No hace tantos años, los abuelos ibicencos cantaban a los bebés una curiosa y críptica nana que aún muchos recordarán: « La Lluna, la pruna, vestida de dol, sa mare la crida, son pare no ho vol...». Tal vez algunos abuelos aún lo hagan hoy en día. La Luna siempre ha estado muy presente en las noches pitiusas, lo que testimonian las canciones y poemas que a ella se han dedicado y todas las leyendas y las expresiones que sobre el satélite de la Tierra, e incluso sobre sus ficticios habitantes, todavía se conservan.

La Luna, tan cerca pero tan lejos. Hasta que, de pronto, un buen día se situó más cerca que nunca. El metafórico perigeo se produjo el 20 de julio de 1969, cuando Neil Armstrong, Edwin Aldrin y Michael Collins nos bajaron la Luna a todos. El mundo entero vivió pendiente de cuanta información pudiera llegar sobre el avance de los cosmonautas durante los días que duró la aventura del Apolo 11 y, principalmente, aquel 20 de julio que en España ya era, en realidad, el dia 21. Lunes. A las 3.56 de la madrugada, hora española, Armstrong daba aquel mítico pequeño paso para el hombre que era al mismo tiempo un gran salto para la humanidad. Y los habitantes de Ibiza y Formentera lo dieron con él. O al menos lo intentaron.

Cada paso de la NASA

No fue precisamente por sorpresa, porque los medios de comunicación llevaban meses informando de cada uno de los pasos que daba la NASA en su trayecto a la Luna, aunque no por ello fue menos extraordinario el momento del alunizaje. En el mes de mayo, las portadas de Diario de Ibiza ya incluían puntual información del desarrollo de la misión Apolo 10, el ensayo previo al Apolo 11 y la primera nave espacial que portaba una cámara para televisión y que realizaría las primeras transmisiones en vivo y en color desde el espacio. El viernes 18 de julio, dos días después del despegue del cohete Saturno V, la «momentánea pérdida de contacto con los tripulantes» del Apolo 11 compartía con Franco y el aniversario del alzamiento nacional, la portada de es Diari; la portada de la mayor parte de los medios de comunicación escritos que existían en el país fue muy similar.

«También en la isla vivimos el acontecimiento con mucha curiosidad y expectación», asegura José Luis Bofill, el actual presidente de la Agrupació Astronòmica d'Eivissa y uno de los miembros de la primera junta directiva que tuvo la asociación cuando se fundó, en los años 50. Recuerda que su familia y él se desplazaron a un hotel de Sant Antoni para poder ver las conexiones en directo de la llegada al satélite. No fueron los únicos que marcharon en peregrinacion al oeste de la isla, porque, días atrás, una tormenta había derribado el repetidor de televisión que hacía llegar la señal a los receptores pitiusos y los responsables de Aitana (nombre con el que nacieron los informativos de la delegación valenciana de RTVE y desde donde se emitía la señal) ya habían advertido que no se instalaría uno nuevo hasta el día 24. «En Vila no se pudo ver», señala Bofill, «o al menos pudieron verlo muy pocos, porque había quien aún conservaba las antiguas antenas que se habían cambiado cuando se instaló el repetidor de Ibiza unos años antes. Y en Sant Antoni y en otras zonas se recibía la señal directamente desde otros puntos».

En la edición del día 20, Diario de Ibiza publicaba que 600 millones de personas verían al Apolo 11 en las pantallas de televisión. Pero a la noticia llegada por agencia se añadía una nota de redacción: «La Unión Europea de Radiodifusión habrá de descontar de esos 600 millones a los 70 mil y pico (o más) posibles defraudados telespectadores de nuestra isla... Mala suerte. Pero aún creemos en los milagros». Y resaltaba la nota la paradoja de que «lo que el hombre transmita en directo podrá salvar un kilometraje astronómico y llegar a la Tierra, pero lo que transmitirá desde la Tierra no podrá llegar a Ibiza. Puede más la NASA que TVE. A partir del jueves -eso sí- los mensajes de los sopicaldos, de los biodetergentes y de los coñacs importantes volverán a verse fielmente en nuestras pequeñas pantallas».

La avería

No hubo milagro. El día después del alunizaje fue contado así por el decano de la prensa pitiusa: «Una importante avería del repetidor de TV de Aitana dejó en la madrugada de ayer a muchos ibicencos (que hicieron paciente e ilusionada guardia ante sus televisores) ayunos de Luna y de la formidable culminación del programa Apolo, el hecho más importante de nuestro siglo. En San Antonio la recepción del fabuloso programa fue, sin embargo, perfecta y también en algunos otros puntos de nuestra isla y de nuestra ciudad, donde el programa fue recibido por el canal mallorquín de Alfàbia e, incluso, de otras televisiones de países mediterráneos». Se indicaba, asimismo, que «la capital nocturna» de la isla, que al parecer ya entonces apuntaba maneras de caos, «quedó despoblada de bailarines y turistas nocturnos, desplazada, en esta ocasión, su atención hacia el milagro del siglo, montando vigilia ante los televisores de hoteles, pensiones, etc. Muchos hogares de Ibiza tuvieron su luz encendida en la madrugada de ayer, esperando que se hiciera el milagro de la voz y de la imagen en sus televisores. Gesa notaría la sobrecarga».

