Navidades polarizadas

La semana pasada, en plena crisis formenterana –de la que no se vislumbra un final y tiende peligrosamente a enquistarse sin remedio–, este diario publicaba una reveladora imagen del tristemente célebre pantalán de s’Estany des Peix precintado, arruinado y hundido en el agua tras los últimos temporales. Me pareció todo un símbolo de la Formentera actual, la perfecta metáfora del embarrancamiento de la política, cuyos cabecillas destacan entre la sociedad isleña de la misma forma que se eleva sobre el paisaje este vergonzoso mamotreto: insultando la inteligencia, además del sentido ético y el estético.

Unos días antes, fuimos testigos de otra metáfora igual de estomagante: la puesta de la primera piedra del complejo de lujo que promueve el chef turco asalta futbolistas Nusret Gökçe, más conocido como Salt Bae, famoso en el mundo entero por rebanar filetes a machete y salpimentarlos con el brazo en forma de cobra. El empresario, que construye un complejo con cuatro restaurantes y medio centenar de apartamentos de alto standing, que tanta falta nos hacen, llegó a bordo de su jet privado, acompañado por un séquito de relaciones públicas y fotógrafos.

En el descampado le aguardaba la pléyade de subalternos que gestionan sus intereses ibicencos y le guían por infalibles atajos a través de la intricada y frondosa selva de la burocracia local. El chef pudo comprobar in situ el tufo maloliente que desprenden las aguas con tropezones que arrastra el aledaño torrente de sa Llavanera, asunto que, según testigos presenciales, generó honda preocupación en el despensero otomano, consciente de que ni la grifería más dorada ni las arañas de cristal más relucientes podrán enmascarar dichos efluvios, quedando en suspense su multimillonaria inversión y el retorno que, sobre el papel, ésta debería proporcionarle. El propio alcalde, según parece otro apasionado devoto de la metáfora, calificó esta coyuntura de “infierno fecal”, en el transcurso de una visita reciente a las obras de remate de la nueva depuradora que supuestamente pondrá fin al problema. Habrá que verlo, o más bien olerlo.

Al contemplar el álbum de fotografías del cocinero y su comparsa, me pareció asistir a otro símbolo de esta querida Ibiza nuestra, que abraza sin freno el desmadrado capital que la despersonaliza a marchas forzadas y la somete a un rumbo tan errático como inquietante. A tenor de las reacciones suscitadas por el notición en las redes sociales, se produjo una insólita sensación de náusea compartida. Jamás habíamos asistido a tamaña unanimidad en el empleo de un mismo emoticono: la vomitona.

Y hasta ahí el insólito ejemplo de concordancia, pues el colutorio digital anda revuelto como un gallinero y no hay debate que no se acalore, enfangue e incendie, hasta culminar en el intercambio de descalificaciones y toda clase de desproporcionados vituperios a escala personal. Es la más grave consecuencia de esta polarización de la política, que ha decidido sustituir oratoria y argumentos por una dramatización desbocada que parece confrontarnos a diario con el apocalipsis. La tensión que generan unos y otros hace ya mucho que traspasó el umbral de la política, contagiando a la sociedad entera.

Hoy, con las amenazas de reducción del catalán en las aulas, las variaciones en el nomenclátor callejero, la guerra entre judíos y palestinos y las soflamas en pro y contra de la amnistía, se ha generado tal caldo de cultivo que estas Navidades pueden ser de órdago. Muchos serán los hogares donde se traten de evitar las peliagudas cuestiones de la actualidad política en las sobremesas, ante una amenaza real de partición de peras de consecuencias imprevisibles y probablemente duraderas. Los debates sobre la cuestión lingüística son los que, hoy por hoy, resultan más incendiarios, pues en ellos ya solo participan los sectores más polarizados de la sociedad pitiusa, compitiendo por ver quién proclama la animalada más grande y el insulto más vilipendioso.

En contraste, nunca habíamos asistido a tal profusión de luces navideñas, belenes, recitales de villancicos, carpas, pajes, pistas de hielo, conciertos, verbenas, talleres de salsa de Nadal y demás delicatessen gastronómicas, eventos culturales, mercadillos, etcétera. Ibiza entera reluce como las auroras boreales y hasta los astronautas de la estación espacial internacional, desde más allá de la estratosfera, deben andar asombrados por el extraordinario fulgor que proyectamos.

Este despliegue desbocado de espíritu navideño resultaría mucho más consistente si además fuera acompañado, por parte de nuestros políticos, de un retorno a la oratoria argumental, en sustitución de la soflama visceral, y la instauración de unos plenos donde se debatan las auténticas cuestiones que nos afectan a los pitiusos, eludiendo las raciones de bilis procedentes de ultramar, que bastante tenemos ya con lo nuestro. Puestos a pedir deseos para el año nuevo, éste podría ser el primero. Felices fiestas a todos y que, a pesar del ambientillo de discordia que nos han sembrado para este año, haya paz en los hogares pitiusos.

@xescuprats

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