Cuando se le pregunta al naturalista y ornitólogo Oliver Martínez qué aves habitaban es Prat de Vila antes de que se declarara el incendio, resopla: no había tantas como le gustaría porque «ese espacio está tan colmatado que la diversidad ha bajado en picado desde hace tiempo». Al no estar gestionado y ser un área tan homogénea en cuanto a vegetación, «la diversidad no era muy alta».

Pero tras esa objeción, suelta de carrerilla un amplio listado de la fauna que, incluso en esas circunstancias, poblaban el humedal: «Lo que allí se reproduce, fundamentalmente, son paseriformes (pequeñas aves de áreas palustres, pantanosas). Son sílvidos, insectívoros de pequeño tamaño, de vida muy discreta y que viven en vegetación muy densa».

Concretamente, allí se podía ver y oír al ruiseñor bastardo (Cettia cetti), que es un ave sedentaria (está todo el año): «A esta, el día el incendio, la iba escuchando en las pocas manchas de vegetación que quedaban, es decir, que la pobre fue escapando, poco a poco, a las zonas que quedaban a salvo de las llamas». También vivía el carricero común (Acrocephalus scirpaceus): cría, pero aún no ha llegado porque es una especie estival. También lo hace la curruca cabecinegra (Sylvia melanocephala), el buitrón (Cisticola juncidis)€

En plena época de cría

En plena época de críaA su juicio, el incendio «no fue totalmente catastrófico porque no se produjo en plena época de cría. Si llega a ocurrir dentro de un mes o de dos meses, sí habría incidido. La afección a la reproducción ha sido, por no decir nula, muy baja. Pocas especies, quitando algún fringílido, estaba ya nidificando».

«También lo habita alguna pareja de polla de agua (Gallinula chloropus), un ave acuática. Y seguro que crían en la periferia de la zona que se quemó, aprovechando las áreas de arbustos, la tarabilla común (Saxicola rubicola), algún fringílido como el pardillo común (Carduelis cannabina) o el verderón (Chloris chloris). El ruiseñor pechiazul (Luscinia svecica) «solo acude en invierno y de paso». Además de las garcillas que sobrevolaron el asolado es Prat de Vila al caer la tarde del 6 de marzo, ese humedal «también fue dormidero de los estorninos pintos (Sturnus vulgaris)» durante este invierno.

«Una especie que considero bastante interesante e importante -comenta Oliver Martínez-, y que está allí también en invierno, es el escribano palustre (Emberiza schoeniclus), que también se encuentra en es Prat de ses Monges y en la zona de es Prat de Vila situada frente a la tienda de Junco y Mimbres. Le gusta la zona de cañizo». Según SEO Bird Life, es uno de los paseriformes más raros y amenazados: «Ha visto mermar sus poblaciones hasta niveles preocupantes. La desaparición o alteración de los humedales y los problemas derivados de la intensificación agrícola parecen estar en el origen de dicha situación», una advertencia de la entidad que coincide con lo sucedido en ses Feixes.

Martínez afirma que la culpa de que la diversidad se haya reducido allí tanto es que está muy compactada, tiene pocas áreas abiertas: «Esa circunstancia incide en el tema de la alimentación. Si tuviera una gestión y se pudiera jugar con el hábitat, por ejemplo creando espacios abiertos con láminas de agua o dejando cañizos como refugio y zona de cría, mejoraría sustancialmente. Las zonas húmedas son muy agradecidas en cuanto a la llegada y recolonización de nuevas especies. Si se crean esas láminas de agua, podría aumentar el número de aves tanto de época de cría como de paso invernal».

Si se hiciera algo así en es Prat de Vila «el número de anátidas se dispararía. Ahora se puede ver por allí al ánade real (Anas platyrhynchos)». En cuanto a las garzas, una mejora del hábitat facilitaría que acudieran a «las mismas especies que hay en ses Salines, como el avetorillo (Ixobrychus minutus)». Del tamaño de una polla de agua, el avetorillo es una garza en miniatura: «Posiblemente, criaría si tuviera una cobertura de vegetación idónea y, sobre todo, si la calidad de las aguas fuese alta». Que actualmente no lo es.

Esa zona limítrofe con la urbe «podría ser recolonizada por el calamón común (Porphyrio porphyrio), que hasta los años 60 habitaba en ses Feixes: «Es muy parecida a la polla de agua pero mucho más grande, de color violáceo y con un pico rojo muy grande. Esta especie se introdujo en la Albufera de Mallorca y desde allí pasó a otras zonas húmedas de esa isla y de Menorca. Y en la Península ibérica, su población se ha disparado. Es decir, seguro que recolonizaría ses Feixes».

El ornitólogo pitiuso cree que regresaría la mayoría de especies de aves vinculadas a zonas húmedas: «Con toda seguridad. Ses Feixes de es Prat de Vila sería la envidia de todas las ciudades. Áreas como estas, periurbanas, que mantienen ecosistemas húmedos, hay pocas que se puedan disfrutar en España».

Respecto a los daños causados por el incendio, cree que no fueron tan graves como parecen a simple vista. Primero porque no arrasó en plena nidificación: «Pero también porque, aunque suena mal decirlo, el fuego da más fuerza a la vegetación, en caso de que se produzca en una época que no afecte a la reproducción y sea de manera controlada».

Hasta el fuego, el brote nuevo del cañizo se mezclaba con el viejo. La parte seca acababa cayendo y colmando los canales, que apenas se diferencian del suelo al estar ocultos por la acumulación de restos. Martínez, agente de Medio Ambiente, se percató de esa circunstancia mientras participaba en la extinción del incendio del 6 de marzo: «Había un frente que avanzaba hacia el aparcamiento de es Pratet. Tuvimos que atravesar los canales con el agua por las rodillas. Si esa zona estuviera dragada y limpia, nos habríamos hundido hasta el cuello». Todo el combustible, toda la caña que se seca, cae a los canales y los colmata: «De hecho -alerta-, los canales ni se ven. Hay una capa de hoja y de caña seca que es fatal para ese humedal porque se pudre y provoca la eutrofización del agua y, al final, no crea vida».