Muchas sombras

Muchas sombras

José Luis Bofill añade que la retransmisión «se veía con muchas sombras. Incluso en el momento cumbre, cuando Armstrong puso un pie en la Luna». Recuerda que se plantearon si era oportuno abrir el observatorio de Puig des Molins para la ocasión, aunque lo cierto es que, entonces, las instalaciones no se encontraban en su mejor momento y habría que montar el telescopio, desmontado desde que la cúpula sufriera daños a consecuencia de un vendaval. En realidad, llegaron a la conclusión de que no tenía sentido prepararlo todo, porque desde allí no podría verse nada de lo que ocurría a más de 384.000 kilómetros de distancia. A pesar de tal trecho, cabe señalar que no es raro el día en el que alguien pregunta si con el telescopio puede verse la bandera americana que los cosmonautas hincaron en el mar de la Tranquilidad. La respuesta es no. De hecho, no hay instrumento óptico que permita captar desde la Tierra ninguna de las banderas plantadas en la superficie lunar durante las diferentes misiones que ya han llegado hasta allí.

Tratado Ultraterrestre

Y, por cierto, por primera vez en la historia, la bandera de una nación no implicaba tomar posesión de un territorio, ya que el Tratado del Espacio Ultraterreste, firmado en 1967, imposibilita a cualquier gobierno reclamar la propiedad de cuerpo celeste alguno. Eso sí, con el Programa Apolo y Armstrong y Aldrin pisando la Luna, Estados Unidos se apuntaba por fin un tanto en la carrera espacial después de que la URSS pusiera en órbita el primer satélite, el Sputnik, en 1957, y también al primer astronauta, Yuri Gagarin, en el año 1961.

El día 22, también en Diario de Ibiza, otro de los fundadores de la AAE, Daniel Escandell, ofrecía la visión de la agrupación de la llegada del hombre a la Luna. «Donde sólo llegaban los sueños de poeta, hoy llega la Ciencia», señalaba en el escrito, en el que asimismo explicaba que «desde el Observatorio de Puig des Molins y a lo largo de muchos años, los estudios lunares han figurado en cabeza de sus observaciones». Respecto a tales estudios, especificaba que se investigaban, por ejemplo, «los movimientos propios de grandes masas continentales lunares» y los mascones lunares, densas concentraciones de masa en las que cambia el campo de gravedad de un astro, «un novísimo problema» cuyos estudios «nos llevan a la conclusión de poder afirmar que dichos mascons serán incrustaciones de meteoritos de gran tamaño en el subsuelo lunar».

Una película americana

Sin embargo, no todos acogieron la primera vez que se holló un cuerpo celeste que no fuera la Tierra con la misma fe con la que lo hicieron lo miembros de la junta directiva de aquella agrupación astronómica original. De hecho, había, por aquellas fechas, en las Pitiusas una corriente escéptica que quienes vivieron el acontecimiento recuerdan muy bien; no eran pocos los que opinaban que todo aquel montaje era una película americana más. Cosas de los yanquis. Esa incredulidad no sólo sigue plenamente vigente en la actualidad y en el mundo entero, a pesar de las veces que la hazaña aeronáutica se ha repetido, sino que alcanza incluso las filas de quienes tienen la astronomía como afición y sigue siendo objeto de debate.

El propio Neil Armstrong, en una entrevista concedida a la CNN pocos meses antes de morir, fue el que dio el mejor argumento para rechazar la hipótesis de la 'película americana' y las teorías de la conspiración: «Las 800.000 personas que fueron parte del equipo de la NASA no podrían haber guardado el secreto».

A aquel primer paso siguieron otros (hasta doce personas, todas hombres, han estado en el satélite natural de la Tierra) y hoy el quincuagésimo aniversario parece haber reactivado el programa espacial. Nuevas potencias, y también empresas privadas, han entrado en liza. En enero, un robot chino logró llegar a la cara oculta de la Luna y, para finales de año, el país asiático ha anunciado una nueva misión no tripulada para recoger rocas lunares.

Una empresa israelí envió una nave en abril, que se estrelló al alunizar, e India espera asimismo mandar al satélite su propia astronave. Mientras tanto, Estados Unidos ha pasado del programa Apolo, iniciado con el presidente Kennedy, al proyecto Artemis y de querer enviar una nave tripulada a Marte, que era el plan de Obama, a calcular cómo regresar a la Luna para quedarse. Es decir, se plantea hoy la posibilidad de establecer una base lunar desde la que continuar la exploración del Universo. La disputa entre Marte y la Luna monopoliza el debate en lo que podrían denominarse las altas esferas de la actual carrera espacial. Aún queda mucho por hacer en nuestro satélite, y siempre nos quedará la Luna, pero parece obvio que llegar a Marte sería un acontecimiento al mismo nivel de espectacularidad que lo fue el alunizaje, aquello que conseguiría la expectacion de millones de personas de todo el planeta Tierra, que motivaría que algunas peregrinaran de madrugada si fallaban los repetidores y que las calles de un lugar como Sant Antoni quedaran vacías en pleno mes de julio.