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La ONCE en el Museo Etnográfico de Ibiza: Conocer el mundo por el tacto

Un grupo de invidentes y sordociegos se adentra en el pasado de la isla con una visita a Can Ros

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La ONCE en el Museo Etnográfico de Ibiza: Conocer el mundo por el tacto J.A. Riera

Pep Suñer esboza una leve sonrisa cuando empieza a palpar un capacho para prensar el aceite. Reconoce la textura rasposa del esparto, que le retrotrae a su infancia en Can Jordi, en la vénda de Cala Saona. «Teníamos olivos, pero no un trull. Había muy pocos en Formentera, solo en alguna de las casas más ricas. Nosotros íbamos a Can Joan Xiquet, en la vénda de Porto Salé», recuerda.

Suñer puede proyectar la almazara del Museo Etnográfico de Ibiza evocando aquella donde su familia llevaba las aceitunas a molturar. Él perdió la vista hace 30 años, cuando tenía 35,y ahora aprovecha aquellos recuerdos para explicar la elaboración de aceite a su acompañante, Avelina Samaniego.

"Es muy importante que nos abran las puertas y nos permitan tocar los objetos, porque así nos brindan la oportunidad de aprender"

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Ambos forman parte de la comitiva de la Organización Nacional de Ciegos Españoles (ONCE) que visita la antigua casa payesa de Can Ros, en el Puig de Missa, para conocer la cultura popular pitiusa de primera mano. En sentido literal. «Es muy importante que nos abran las puertas y nos permitan tocar los objetos, porque así nos brindan la oportunidad de aprender», destaca la directora de la ONCE en Ibiza, Iris Alemán.

Al contrario que Suñer, los elementos expuestos en Can Ros no forman parte de la infancia de Alemán. Esta joven barcelonesa llegó a Ibiza a principios de 2021, de manera que ahora está descubriendo «todo el trabajo a mano que se debía hacer a diario». «Me ha sorprendido cómo era la lana antiguamente. Nos han enseñado un jersey muy grueso y creo que yo me estaría rascando todo el rato si lo llevara», bromea.

Perro lazarillo

El grupo de la ONCE está formado por 21 personas, 14 de ellas afiliados y el resto acompañantes. Además, destaca la presencia de Juco, el perro lazarillo de Luis Ibáñez. Es un labrador de nueve años de edad que no se inquieta en ningún momento por el constante trasiego de personas.

Ni siquiera cuando le toca subir por las escaleras de Can Ros o recorrer las estancias más estrechas del museo, como la cueva que se empleaba como bodega. Juco ya es el tercer perro que acompaña a Ibáñez. En 2000 recibió a Ronda, el primer lazarillo de la isla, y después a Timba. En la isla, en estos momentos, otros dos afiliados de la ONCE cuentan con perros guías. Es el caso de Mariano Torres con Tuso y de Paco González Ribas con Olay.

Los dos han acudido a la visita sin sus perros, pero González, vendedor de cupones de Sant Antoni, sigue necesitando un acompañamiento especial, ya que es sordociego. Su conexión con el mundo exterior es a través de Esperança Rigo, mediadora comunicativa de la Fundación ONCE para la atención de personas con sordoceguera.

Ventana al mundo

Mediante la lengua de signos táctil, González explica que acaba de conocer cómo se elaboraba el pan y el aceite. «Antes la gente era pobre y no había tiendas como ahora», indica. También le ha hecho gracia la leyenda para descubrir si había barrugets en la casa: Se dejaba por la noche una rebanada con pan con queso, el manjar preferido de estos duendes.

El vínculo entre Rigo y González se ha creado más fácilmente que en el caso de los sordociegos congénitos. Él nació sordo y fue perdiendo la vista de manera progresiva a partir de los diez años.

"Compartimos un bagaje cultural, porque él guarda unos recuerdos que no tiene una persona ciega de nacimiento"

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«Compartimos un bagaje cultural, porque él guarda unos recuerdos que no tiene una persona ciega de nacimiento», precisa la mediadora. En cualquier caso, la falta de estos sentidos suele provocar que «acaben muy aislados».

«Les falta acceso a la información y la educación, pero, sobre todo, contacto y relación social», lamenta Rigo. El año pasado, el primero que colaboraba con González, ella, su marido y su hijo le organizaron una fiesta por su 49 cumpleaños en un restaurante, con otras tres amigas intérpretes. «Acabamos todos llorando, porque él se impresionó mucho y podía comunicarse con todos», recuerda.

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