Mejor la España real que la España oficial

Podría alegarse que debe suceder algo parecido en muchos países, pero en España clama al cielo por su profundo contraste: por un lado va la España real, y por otro, la España oficial. Menos mal que la primera, de momento, salva a la segunda.

Una fotografía concreta: miércoles 10 y jueves 11 de enero de 2024. Hotel Ritz, en el centro de Madrid. Representantes del poder económico y financiero convocados en el Investors Day por Estudio de Comunicación. Admiración y sosiego ante tantas intervenciones interesantes de personajes clave en la economía y en la política industrial. Va por directivos, como el presidente del Banco de Sabadell, o el del ICO (Instituto de Crédito Oficial), entre otros. Estreno con éxito del nuevo ministro Carlos Cuerpo, sucesor de Nadia Calviño. Era su número tres. “Después de escuchar al ministro Escrivá (Transformación Digital), a la vicepresidenta Teresa Ribera (Transición Ecológica), a Jordi Hereu (Industria y Turismo) y tras descubrir a este nuevo ministro de Economía, creo que estamos en buenas manos”, resumían algunos de los asistentes a los eventos. Impresión compartida. Era una burbuja, pero una valiosa muestra, de la España real, con perspectivas esperanzadoras de futuro. Y todo en inglés, por cierto.

A 300 metros de aquel hotel, en el Congreso de los Diputados, y dos kilómetros más allá en el Senado, a las mismas horas, bronca monumental entre partidos políticos. Y alianzas contra natura para aislar al Gobierno socialista, entre el Partido Popular, que aspira a gobernar, para lo que necesita credibilidad, con populistas de ultraderecha (Vox) y populistas de ultraizquierda, o sea, Podemos. Para tumbar incluso el aumento de los subsidios de paro. Increíble. Pactos contra natura también entre el Gobierno de Pedro Sánchez con independentistas catalanes del expresidente Carles Puigdemont, fugado a Bélgica hace seis años, para salvar in extremis diez mil millones de ayudas europeas; a algunos parlamentarios parece no importarles. Cuanto peor, mejor. Todo un despropósito. Nada de inglés; solo español y traducción simultánea para escuchar a catalanes, vascos y gallegos, ciudadanos españoles todos, mal que les pese a algunos. Es la España oficial.

¿Pueden convivir mucho tiempo dos países en uno, con la actividad económica y social, por una parte, y el Gobierno extorsionado por diversas minorías, a veces con propuestas estrambóticas, como que se penalice a las empresas que se fueron de Cataluña, por miedo a la independencia, si no vuelven? La respuesta es claramente no. Hasta el director de La Vanguardia, Jordi Juan, el influyente diario catalán, escribía que no todo se puede traspasar. El Estado no debe ceder competencias cuya fragmentación conduce a una debilidad manifiesta. Y el exdirector del mismo medio, Marius Carol, insistía: “Es paradójico que mientras en la Unión Europea se concentran competencias de emigración, en España (por exigencia de los independentistas) se fragmenten”. Debe existir algún límite a esta degradación continua. Pero por el momento no se divisa.

La Real Academia de la Lengua Española, con la Fundeu, dio a conocer la “palabra del año”, siguiendo la tradición en algunos países. La elegida para el 2023 fue “polarización”. Cuando la polarización se hace extrema en política, o en la vida misma, la referencia a la física es inevitable. Y ahí está el arco voltaico, una descarga de altísimas temperaturas entre dos electrodos generando gran luminosidad y que puede resultar muy destructivo. Con ese “artefacto” juega la política española. No todo vale. Qué pena de España oficial, que no merece la España real.