Son muchas las horas que los trabajadores de entidades sociales como Cáritas Ibiza se pasan estrujándose el cerebro para poder cubrir algunas de las necesidades básicas de los usuarios que acuden a la sede, como la comida. Por suerte, desde que comenzó la crisis del coronavirus, la entidad ha podido continuar ofreciendo el servicio de banco de alimentos a pesar de que el número de usuarios ha aumentado casi en un 400%. (Ver galería de imágenes)

«El subidón de usuarios llegó en abril», informa Araceli Sánchez, responsable de voluntariado de la entidad de la Iglesia. «En marzo había mucho desconcierto entre la gente y tenían miedo de salir a la calle. En abril los recursos y las reservas comenzaron a agotarse y el número de personas que acudía a la sede empezó a multiplicarse día a día», añade Maite Barchín, trabajadora social.

En la actualidad, Cáritas Ibiza ofrece comida a más de 800 personas con sus respectivas familias, un total, aproximado, de 2.400 personas. «La cifra sale al multiplicar por tres los vales que repartimos, porque suelen ser familias de dos adultos y un niño, mínimo, pero también hay familias de 4, 5 , 6 y hasta 9 miembros», explica Sánchez. Admiten que se sienten «desbordadas». A las kilométricas colas formadas por personas a la espera de recibir los lotes de comida, hay que sumarles las historias personales de cada uno de ellos, los miedos, las dudas, la falta de trabajo, la incertidumbre, la inseguridad, las horas extras y la reorganización de la logística de toda la sede.

Los servicios de asesoramiento laboral, acogida, duchas, centro de día y comedor quedaron paralizados durante el confinamiento y todos sus esfuerzos se han centrado en proporcionar comida a las personas que lo necesitan. Pero para ello han tenido que hacer muchos cambios. «Ha sido una odisea», reconoce la responsable de voluntariado. Al principio, el almacén de comida estaba ubicado en el local de la calle Felipe II, pero tuvieron que trasladarlo a las instalaciones de las oficinas porque no cabían los alimentos. «Ahora estamos utilizando el local de la tienda de Cáritas -que tuvieron que mantener cerrada debido al estado de alarma, con su correspondiente pérdida de ingresos- como almacén de comida por que no sabíamos dónde meterla», continúa Gómez.

El almacén se ha visto provisto de alimentos gracias a la solidaridad de muchos particulares y negocios de la isla, así como a la compra constante de productos por parte de la Diócesis de Ibiza. «Hace prácticamente un mes que la fase de alimentos que proviene del Banco Europeo se ha acabado. Estamos a la espera de que llegue la siguiente, por lo que tenemos que ir comprando constantemente», añade Gómez.

Faltan proteínas

Faltan proteínas

Cada día, entre 60 y 70 personas hacen cola para recibir el lote de productos. Una vez terminado el reparto, a las 12.30 horas, las trabajadoras y un grupo reducido de voluntarios que se incorporaron al trabajo hace un par de semanas revisan los productos que quedan y hacen una lista con lo que se necesita comprar. Aceite, pasta, arroz, legumbres, tomate, galletas, leche y un saco de cinco kilos de verdura son algunos de los productos que les facilitan a los usuarios. «Antes también dábamos atún, pero hace dos semanas que no tenemos y no podemos darles nada con proteínas», lamenta una de las trabajadoras. «Tal vez alguien lea este artículo y tenga ganas de colaborar», se escucha desde la otra habitación. «Si hay alguien interesado en hacer alguna donación, las sardinas son proteínas igual y salen más baratitas», añade Gómez risueña.

Pero la comida no es lo único que les preocupa a estas dos trabajadoras. «La crisis que estamos atravesando afecta en todos los niveles», añaden. La educación, por ejemplo, es uno de los pilares que más se está viendo afectado debido a la gran brecha digital que todavía existe. «Hay muchos alumnos que no tienen acceso a internet o no tienen ordenadores, por lo que no pueden seguir las clases ni hacer las tareas», critica Barchín. Muchos usuarios que acuden a la sede tienen dificultades para pagar el alquiler, y entre 30 y 40 personas llaman diariamente para preguntar por las ayudas sociales a la vivienda -ya que hablar con Servicios Sociales es prácticamente imposible debido al colapso de llamadas, y tienden a devolver la llamada «a la semana», por lo que la desesperación hace mella entre los usuarios- por lo tanto, la idea de comprar un ordenador para que los niños hagan los deberes está totalmente fuera de lugar. «Una situación así solo puede provocar desigualdad, exclusión social y falta de oportunidades», apuntan. Pero el terror aparece reflejado en sus caras cuando se menciona el invierno. «Lo bueno es que la gran mayoría no se para a pensar en octubre, porque están esperando a conseguir trabajo en cuanto abran los hoteles y se active poco a poco la economía. Viven al día», explica Barchín. Pero ellas sí lo piensan. Muchas de las personas que se encuentran actualmente en situación de vulnerabilidad viven durante todo el año con el dinero que obtienen del verano. Sin embargo, tal y como están las cosas, la temporada no se prevé muy boyante. «Si la gente que sobrevive con lo justo durante el invierno no consigue trabajo en verano, llegará a octubre sin ningún tipo de recurso», destaca Gómez. «Si te digo la verdad, temo por la llegada del invierno», confiesa.

El cansancio hace mella

El cansancio hace mella

A nivel personal, el estrés, los nervios y el cansancio han hecho mella en ellas, así como en el resto del equipo. Las horas de trabajo se han multiplicado debido a la emergencia y consideran que «se debe apoyar a las personas que lo necesitan con todos los recursos que se tengan», incluido su tiempo. Eso quiere decir: llamadas, reuniones y quebraderos de cabeza a deshoras, sábados y domingos incluidos, aunque aseguran que «es lo que toca», y la sonrisa, aunque algo cansada, no se borra de sus rostros. Ambas reconocen que no han tenido tiempo aún para parar y darse cuenta de la cruda realidad que deja tras de sí la estela del coronavirus, una crisis que, en su opinión, «supera a todas las que les ha tocado vivir» desde que comenzaron su trabajo como agentes sociales. «Cuando llegué a Ibiza, en 2010, la situación estaba muy difícil por la crisis, pero surgieron iniciativas como el alquiler de habitaciones y los trabajos por horas para limpiar o cuidar ancianos. Entonces era más fácil para las mujeres encontrar un trabajito porque la mayoría de los hombres trabajaban en la construcción cuando estalló la burbuja inmobiliaria. Ahora está todo parado», lamenta.

En la habitación contigua, Fanny Reyes, la trabajadora más valiosa de la entidad según Gómez y Barchín, termina de organizar el almacén para continuar con la labor al día siguiente. Hace 11 años que trabaja como limpiadora, pero ahora además es una voluntaria comodín para todo lo que haga falta. Desde el comienzo de la crisis ha colaborado en el banco de alimentos y con la incorporación de los nuevos voluntarios es la encargada de enseñarles el procedimiento y cómo se organizan los lotes. «El volumen de gente que viene es enorme. Se te parte el corazón al ver la situación tan difícil en la que se encuentran tantas personas», confiesa. Junto a ella, Joel Mella, un joven santaeulariense de 16 años, coloca unos botes de aceite en el almacén. A su corta edad, lleva colaborando con Cáritas Joven de Santa Eulària desde hace más de un año, y opina que la solidaridad es contagiosa, por eso hay que ayudar. «Si alguien te ve ayudando es probable que le entren ganas de ayudar. De esta manera podríamos crear una base de apoyo social entre nosotros. Así lo veo yo», asegura convencido.