Opinión | A pie de isla

Y dijo Tanit: «Si me queréis, irse»

El ser humano ha hecho realidad la inteligencia artificial. Aburrido ya de su descolorido título de rey de la creación, aspira ahora a otro de rango superior, el de rey de creadores, grado de pleno derecho cosmogónico. A día de hoy, podría decirse que el hombre es un dios en estado de lactancia. Le falta mucho recorrido, de acuerdo. Pero apunta maneras; se halla en ciernes de lanzarle una OPA hostil a todas las demás divinidades (nuestras primeras criaturas de ficción, nacidas del insomnio provocado ante la perspectiva de la muerte) y hacerse con todo el mercado de la fe a fin de orientar su enorme potencial hacia la ciencia y la tecnología, único camino posible al encumbramiento cósmico de nuestra especie, si es que aspiramos de verdad a perpetuarnos. No será por falta de espacio allí fuera, entre las estrellas.

Apuesto a que sucederá como digo. Sin embargo… y a pesar de figurar todos de maniquíes en el escaparate del progreso tecnológico, emparejándonos cada cual de por vida con ordenadores y móviles de última generación, arrastramos aún contradicciones y atavismos que nos atan a la noche de los tiempos. Prueba de ello es que el sustrato irracional que cobija las creencias supersticiosas más peregrinas nos sigue ‘okupando’ la mente, por mucho que nos esforcemos en desahuciarlo.

Nos habita no en los sótanos peor ventilados del pensamiento, sino a flor de sesos, a la vista de nuestros actos más cotidianos. Con que rasquemos un poquito y le hagamos el más mínimo poro al film transparente con que envolvemos nuestro cerebro de filigrana digital, nos sale imparable, con fuerza de chorro de cañería rota, el Paleolítico en pleno −la caverna−, con todas las creencias mágico-religiosas intactas.

Si no me creen vayan de excursión a las montañas ibicencas del norte de la isla y visiten uno de los yacimientos arqueológicos púnicos más significativos de todo el Mediterráneo: es Culleram, una cueva que los habitantes de la Ibiza de entonces convirtieron en santuario de la diosa Tanit, la divinidad femenina del panteón púnico más venerada por los ibicencos de aquellos tiempos.

Acudan a dicho paraje y podrán comprobar in situ cómo la superstición más contumaz siembra allí a sus anchas sus disparates en forma de docenas de ofrendas a la antigua deidad púnica, a cuál más estrafalaria. Desde preservativos usados hasta garras de gallo amputadas, pasando por fotografías, mecheros, naipes del tarot, candados… Todo un muestrario de la estupidez humana que no hace sino desvirtuar el lugar contaminándolo con lo más prosaico de nuestro presente, además de poner en peligro la vegetación que envuelve el paraje, pues se han llegado a encontrar hasta velas encendidas. Todo un atentado sistemático y absurdo contra nuestro patrimonio cultural.

Los sufridos arqueólogos de la isla andan hartos de tanto intruso descerebrado acechando el yacimiento con el arma más temible salido nunca de arsenal humano: la ignorancia cuando es voluntaria y no consecuencia de la pobreza. No hay peor incultura que la que uno escoge para sí a fin de justificarse. El credo esotérico versus la razón.

El analfabetismo que imperaba hasta bien entrado el siglo XX en Ibiza era el característico de la sociedad rural de entonces. Pero el ‘analfabetismo’ de todas las sectas que alimentan lo que acontece en es Culleram es deliberado y foráneo, importado. Se ha pasado de un analfabetismo de ‘no poder saber’ a otro de ‘no querer saber’.

Cumpliendo con su deber cívico y periodístico, Diario de Ibiza lleva denunciando estos hechos del santuario de Tanit desde 2014. En las últimas semanas le ha dedicado varios artículos y reportajes. En ellos critica con suma mordacidad tan lamentable y reiterado comportamiento. Xescu Prats y la propia directora, Cristina Martín, han afilado a conciencia sus plumas y han hecho diana al escribir oportunamente sobre el tema. Ambos coinciden en preguntarse qué demonios ocurre en Ibiza para que atraiga a todos los majaderos pseudoespirituales de medio mundo y de la otra parte de la galaxia.

Sí; parece como si a la isla viniera lo peor de cada estrambótica secta, a cuestas con su desorden mental. Pululan aquí los que, en perpetua comitiva de bienvenida, aguardan a los extraterrestres de turno; los iluminados a golpe de drogas; los de la enésima reencarnación pendiente; los que deambulan como gigantescos cirios con piernas y se prenden la mecha ante el primer delirante altar que se les presenta; los yoguis diplomados por CCC, pero maestros en hacer caja… y un largo etcétera de personajes que se creen sus propias alucinaciones. Todo a ritmo de tamborada y con la retina perjudicada de tanta puesta de sol en Benirràs.

Ahora bien, si hay algo que los cohesiona de verdad a todos, además del telúrico islote de es Vedrà y de la llamada Atlantis pitiusa, es Tanit. Le comen en la mano. Es oír solo su nombre y echar a andar como zombis con los ojos en blanco a ponerle la cueva perdida. Tanta sandez por su parte y no escuchan la voz de la diosa diciéndoles aquello de Lola Flores a la turba que colapsó la iglesia donde casaba a su hija: «Si me queréis, irse».

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