Diario de Ibiza

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Arte | El mundo del arte recuerda a Erwin Bechtold

Lo esencial es el camino

El historiador del arte Luis Socías Cerdá recuerda su relación profesional y personal con Bechtold, a quien conoció en 1991 | Con su muerte, «que nadie lo dude, se cierra una de las etapas más interesantes y creativas de la vanguardia europea»

Bechtold y su esposa en Can Cardona. Luis G. Socías Cerdá

Semblanza. El historiador del arte Luis Socías Cerdá repasa en este artículo sus vivencias y recuerdos y su impagable discurso sobre la obra de Erwin Bechtold, a quien ensalza. «Que nadie lo dude», con su fallecimiento el pasado jueves en Ibiza, «se cierra una de las etapas más interesantes y creativas de la vanguardia europea», sentencia. Tras décadas de relación profesional y de amistad, Socías insiste en su admiración por el artista ya inmortal:«Han sido poco más de treinta años de amistad y casi cincuenta de sincera admiración».

Para la exposición que Erwin Bechtold presentó en la sala del Roser de Ciutadella escribí en el catálogo que sin duda Ibiza, de la que se enamoró en una fugaz visita en 1951, podía ser su Ítaca de Cavafis: «Llegar allí es tu destino. Mas no apresures nunca el viaje. Mejor que dure muchos años y atracar, viejo ya, en la isla, enriquecido de cuanto ganaste en el camino sin aguantar a que Ítaca te enriquezca...».

Can Cardona, este idílico paraje rodeado de montaña desde donde, también, se contempla el mar, ha sido siempre el lugar de regreso. Pudo haber escogido cualquier otro lugar, pero creo no equivocarme si afirmo que desde el primer momento supo que Ibiza era su Ítaca particular.

Erwin Bechtold descubrió a tiempo que lo importante en esta vida era el camino, el proceso y el viaje. Supo deshacerse de los Cíclopes, los Lestrigones y la furia de Poseidón que para él vendrían a ser las modas artísticas, los istmos y las volubles tendencias. Libre, con el fin de mantener el navío dentro de la coherencia y la lealtad a sus convicciones. Era una búsqueda desesperada por encontrar la esencia de las formas, la pureza del color eliminando todo lo que es superfluo e innecesario.

Conocí a Erwin Bechtold en el ya lejano 1991, para invitarlo a participar en la exposición que comisariaba para las salas del Arenal, en el marco de la Expo92. Sabía de él gracias a mi profesor A. Cirici Pellicer y a las exposiciones de la Galería René Metras (1974). Eran mis años universitarios de Barcelona. Pero sin duda fue la magnífica exposición de Sa Nostra, en la que participaron Bechtold, Irriguible y Tur Costa (1991), la que me llevó a tomar la decisión de solicitar su inclusión en tan escueto grupo de artistas.

«¡Milagro, milagro, sólo once!»

Aturdido e incrédulo, aceptó aun cuando, en realidad, sospecho que no se lo podía creer. Participar en una exposición del Govern balear, del que él casi ni había oído hablar y sólo 11 artistas en nómina, eran para Erwin Bechold características difíciles de digerir. Lo comentábamos muchas veces y él entusiasmado exclamaba ¡Milagro, milagro, sólo once, increíble! No sólo se entregó plenamente en el proyecto, sino que al saber que un día antes su amigo y compañero Antonio Saura inauguraba en la sala superior, le llamó por teléfono para conseguir que las inauguraciones de las dos exposiciones, El perro de Goya y Les Arts a l’última década, coincidieran el mismo día y a la misma hora. Saura aceptó de inmediato. El reencuentro de dos viejos amigos fue no sólo muy emotivo sino ampliamente ilustrativo de lo que representaba toda una época de luchas y de esfuerzos.

En el recorrido inaugural, Antonio Saura, se detuvo más de la cuenta ante los lienzos de Maria Carbonero, valorándolos muy positivamente y reconociendo la fuerza de sus trazos y la expresividad del color. Eran unos impresionantes retratos en blanco y negro. Seguro que Maria Carbonero lo recuerda perfectamente. Ésta fue una de las anécdotas más celebradas del acontecimiento.

El artista y el amigo

En ocasiones como esta, nunca sabes si prevalece el artista o el amigo. Ambos sentimientos, experiencias y vivencias se confunden en una precipitada vorágine que difícilmente puedes separar de forma sosegada y equilibrada. Han sido poco más de treinta años de amistad y casi cincuenta de sincera admiración en los que hemos compartido innumerables y excepcionales momentos. Como gran amigo, con su inseparable Christina y con Maria Magdalena, mi esposa, hemos compartido innumerables viajes, estancias en Can Cardona y en Palma.

Nadie me puede usurpar ya los maravillosos recuerdos que conservo. Como artista, me ha correspondido vivir sus años de estabilidad, donde su obra firme y reposada se ha ido nutriendo de todo el bagaje que había ido acumulando a lo largo de su dilatada vida, ¡que no es poco! Porque el artista no ha dejado de trabajar hasta hace muy poco. Su ritmo era metódico, controlado por un tempus racional y casi ritual. Todo debía estar controlado convenientemente.

Ahora bien, una vez en su taller, las más de las veces en solitario, se desataba una actividad aparentemente intuitiva y casual pero que en nada se correspondía con la realidad. Cada gesto, color, trazo, tamaño aparentemente espontáneo y casual estaba medido y contrastado después de innumerables esbozos y proyectos realizados con anterioridad. Nada surgía espontáneamente. Todo seguía un casi litúrgico procedimiento medido y proporcionado. De ahí su radical posición contraria a ser adscrito a los informalistas de la década de los 50/60.

Con la muerte de Bechtold, que nadie lo dude, se cierra una de las etapas más interesantes y creativas de la vanguardia europea. Quienes lo conocimos bien, sabemos de la honestidad de su pintura, apartado de las modas y volubles tendencias. Y, aquí de nuevo, Ibiza tiene un papel destacado.

Lejos del bullicio de la gran ciudad, aislado con la misma voluntad que lo hiciera el maestro Joan Miró en Son Abrines, Erwin era el Niño Grande que paseaba por toda Ibiza, alegre y siempre jovial, amigo de los amigos, participando en cualquier evento que se le presentará, apoyando la vida cultural y llevando Ibiza consigo, fuera a donde fuese. Pues, lejos de halagos innecesarios, Erwin Bechtold, ha sido el superviviente de una generación que tuvo que luchar sin descanso para conseguir la normalización cultural de nuestro país. A todos ellos les debemos lo que somos, y reconocerlo es un deber que no podemos eludir. Y es el mejor tributo que podemos rendirle.

Obra «intemporal y absoluta»

Nos queda su obra, multidisciplinar, y a partir de ahora se inicia la leyenda. Serán épocas en las que repasar, releer y reflexionar sobre su mensaje creativo. Pues como los grandes artistas, su obra no depende ni de nuestro tiempo ni de nuestros particulares códigos. Su obra alcanza una lectura intemporal y absoluta, capaz de trazar el camino a nuevos creadores.

Que sean muchas las mañanas de verano en que llegues -¡con qué placer y alegría!- a puertos nunca vistos antes….

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