Opinión | Tribuna

Lo de ponerle límites al turismo

En unos meses, el discurso de los sectores económicos y políticos vinculados a la industria turística, tradicionalmente defensores de un libre mercado sin intervencionismos, ha dado un giro copernicano. Hasta antes de ayer, quien se expresaba en términos de saturación turística era tildado sistemáticamente de radical, turismofóbico y antisistema. Hoy, sin embargo, todas las fuerzas políticas –a excepción de Vox, que parece habitar un universo paralelo–, y las organizaciones empresariales han asumido con mayor o menor énfasis que la saturación turística ya es un mal característico de nuestras islas y que algo habrá que hacer. Aunque sea para evitar que el cliente vuelva a casa decepcionado, con más estrés del que traía y una sensación de rechazo hacia el destino.

Primero fueron determinadas organizaciones empresariales las que comenzaron a asimilar y expresar que Ibiza no puede seguir con estos índices de densidad humana. Luego, el presidente del Consell dio otro paso significativo al proponer una ley para controlar y limitar la entrada de vehículos en la isla. Que ahora la presidenta del Govern balear, Marga Prohens, afirme de manera literal que “ha llegado la hora de poner límites” al turismo, constata el cambio de guion en el discurso político de la derecha y que se impone la necesidad de un mayor intervencionismo.

La presidenta ha evitado hablar de “decrecimiento” en general de manera implícita, pero sí se ha mostrado partidaria de decrecer con la oferta ilegal y contener la regulada. De llevarse a cabo de forma efectiva tal medida, se traduciría, a efectos prácticos, en una reducción drástica de miles y miles de plazas, pues el mercado negro de vivienda turística se propaga por todos los rincones y es causante, en buena parte, de la crisis de vivienda que padecemos en las pitiusas.

El hecho de cambiar el discurso es fundamental, porque se abre una posibilidad que hasta ahora no se contemplaba. Sin embargo, Prohens se ha contradicho a sí misma al reclamar un consenso social y político para llevar adelante medidas correctoras, acusando al mismo tiempo a la oposición de no haber hecho nada al respecto cuando gobernaba. La única forma de alcanzar acuerdos es a través de la diplomacia y no del ataque.

Es cierto que la oposición de la izquierda no logró ningún resultado satisfactorio frente a la saturación turística cuando gobernaba, pues ésta ha seguido creciendo y envenenando cada vez más a la población. Pero tampoco se ha producido ninguna sensación de mejora allá donde ha gobernado la derecha. Así que lo único que podemos afirmar hasta el momento es que una cosa son los discursos y otra muy distinta los hechos.

Ahora, cuando ya casi nadie niega la evidencia, es momento de afrontar qué hacer y cómo llevarlo a cabo. Se plantea una necesidad de “poner límites al turismo”, pero pienso que sería más adecuado hablar de “poner límites” a secas, que se traduce, pura y llanamente, en imponer cierto orden. En Ibiza proliferan los excesos por doquier, y no me refiero únicamente a los del sector del ocio nocturno y diurno. Hay taxis pirata, cocteleros pirata, fondeos ilegales y una potente industria que organiza fiestas en villas, pero también el estruendo musical al aire libre que producen determinados locales en la costa e incluso dentro de núcleos de población residencial, que se tolera sistemáticamente. Y eso por no hablar de otras cuestiones sobre las que se ha corrido un tupido velo, como por ejemplo el mercado de la droga, que sigue desbocado y es culpable, en buena parte, de la pésima imagen que se traslada de la isla hacia el resto del mundo.

Sólo hay una vía para combatir la sensación creciente de saturación: el orden y el control, y para ello hacen falta medios. Si de verdad la presidenta quiere comenzar combatiendo el uso turístico ilegal de la vivienda, que comience por crear un organismo bien dotado en medios humanos, técnicos y económicos, que sólo se dedique a esta cuestión, que precinte viviendas y realice los trámites burocráticos que eso implica de forma rápida, y que por fin meta el miedo en el cuerpo a los incumplidores. Y lo mismo puede aplicarse a todo lo demás. Ibiza ha atraído a una legión de sanguijuelas que operan al margen de la ley en muchos frentes y se impone la necesidad de borrarlos de la ecuación.

La saturación no es sólo una cuestión de números poblacionales, sino también de percepción y sensaciones; y en Ibiza los ejemplos de lo que no debe ocurrir, tanto por parte de quienes actúan al margen de las leyes y las ordenanzas, como de aquellos que las retuercen para disfrazar de legal aquello que a todas luces es un disparate, se multiplican temporada tras temporada.

Pero por algo se empieza. Reconocer el problema es algo que hasta ahora no había ocurrido en la mayor parte de las estructuras de poder.

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