones del libro, una isla-ciudad. Ibiza dentro de cincuenta años, no más, acabará siendo una isla-ciudad. O una isla-urbanización.

—¿Qué es una isla-ciudad?

—Se tiene la impresión de que una ciudad es una sucesión compacta de edificios, calles, semáforos... no tiene porqué, una ciudad puede ser una sucesión de parcelita-casa-parcelita-casa. Eso ya no es campo. Ibiza va camino de eso. Habrá tres o cuatro montes sin urbanizar. La construcción continúa desbocada e incluso en plena crisis se ha seguido construyendo.

—El abandono del uso agrícola del campo tampoco ayuda mucho.

—Aunque ahora hay un pequeño regreso, evidentemente cuando comparas los beneficios que te puede dar una casa de campo o dedicarte a la agricultura pocos se decantan por esta. El suelo rústico ha de ser suelo rústico pero lo que se ha permitido siempre, desde todos los partidos, ha sido urbanizar, a fuerza de casitas, pero urbanizar.

—¿Hay alguna posibilidad de revertir la situación?

—Yo soy muy pesimista sobre esto, muy escéptico sobre la posibilidad de revertir esto. Para revertir una cosa primero se ha de parar para poder volver atrás. No se ve ningún síntoma de querer parar nada. Tú a un político le dices que en Ibiza hace falta en crecimiento cero y te dirá ‘sí, sí’, dos palmadas en la espalada, ‘qué concienciado estás’ y después nadie lo hace. Y es lo primerísimo que se debería hacer. Luego revertir. El problema es que la masificación hacia la que vamos nos quita calidad de vida: la sensación de agobio físico, de asfixia, que vivimos en verano en muchas zonas de la isla ya es indicativo de lo que puede ser todo en el futuro. Y hay un tema que aparece en el libro porque me preocupa mucho, que es la desestacionalización

—¿Por qué le preocupa la desestacionalización?

—Me parece una grave irresponsabilidad. Alargar la temporada significa alargar el caos del verano al resto del año. Ahora se dice: ‘no, el turismo que queremos para el invierno no sería como el de ahora, sería otro plan, más tranquilo’. Eso no es verdad. A la larga, si se alarga la temporada, al principio será un turismo más tranquilo pero rápidamente las discotecas y los beach clubs van a ver el negocio y no se van a quedar de brazos cruzados, acabaremos teniendo el mismo follón del verano en octubre, en noviembre y en abril.

—Visto así suena insoportable.

—¿A dónde vamos?, ¿qué nos queda? Estamos rodeados de mar, ¿a dónde vamos a escapar para estar tranquilos? Si el futuro es ese, francamente ya está bien que la temporada dure cuatro meses y que el resto del año podamos vivir en paz. Es una irresponsabilidad total pretender alargar la temporada. Y me extraña que incluso partidos de izquierdas lo apoyen con una mansedumbre increíble. Sin pararse a pensar qué significa eso, sin pensar que ya está todo colapsado. No hay ninguna depuradora que funcione, las carreteras son un atasco permanente, hay ruido por todas partes ¿y aún queremos más? Es un suicidio colectivo.

—La población tiende a resignarse, sobre todo en agosto. Ya damos por hecho que hay que pasar por el agobio, por el ruido, evitar ir a determinados sitios...

—Julio casi es un agosto y septiembre está ‘agostizando’. Al final no será resignarse en agosto, sino que tendremos tres meses en los que tendremos que resignarnos... es decir, que cada vez va a más. La diferencia de un año a otro se nota pero no para llevarnos las manos a la cabeza. Pero si tú comparas la situación de hoy con la de hace diez años, ya es salvaje, es brutal, y lo más grave del caso es no darse cuenta.

—¿Y las autoridades?

—No ha habido ni un solo político en Ibiza que haya tomado una decisión. Tomar decisiones no es reponer las farolas de una calle o las aceras. Eso es lo normal, es el mantenimiento normal, no debería ni salir en el periódico. Tomar decisiones es decir: no pueden entrar más coches o hay unos numerus clausus de turistas. Una isla ha de tener un aforo, igual que un local y si no se cabe, no se cabe. No hay infraestructuras para todos ni medios de seguridad para todos, por tanto tiene que haber un tope. En ninguna de las normativas urbanísticas que se vienen haciendo hay una línea sobre cuál es el tope máximo de gente que puede vivir en Ibiza.

—¿Y se podría calcular?

—Perfectamente, ni el PTI, que tiene mil folios, tiene una sola referencia al tope máximo de habitantes. Nos estamos ahogando dentro de nuestros propios excesos y ya no hay que hablar, hay que actuar.

—Pero los excesos están dando mucho dinero y el dinero ciega.

—Un dinero que en gran parte se va fuera. Está claro que aquí queda algo de ese dinero, pero muchos empresarios que se forran aquí están en Londres o en otros lugares. Por ejemplo, hay muy pocas empresas de coches de alquiler de Ibiza y casi todas son multinacionales. Aquí nos dejan los atascos pero la ganancia se va fuera. Lo mismo pasa con los party boats. Nos dejan el escándalo aquí pero las empresas de los party boats son británicas, se llevan el dinero y nos dejan la basura.

—En su libro resume las causas de los desmanes en tres puntos: pasividad de los políticos, avaricia de los empresarios y complacencia de los habitantes.

