«El dolor es inevitable, el sufrimiento es opcional». Buda.

Aunque nadie cuestiona ya la validez de esta disciplina, aún existen muchos malentendidos sobre el origen del mindfulness y su aplicación en nuestras vidas. Os presento hoy su historia y algunas de las claves para ponerla en práctica correctamente:

Una disciplina budista avalada por la ciencia

Hoy es un hecho innegable que el Mindfulness transforma nuestro cerebro. Numerosos estudios científicos elaborados en las universidades más prestigiosas de Estados Unidos han comprobado que, empleadas correctamente, estas técnicas resultan muy útiles para reducir el estrés y aumentar las emociones positivas, la atención y la concentración. Su práctica aumenta la capacidad de atención sostenida, y las actividades cerebrales ocurridas cuando se piensa en cosas negativas se reducen considerablemente al realizar estos ejercicios. No sorprende que esta práctica se esté implantando también en los colegios de todo el mundo.

Esta disciplina no es nueva, sus raíces se sitúan en la meditación budista. Sin embargo el interés de la ciencia occidental, y más concretamente de la neurociencia, arranca a principios de los años 70 cuando Richard J. Davidson y su equipo de la Universidad de Wisconsin comenzaron a estudiar los efectos de la meditación en los monjes tibetanos. Este catedrático de psicología empleó técnicas de electroencefalografía y técnicas de neuroimagen (escáner cerebral) para medir si ocurría algún tipo de transformación cerebral.

Los resultados hallados, junto con los obtenidos por otros equipos de investigación, demostraron que estas técnicas llegan a producir cambios beneficiosos y profundos en el cerebro. Por ejemplo, los estudios llevados a cabo por la Universidad de Harvard, el Hospital General de Massachusetts y el Instituto Bender de Neuroimagen han descubierto que con programas de entrenamiento en Mindfulness, personas sin experiencia previa obtienen transformaciones beneficiosas en sus cerebros en pocos meses.

Cuando en 1982, el Dr. Jon Kabat-Zinn (miembro de la facultad de medicina de la Universidad de Massachusetts) desarrolló un inédito programa de ocho semanas para tratar a pacientes con estrés, el Mindfulness pasó a ser avalado oficialmente por el Instituto Nacional de Salud de EEUU. ¿Las premisas del programa? Aprender a desarrollar la capacidad "de parar y ver antes de actuar" para poder "responder en vez de reaccionar a los acontecimientos". Así de elemental y sencilla es esta práctica.

Responder en vez de reaccionar

Los escáneres cerebrales realizados entre los practicantes de Mindfulness muestran una importante disminución de la reactividad. Es decir, la meditación provoca que nuestros impulsos automáticos (la manera muchas veces descontrolada en que rechazamos una circunstancia que no nos gusta) se reduzcan considerablemente. Cuanto más incorporamos la escucha consciente en nuestra vida cotidiana, al observar nuestras emociones y pensamientos, más amplio se vuelve el espacio entre los acontecimientos externos y nuestra reacción a ellos.

Vivimos tan obsesionados con lo que anhelamos sentir -convencidos de que una circunstancia futura nos va a aportar por fin una sensación de alivio-, que muchas veces no prestamos atención a lo que estamos sintiendo en el presente. Pero es precisamente esta treta de la mente la que nos genera malestar, ya que nos desconecta de la vida e impide que atendamos lo más importante: ¿qué estoy sintiendo ahora?

La desconexión de nuestra realidad física y emocional suele degenerar en conflictos constantes, ya que nos impide ser conscientes de nuestras sensaciones momento a momento, y por ende no podemos gestionarlas: no sabemos a qué responden nuestras reacciones porque no las observamos. Ésta es la principal causa de la reactividad, y el mindfulness puede ayudarnos mucho en este sentido. No hace falta cambiar nada, es suficiente con observar: esta milenaria disciplina está basada, ante todo, en la aceptación.

La aceptación es una forma de amor

No es lo mismo el dolor que el sufrimiento, aseguran los expertos en mindfulness. El dolor es sencillamente una sensación de nuestro cuerpo físico-emocional que nos resulta molesta en mayor o menor grado, razón por la que habitualmente nos resistimos a ella: no queremos sentirla. Normalmente consiste en una experiencia transitoria, cambiante, que se diluye si la abrazamos y permitimos.

El sufrimiento, por el contrario, puede alargarse indefinidamente: depende de nosotros crearlo o ponerle fin por medio de la aceptación, ya que se produce cuando nuestro pensamiento se resiste a una sensación que considera molesta. Cuando nuestro ego (la identificación con una idea del "yo" que es mental) entiende que una circunstancia es negativa, intenta resolverla y se resiste a aceptarla. Pero al resistirnos al dolor, lo perpetuamos sin darnos cuenta. En esto consiste el sufrimiento.

Los budistas afirman que todo aquello que aparece en nuestra consciencia forma parte esencial de quienes somos, a pesar de que el ego considera que estamos separados del mundo externo. La mente egoíca, es decir nuestra identificación con el pensamiento, insiste en creer que tú y yo, el cuerpo y el entorno circundante, son entidades independientes. Sin embargo, los expertos en mindfulness insisten en que esto no es así: sujeto y realidad no existen por separado; somos todo aquello que percibimos aunque nuestro pensamiento nos diga lo contrario. En otras palabras, somos el espacio o consciencia donde suceden los contenidos, más que las sensaciones y pensamientos que emanan en ese espacio.

Es por esto que, cuando rechazamos un fenómeno de nuestra realidad, ya sea una sensación de nuestro cuerpo, un pensamiento o una circunstancia externa, estamos rechazándonos a nosotros mismos sin darnos cuenta. El rechazo siempre es propio, siempre va dirigido hacia uno mismo. Y esa resistencia nos lleva a sufrir y a prolongar el dolor de manera innecesaria.

Lissi Sánchez es experta en mindfulness. Imparte programas para principiantes en Ibiza, a partir de mediados de mayo. Información: www.elartedelarealidad.com