Todos los elementos se aliaron ayer para convertir en un éxito una de las primeras jornadas importantes de las fiestas de Sant Joan en honor a su patrón. Numerosos habitantes de la localidad y no menos visitantes de otros rincones de la isla y de fuera se concentraron junto a la iglesia para disfrutar de las actividades organizadas por el Ayuntamiento para ir caldeando el ambiente del día grande, que se celebra el miércoles. El tiempo, caluroso pero sin apenas sol, contribuyó a darle a la mañana un toque de frescor que evitó los habituales sofocones de las celebraciones diurnas estivales. El grueso de los actos programados comenzó a desarrollarse una vez concluido el oficio religioso que se celebró en el templo. Una vez fuera, Sa Colla de Labritja comenzó a animar a los presentes con su música y sus danzas tradicionales. Precisamente, la tradicion fue el principal ingrediente de la mañana.

La representaban los once carros de barana y los seis cabriols que desfilaron un mínimo de cuatro veces por las principales vías de la localidad, seguidos también por una vistosa colección de coches y motos antiguos, unos clásicos ya de la automoción. Seat 600, Simca 1000, Dyane 6 y escarabajos Volkswagen convivieron durante un buen rato democráticamente con los espectaculares modelos deportivos y de lujo que formaban parte de la comitiva. Junto a todos ellos, las motos trataban de concentrar la atención del público haciendo rugir sus veteranos motores y exhibiendo todo un glorioso historial en sus resistentes carrocerías.

El no menos poderoso sonido de las castanyoles y las flaütes de la colla local se elevaba por encima de todos los demás. Los sonadors los hacían retumbar con fuerza desde lo alto de los carros de barana, a los que las balladores tuvieron algunas dificultades para montarse ya que muchos carecen de facilidades para subir a ellos, especialmente si se visten los pesados ropajes tradicionales. Eso no fue problema para que el alcalde, Antoni Marí Carraca, se subiese a uno de ellos e hiciese el paseíllo saludando a toda la concurrencia. Él iba vestido de paisano.

Pero el desfile más aplaudido fue el de cuatro caballos menorquines, que montaban cuatro jinetes. Ataviados con el típico traje de caixers, los cuatro crearon a lo largo de todo el trayecto un minijaleo que satisfizo enormemente a los asistentes, que les jalearon también calurosamente. Los hermosos ejemplares equinos se alzaron sobre sus dos patas traseras en numerosas ocasiones para lucir con garbo su estilizada silueta de pura raza. Y en la plaza de la iglesia, bajo unos toldos, se exhibían mantones payeses confeccionados a mano y joyería típica en plata de ley junto a un artesano que fabricaba a mano los ya ancestrales cistellons.