—Es la receta perfecta. Si alguien se hubiese sentado en un despacho a diseñar cómo cargarse una isla paraíso no lo habría hecho tan bien cómo está sucediendo en Ibiza. Entre los partidos políticos el modus operandi, a la hora de tomar decisiones, ha sido muy parecido. Sí que ha habido algún gobierno de izquierdas que ha hecho algo pero no ha sido suficiente.

—¿Ha habido algún político al que le hubiese gustado dar un golpe encima de la mesa y no ha podido hacerlo?

—Sí, los ha habido, pero hay que partir del hecho de que Ibiza es una isla ingobernable. Siendo una isla con una misma problemática está dividida en cinco municipios y tiene un Consell que no puede dictar leyes... Un político que quiera cambiar las cosas lo tiene muy difícil porque no tiene poder absoluto y depende de otras instituciones. Si las otras instituciones son de otro partido, olvídate porque no te darán las leyes que necesitas, ni el dinero, ni nada. Incluso sin son del mismo partido te tienes que llevar bien porque a veces los que peor se llevan son del mismo color político. Y después están los funcionarios. Llega un político súper concienciado a su sillón de alcalde o presidente del Consell y lo quiere solucionar todo. Va a tomar la medida definitiva, pero viene el jefe de los servicios jurídicos y le dice ‘esto no se puede hacer porque es ilegal, la ley tal obliga a tal’. Y lo mismo pasa con otras medidas. Total, que al final no mandan, que los políticos que se creen que tienen poder lo tienen muy condicionado.

—Pero tiene que haber un margen de maniobra.

—Sí, pero a veces se acojonan, se asustan. ¿Qué pasó con Xico Tarrés y el PTI? Iba a haber un PTI pero le salen los cuarenta habituales a protestar delante del Consell: constructores y empleados, se asusta y no aprueba un PTI. ¡Cuando dos o tres años antes se habían manifestado 15.000 tíos tres veces en las calles de Ibiza contra las autopistas y al PP no le tembló la mano!

—¿Y los partidos que han irrumpido ahora en la escena política?

—Tengo pocas esperanzas de que vayan a ser diferentes. Hace falta tener no buenas intenciones sino rabia hacia muchos problemas que pasan para poderlos combatir. Lo de ‘se hará lo que se pueda’ no, porque si no acabas haciendo lo mismo que los otros. Cuando oigo a Podemos apoyar la desestacionalización y alargar la temporada... ¿para qué? ¿para que haya masificación en los meses en los que ahora no la hay? ¿Desestacionalización para qué y cómo? ¿Van a poder controlar el turismo de invierno, que no vaya a degenerar en lo de siempre? Hasta Biel Barceló [conseller de Turismo], que me merece respeto, ha defendido los pisos turísticos. Que se pueda meter turistas en cualquier piso. Eso es una irresponsabilidad. En Barcelona tienen un problema gravísimo porque se están metiendo turistas en los pisos. Me comentaba una amiga de la Barceloneta que igual estás es tu casa tomando el fresco y te vomita encima un guiri.

—¿Ha pensado meterse en política?

—No ¡pero qué va! Me ofende la pregunta [ríe] La política es una herramienta para cambiar las cosas pero no es la única. Se pueden cambiar las cosas desde el periodismo o el activismo social. Lo importante es la sociedad civil, que en el lenguaje normal es la gente de la calle. Es la que tiene la responsabilidad de mover el mundo y cambiar las cosas. Movilizaciones como las que ha habido contra las autopistas han sido memorables, lo que ha habido contra el petróleo también, la manifestación contra el golf de Cala d’Hort... La conciencia colectiva de los ibicencos se despierta a veces de la siesta en la que está sumida, pero no es suficiente. Lo grave no son los macroproyectos sino la lluvia fina, casita a casita en el campo que al cabo del año... Me he tomado la molestia de estudiar las estadísticas de urbanismo de islas como Creta, Córcega, Cerdeña o Sicilia y me he llevado las manos a la cabeza porque ninguna construye tanto como Ibiza, ¡ni Malta! Que siempre se dice ‘Ibiza acabará siendo Malta’ ¡Y un cuerno! Malta acabará siendo Ibiza. Ya no nos podemos conformar con el crecimiento cero, hay que decrecer.

—En su libro no se corta a la hora de poner nombres y apellidos...

—Matutes tiene un capítulo destacado pero solo es uno de los líderes de la destrucción, no el único. Todos somos cómplices. Si no hubiera estado él habría otro.

—En su libro hay varias fotografías del antes y el después de algunas calas. El ‘antes’ me recuerda a las playas de Menorca hoy.

—Menorca es el modelo que habría que mirar. Hay una economía diversificada... Es cierto que no tienen el nivel de vida de Ibiza pero ¿qué es el nivel de vida? ¿que cuatro tengan mucha pasta y el resto no puedan vivir? El nivel de vida es calidad de vida, bienestar. En Sant Antoni tenemos el ejemplo contrario de cómo sucesivos ayuntamientos han decidido pasar de todo y no solucionar el problema. He estado en Lloret de Mar hace muy poco, famoso por sus desmanes y tal. Pues te digo que pagaría porque Sant Antoni fuera Lloret de Mar. Había un problema grave hace unos años pero se ha terminado con control en las zonas, patrullando en las calles.