Lo primero que se aprecia al entrar a la casa de Ronald Josiah Taylor (aka Ronnie Taylor) en Ibiza –de la que no desea que se dé información sobre su ubicación– es el Falcó d´Or que el Ibiza Film Festival (IFF) le otorgó recientemente por su brillante carrera. El halcón dorado, colocado sobre la estantería de la televisión, hace recordar que Taylor cuenta en su currículum con otra estatuilla más preciada, la más deseada por quienes se dedican al cine: un Oscar, el que recibió en 1982 como director de fotografía de la película ´Gandhi´, dirigida por su amigo Richard Attenborough. ¿Dónde esconde el Oscar de 1982, en el baño, como Kate Winslet o Emma Thompson (o eso dicen ellas)? «¿Quieres verlo?», sugiere Taylor con aire de misterio, al tiempo que se dirige hacia un cuarto de la vivienda en el que guarda trastos. En uno de los estantes de un mueble reposa, recostado y envuelto en un paño blanco, el premio más importante que Ronnie Taylor ha recibido en su apasionante carrera en el mundo del celuloide, una estatuilla dorada con la numeración 2.089. ¿Por qué lo esconde allí? «Sería pretencioso tenerlo en el salón, a la vista. Siempre lo he tenido oculto». Posiblemente el Falcó d´Or también corra la misma suerte que el Oscar tras la entrevista, en la que está presente Gail Fear, una de las organizadoras del IFF. Da la sensación de que Ronnie Taylor lo ha colocado allí temporalmente, para halagar a la visita.

Achaparrado pero robusto, de torso y piernas fuertes, en su mano derecha brilla un Rolex que le regaló el legendario actor cómico Peter Sellers (´El guateque´, ´Bienvenido Mr Chance´): «Me lo dio cuando estábamos filmando en Roma ´The Bobo´ (1967), dirigida por Robert Parrish y en la que yo era operador de cámara. Peter, que interpretaba a un matador de toros llamado Juan, se acababa de casar con Britt Ekland justo antes del rodaje. Vino directo desde su luna de miel a Cinecittà». Para su primera secuencia en el filme, ambientada en un café en Via Veneto, emplearon tres días: «La vio el productor y no le gustó. La volvimos a rodar, otros tres días más. Tampoco le gustó. El agente de Peter la vio y tampoco le gustó. Y la volvimos a rodar. Era una pesadilla para el productor, que se fue de Roma corriendo. Y Peter llegó un día, cogió a Robert Parrish, se lo llevó a un lugar aparte y al cabo de una hora regresó y me dijo que desde ese momento él, Peter Sellers, sería el nuevo director: ´Peter dirige desde ahora´, me dijo». «Era una persona muy buena, un gran amigo –añade mientras bebe un espeso café de sospechoso color y sabor–. Con mucho talento, pero estaba un poco loco».

En su trayectoria, aún como operador de cámara, Taylor se topó con una de las figuras más relevantes del cine y que, al mismo tiempo, tenía un carácter de mil demonios, a la vez que obsesivo: Stanley Kubrick. Corría el año 1975 y Kubrick facturaba una de las películas emblemáticas de su carrera ´Barry Lyndon´, que pasó a la historia, entre otras razones, por ser un alarde de iluminación, para la que en algunas escenas empleó la luz de velas y lentes especialmente diseñadas. «Me largué de ´Barry Lyndon´ porque me peleé con el director. Kubrick tenía la manía de querer manejar él solo la cámara. Y yo era el operador de cámara. Llevábamos tres o cuatro semanas cuando me dijo que quería controlarla él. A partir de ese momento no hubo manera de que me la dejara. Al cabo de una semana fui a la productora, les conté lo que pasaba y que consideraba que de esa manera yo sobraba, por lo que les pedí que me dieran mi dinero y un billete de vuelta a mi casa. Y me fui».

Su paso de cámara a director de fotografía fue consecuencia de otro enfrentamiento que, esta vez sí, se saldó a su favor y determinó su futuro profesional. Rebotado de ´Barry Lyndon´, recaló en el rodaje de la mítica ópera rock ´Tommy´, con The Who como protagonistas y con el a veces extravagante Ken Russell (´La pasión de China Blue´, ´Gothic´) como director: «Empecé como cámara y Dick Bush era el director de fotografía. Durante la toma en el interior de la iglesia en la que los adeptos a una secta adoran a una estatua de Marilyn Monroe dije a Russell que estimaba que esa secuencia debía rodarse de una manera diferente a como había propuesto Dick Bush, aunque así se viera la iluminación. El director de fotografía se negaba y como Ken Russell no le hacía caso, se pilló un cabreo impresionante y se largó. Russell, al que encantaba la toma tal como yo propuse, decidió que desde entonces yo sería el ´dop´ [por director of photography]».

