¿Autoridad portuaria o fondo buitre?

Puerto de Ibiza.

Puerto de Ibiza. / Vicent Marí

Que determinados empresarios oriundos y foráneos experimenten una epidemia de avaricia hasta el extremo de exprimir cada palmo de la isla para sacarle hasta el último céntimo, aún a costa de dinamitar el paisaje, la convivencia, la idiosincrasia y el futuro de las próximas generaciones, no es algo que nos sorprenda. Una oleada de codicia impregna el territorio y desprende un hediondo tufo a parné que engolosina a fondos buitre, sanguijuelas inmobiliarias y especuladores de toda ralea.

La última incorporación a este luctuoso festín, cuya expansión es directamente proporcional al empobrecimiento acelerado de la clase media pitiusa, es Becky Fatemi, una famosa asesora inmobiliaria londinense que despacha villas de lujo. Su interés por el mercado ibicenco, junto con la reciente presencia de otros personajes igualmente célebres, como el hostelero Salt Bae, incrementa la deriva sin freno que está dejando Ibiza irreconocible en un tiempo récord.

Decíamos que la avaricia sin límites, que es aquella que se desentiende de los efectos secundarios que provoca, es inherente a la condición humana y que los isleños que navegan por sus procelosos mares están especialmente motivados. Las únicas barreras que estos andares de Atila encuentran a su paso solo pueden establecerlas las administraciones públicas, mediante leyes, ordenanzas y regulaciones, vigilando en paralelo que se cumplan.

En Ibiza, sin embargo, las instituciones hace ya mucho que llegan tarde, desencadenándose situaciones tan esperpénticas como la conversión de chiringuitos de playa y villas de alquiler en salas de fiestas, la transformación masiva de viviendas familiares en apartamentos turísticos, la ampliación de hoteles hacia el subsuelo hasta más allá del nivel freático a costa de secar los pozos del vecindario, etcétera. Ya solo falta que se tolere la organización de fiestas en los alojamientos rurales, fenómeno que comienza a asomar la patita.

En el marco de esta coyuntura imparable, las mayores sensaciones de tristeza e impotencia entre la ciudadanía se producen cuando a la corriente expeditiva de colocar el beneficio económico por encima de los límites más elementales y el bienestar comunitario se suma quien, paradójicamente, tiene la obligación de evitarlo; es decir, el sector público. Del caso del aeropuerto de Ibiza, que sigue empeñado en competir como escaparate publicitario con Times Square y Picadilly Circus, ya hemos hablado con reiteración y hasta se han adherido a las críticas partidos políticos de todo espectro ideológico. En es Codolar, sin embargo, las vallas siguen proliferando por jardines, fachadas y salas de espera, y ese engendro de cafetería inútil permanece plantado en mitad de unos carriles de acceso que se saturan a la mínima, incluso en invierno. Sorprende la obcecación e incombustible sordera de los gestores del aeródromo, que actúan con la misma actitud de quienes sólo se guían por el lucro y el afán de monetizar, en detrimento del interés general.

Esta misma deriva cabe recriminársela también a la Autoridad Portuaria de Balears, que está convirtiendo el puerto de Ibiza en un bazar, afectando al paisaje, al patrimonio y a su particular idiosincrasia. En el pasado ya se han producido episodios especulativos lamentables. Me vienen a la memoria, por ejemplo, un tráfico de cruceros aún más denso que el del puerto de Palma o ese conato de cerramiento con mamparas en parte de los andenes del puerto viejo, en la zona más próxima al mar, para que solo los propietarios de los grandes yates que allí amarran tuviesen acceso y así evitar que el populacho pudiese observarles tomando cócteles en la terraza de popa durante la hora feliz.

Se acordarán los lectores que en su momento la Autoridad Portuaria también quiso transformar la estación marítima de es Martell en una infraestructura repleta de tiendas y bares. Solo las quejas de ciudadanos y comerciantes lo evitaron. Sin embargo, la misma idea ha acabado proliferando al otro lado de la bahía. Hace pocos años, los primeros escaparates de lujo abrieron en el pantalán central de Marina Ibiza, que ahora ya se halla constituido como un centro comercial en toda regla, con comercios y restaurantes proliferando como champiñones. Los peatones incluso tienen que circular por donde transitan los coches por falta de espacio y ya no se distingue la silueta de Dalt Vila hasta que se accede al borde de los muelles, justo al contrario de lo que sucedía antes.

A este lado de la bahía, en un periodo breve y reciente, ha aumentado drásticamente la construcción de nuevos edificios destinados al comercio y la hostelería donde antaño sólo había zonas de paso y escolleras, sin que nadie se haya manifestado al respecto con suficiente contundencia; ni administraciones ni colectivos sociales. El paseo marítimo ha acabado configurado con una sucesión de obstáculos visuales que le restan perspectiva y encanto a raudales, por el puro afán especulativo de la Autoridad Portuaria, que cada vez se parece más a un fondo buitre que a una empresa pública. De vergüenza.

@xescuprats

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