Internacionalista

Ángela Labordeta

Ángela Labordeta

No sé si finalmente el presidente Sánchez sacará adelante o no la ley de amnistía, él asegura que sí y que lo hará sin ceder a las extravagancias de Junts per Catalunya, que todo lo ve viable porque seguramente hace tiempo dejó la cordura colgada de ese tendal en el que algunos viven todopoderosos, creyendo que todo es posible y que todo se puede conseguir da igual el precio a pagar, no por ellos, sino por todos los que soportamos y hemos soportado sus maneras de hacer, cuando hasta hacían robando o hacían no diciendo la verdad.

Digo que no sé qué pasará ni hasta dónde los de Puigdemont serán capaces de tensar la cuerda y tampoco sé si ésta se romperá porque simplemente Sánchez diga que no, que ya está bien, que la ley de amnistía era necesaria y lo es, pero no a cualquier precio y menos si ese precio puede emponzoñar aún más la Justicia y al Tribunal Constitucional.

Si al final no sale esta ley adelante por las exigencias de Junts, España habrá perdido otro tren y se trata de un tren importante que hubiera servido y espero sirva para sentar las bases de una nueva forma de entendernos como país en el que convivimos siendo distintos y en el que cualquier nacionalismo entendido para arrinconar al resto es un mal nacionalismo venga de donde venga, sean los nacionalistas españoles, los catalanes, los vascos...

El nacionalismo, en sí mismo, es el ensalzamiento de algo que amas y que tiene que ver con tus raíces, tu cultura y el deseo admirable de que ese territorio, sus letras, sus palabras, su arte, su lengua y su historia ocupen el lugar que merecen. Pero ese nacionalismo se ensucia cuando es una moneda de trueque que solo sirve para envilecer las cosas y a las personas, y crear odios donde tendría que haber respeto.

Recuerdo que un día le preguntaron a mi padre si era nacionalista y dijo que a él le gustaba ser internacionalista, pero que amaba a Aragón como a ningún otro lugar en el mundo, hasta que un día cogió su mochila y entendió que amando a sus vecinos todavía amaba más a su querido Canfranc, a sus altivos Pirineos, a su Teruel mudéjar, amada y amante y, cómo no, a su Zaragoza con olor a mercado y recuerdo de guerra; a su Zaragoza de barrio y aire cosmopolita, a su Zaragoza con Ebro y Canal Imperial. Porque solo de esa manera los ismos se alejan de los dogmas inscritos en vulgares catecismos de andar por casa.

Suscríbete para seguir leyendo