Empezó entonces la estrecha relación cinematográfica de Taylor con el también británico Russell, con el que rodó, entre otras, ´Valentino´: «Es el hombre más difícil del mundo. Es imposible. Es muy creativo, quizás por eso es tan difícil».

Gentil Attenborough

«Por el contrario, Richard Attenborough es una persona más gentil, de trato más suave», señala Taylor, que vincula los resultados creativos al carácter de cada uno: «Ken Russell odia a los actores. Richard Attenborough, en cambio, los adora, porque los entiende, quizás porque él fue antes actor. Y Russell quiere dirigir la cámara». Y eso último no gusta a Ronnie Taylor, como ya hizo notar a Kubrick.

Al actor Richard Attenborough lo conoció en los Pinewood Studios, durante el rodaje de ´Boys in brown´(1949). De su mano se llevaría 33 años más tarde el Oscar al mejor director de fotografía por ´Gandhi´, a la que se otorgaron otras siete estatuillas, entre ellas a la mejor película y al mejor director, el propio Attenborough. Taylor recuerda, sobre todo, la escena del entierro de Gandhi, en la que participaron 750.000 personas «llegadas de los alrededores» y a las que se pagó «un par de rupias» por hacer de extras. Se rodó en una sola toma, ante la dificultad de manejar a ese gentío. ¿Y por qué cree Taylor que se mereció aquel Oscar? «La luz y los colores de la India ayudan mucho, son increíbles, es como otro mundo», responde con humildad.

Desde que comenzó en el cine hasta ese Oscar transcurrieron 41 años. El adolescente Taylor empezó, con 17 años de edad, en los londinenses Gainsborough Pictures: «Un amigo de mis padres era el mánager de esos estudios. Un día le preguntó a mi padre qué pensaba hacer conmigo. ¡Yo qué sé!, contestó mi padre. ¿Te gustaría dar una vuelta por los estudios y echar un vistazo?, me dijo el amigo de mi familia. Y lo hice. La guerra ya había comenzado. Yo ya estaba interesado en la fotografía, pero como no había plazas en el departamento de cámaras, pasé antes por el de sonido durante unos pocos meses, hasta que hubo un hueco».

Consiguió ascender rápidamente, de ser «el asistente más humilde» a focus puller (asistente de cámara, los que miden la distancia para que el operador sepa dónde está el foco) en poco tiempo. La primera película en la que participó fue ´The man in grey´ (1943), con James Mason.

Hombre con estrella, durante la Segunda Guerra Mundial fue reclutado en la Marina (tenía 19 años) y, a pesar de ser oficial de radio y navegar por todo el mundo, «desde Nueva York a la India, Sudáfrica» y en «muchos convoyes en el Atlántico Norte», nunca vivió una batalla. Incluso fue afortunado desde su primera misión: «Llegué a Liverpool para alistarme, pero los alemanes habían capturado el barco en el que tenía que embarcar –rememora–. Me enviaron a Ciudad del Cabo (Sudáfrica), pero al subir al barco, el médico, que fue la primera persona que me encontré, me preguntó qué hacía allí, pues no partiríamos hasta meses después. Pasé tres gloriosos meses, fui a las carreras, gané un montón de dinero y me lo pasé de miedo. Fue una guerra maravillosa».

Sólo revive con tristeza su último viaje, a Rotterdam, para llevar comida a esa ciudad holandesa en ruinas: «La gente estaba hambrienta».

La suerte le sonrió incluso en su trabajo de tomas aéreas aéreas para películas como ´La guerra de Murphy´ (1971): «Las tomamos desde un helicóptero. Era divertido. El piloto era magnífico, es cierto, pero se mató en la siguiente película que hizo».

«Me siento muy realizado, he tenido una vida fantástica, he conocido a gente maravillosa, a actores magníficos. No siento ningún remordimiento por nada de lo que he hecho», resume Taylor a sus 86 años desde la terraza de su casa en Ibiza, allí donde oculta el tesoro más preciado para los cinéfilos.